Opinión

Había una vez… una historia de perdón

- Abuelo, ¿tenés algún libro sobre África?

- Uy, ¿sabés que muy poco? Y mirá que siempre soñé conocerla.

- Pero no hay ningún libro entre los tantos que tenés…

- ¡Vergüenza la mía! Es que hay tanto para leer… Pero no me puedo excusar, porque siempre me sentí llamado por África y se ve que no le respondí.

- ¿Por qué te gusta?

- No puedo decir que estrictamente me guste, porque solo se ama lo que se conoce. Sí te puedo decir que por lo poco que sé, la de África es una historia atractiva, dolorosa y luminosa al mismo tiempo. Dolorosa porque ha sido castigada, explotada desde hace siglos. Es un continente riquísimo, lleno de recursos naturales que se explotan para beneficios de pocos, muchas veces de extranjeros. Tremendamente pobre por eso… lleno de corrupciones políticas y de todo tipo y, al mismo tiempo, es un continente de Esperanza para este mundo. De los pocos libros que tengo sobre historias africanas, hay uno que cuenta una historia terrible, pero que al mismo tiempo muestra esas esperanzas. Quizás en esa historia esté resumida la de toda África.

La protagonista se llama Immaculée Ilibagiza y se salvó de ser asesinada por pura Providencia. El desastre ocurrió en 1994, en Ruanda, un pequeño país del centro del África negra. Bah, ahora la llaman “Subsahariana”, porque parece que decir negro