Quiérase o no uno es hijo del tiempo en que vive, aunque el actual como bien poetizó Joaquín Sabina en un reciente soneto, sea “…un estrecho/ cuartucho con goteras en el techo”. Y es de advertir esa estrechez al conocer que un mismo primer mandatario dado a anunciar ayer su inminente conversión al judaísmo -hecho por cierto merecedor de toda consideración-, hoy poco menos que aconseja al nuevo Papa santificar la propiedad privada, con ignorancia de la “hipoteca social” y el bien común a la que debe apuntar ese derecho natural, sobre todo –según enseña el Doctor Angélico- en lo que a los bienes necesarios se refiere.
Empero también en este complejo aquí y ahora que se transita y que algunos lo hacemos entre lágrimas por la muerte de Francisco I y alegría ante la llegada de León XIV, resulta auspicioso notar el creciente interés por los rituales litúrgicos transmitidos a través de los medios durante el duelo y el posterior cónclave. A lo que cabe sumar ciertos brochazos de historias de los Papas, narradas por comentaristas televisivos y hasta descubrir en algunos casos, cómo ese pasado se entreteje con el de nuestra patria.
Por ejemplo harto repetido es que Giovanni María Mastai-Ferretti, antes de su entronización como Pío IX, siendo canónigo, visitó en 1824 la Iglesia de Luján -el templo inaugurado en 1763 y no la actual basílica así declarada en 1930 por Pío XI- de paso para Chile acompañando la misión del designado Nuncio Apostólico en el país trasandino: Monseñor Giovanni Muzzi. Quizá algo menos sabida sea la anécdota que narra Marcos Vanzini en su libro Historias curiosas de templos de Buenos Aires, al destacar que el ya Vicario de Cristo beatificado por San Juan Pablo II en septiembre de 2000, le entregó al arquitecto Pedro Luzetti, autor de la fachada de la porteña Iglesia del Salvador, una caja de marfil que utilizaba para tomar rapé, con el objeto de que se sorteara a fin de obtener fondos para la construcción de esa casa de Dios.
BREVE COMPOSICION
Pero debe ser casi por completo desconocido que Rafael Obligado, “el bardo patrio de la banda azul”, así llamado por Lugones en un verso de sus Odas seculares, dedicó unas estrofas implorando la bendición para la República Argentina a Pío X en 1908. Esa breve composición, editada en una devota estampa, puede leerse con la prosodia acorde a las reglas gramaticales de la época, escrita bajo la imagen del Pontífice -en el siglo Giuseppe Melchiore Sarto- elevado a la Silla de Pedro en 1903 y canonizado por Pío XII en 1954.
En el dorso de la estampa expresa: “Homenaje al Protector de la Orden de los Predicadores a SU SANTIDAD PIO X. La Comunidad Dominica y Venerable Orden Tercera de Buenos Aires. Agosto de 1908.”
En cuanto a esa suerte de silva, forma lírica de raíz española, más suelta y libre en la métrica y abierta en la estructura que la italiana estancia, fue lograda aquí con la intercalación solamente en la primera estrofa de versos endecasílabos y heptasílabos. Reza en su título: “A Su Santidad Pío X” y a continuación viene una orante solicitud a modo de envío al sucesor de Pedro por parte del poeta:
“Padre de los humildes y los buenos,/ Del agua de Samaria, viva fuente,/ Luz de rayos serenos/ En esta ansiosa noche del presente./ Oye lo que mi espíritu te dice/ Por un instante a mí la frente inclina/ Y escuchándome esta vez: ¡Padre, bendice/ a mi joven República Argentina.”
La breve composición merece especial atención, toda vez que Rafael Obligado, el mismo que de niño –así lo destaca María Isabel Hernández Prieto en su libro Vida y obra del poeta argentino Rafael Obligado (1989)-, en la estancia paterna ayudaba a misa vestido de monaguillo como era de rigor en la época y fue siempre un devoto lector de la Biblia, no frecuentó el género religioso y salvo cierto ignoto poema suyo: “La aurora el cristianismo”, que menciona Pedro Luis Barcia en su ensayo “Poesías y Aportes Desconocidos de Rafael Obligado”, publicado en el Boletín de la Academia Argentina de Letras (LXVI, 2001) –esa “Leyenda”, según el título con que aparece encabezada la composición referenciada por Barcia, vio la luz en El Álbum del Hogar de fecha 12 de junio de 1881, semanario de literatura bajo la dirección de Gervasio Méndez-, apenas entre otros muy pocos versos como en uno correspondiente a “La Pampa”, hay una referencia a Dios: “Siento el rumor y el incesante coro/ De un pueblo egregio que el progreso guía,/ Y alzando el alma a Dios, me postro y oro/ ante la imagen de la patria mía.”
LIRICA PAISAJISTA
Sin embargo su estro –igual que el talento pictórico de su hermana María Obligado de Soto y Calvo, artista plástica volcada sobre todo al paisajismo, las naturalezas muertas y el retrato-, no debió estar ajeno al arrobamiento religioso y hasta místico ante los dones de la Creación, sin cuota alguna de panteísmo. Ni tampoco de paganismo tributario del parnasianismo helenista de un Leconte de Lisle.
Un testimonial Ernesto Quesada lo muestra en su faceta de practicante activo y ortodoxo del culto católico en la revista Nosotros (Número 31 de abril de 1920): “Era creyente hasta la médula de los huesos, de modo que pintaba en su entendimiento al mundo naturalísimamente con el criterio de su fe, y en tal sentido se mantuvo en perpetua oposición con el paganismo helénico de otros poetas descollantes, porque pensaba que el príncipe de las tinieblas no tiene alianza con la luz.”
En ese sentido hubo críticos que leyeron en clave religiosa algún tramo de su lírica paisajista, porque lo cierto es que Rafael Obligado fue un enamorado de la naturaleza a la que cantó y con la que se identificó: “Lo que no sea tertulia o generosa vida académica, será contemplación de la naturaleza. Lo más del tiempo se le irá en querer oír la palabra del río Paraná”, describió así su existencia Arturo Capdevila.
Lo conduciría a pensar y amar a la Divinidad, la vibración en su interior de la sobre todo cristiana tradición nacional, tradición de la que no renunció a ninguna de sus vertientes, tanto hispanas cuanto nativas.
De tal modo que al hacer alusión al sol incaico radiante en el escudo en las décimas de “Independencia” –de 1916- mencionó a “la chola más ladina/ de mi tierra americana”; y antes en la letrilla “La flor del seíbo”, lejos de anteceder al hechizo por las pálidas y exóticas marquesas rubendarianas, comunicará la devoción por “cierta morocha/ del suelo argentino”. Fue un americanismo el suyo no sin tintes indigenistas y localistas; no en vano su admiración por Echeverría y su romanticismo ciertamente importado pero descubridor de la pampa. Obligado halló en la lira del autor de La Cautiva: “Como surgiendo del silente abismo,/ El mundo americano/ Alborozado se escuchó a sí mismo.”
Y el cantor del Paraná no cedió a las fuerzas del europeísmo, incluso en cabeza de algún amigo español convertido a la corriente y tal vez acomplejado por el comentario atribuido a Alejandro Dumas padre: “África empieza detrás de los Pirineos”. Le criticó ese americanismo sin prejuicios por mencionar el nombre del Inca Atahualpa: “con orgullo, cual si se tratara de cosa propia”, su amigo Calixto Oyuela en una carta publicada en opúsculo en 1885. Y antes lo hizo Juan Valera al objetarle en el admirativo prólogo que dedicó a la segunda edición -de 1906- de su libro Poesías: “cierto americanismo, que tal vez a algunos de los habitantes de esta vieja España nos parezca sobrado.”
ARGENTINISMO
Nacido en 1851, Rafael Obligado para 1908 cuando dio a conocer sus versos a Pío X, se iba acercando a las seis décadas de vida. Quizá al componerlos se reencontró con aquel niño que junto a sus hermanas rezaba a indicación de su madre: María Jacinta Ortiz Urien, ante la cruz de Ñandubay que guarda el sueño de los gloriosos muertos del Combate de Obligado.
Y es seguro que los leyó emocionada su devota esposa: Isabel Gómez Langenheim, dama de acendrada fe católica y orgullosa de llevar en la sangre hidalga preponderantemente española, alguna gota lombarda de los príncipes Rospigliosi, estirpe que dio a la cristiandad el pontífice Clemente IX -Giulio Rospigliosi- reinante desde 1667 hasta 1669 y enterrado en Santa María la Maggiore, frente a la recién abierta tumba de nuestro Francisco. De aquel lejano Clemente IX, cuya genealogía y entronques locales estudió Narciso Binayán Carmona, alguno de los hijos de un hermano del Papa se trasladó a Lima y después a Montevideo en los tiempos coloniales habiendo sido el antepasado común de numerosas familias de ambos lados del Río de la Plata.
Lo cierto es que fiel al argentinismo que caracterizó al autor de Santos Vega y del cual entre otros testimoniaron Juan A. Argerich en 1890, Joaquín V. González en el ensayo “Ritmo y línea” o Arturo Capdevila al prologar y anotar la edición de sus Poesías para la Biblioteca de Clásicos Argentinos (1941), rogó en la silva comentada una bendición y no la pidió para sí, ni siquiera para su familia y si para su patria.
La patria que lo despidió con la bandera a media asta, como testimonió sobre la jornada de su muerte ocurrida en Mendoza, el 8 de marzo de 1920, Carlos Obligado, su hijo mayor al finalizar su discurso de ingreso a la Academia Argentina de Letras pronunciado el 4 de noviembre de 1933, que versó precisamente sobre: “El argentinismo de Rafael Obligado”. Disertación en 1936 recogida en su libro Temas poéticos.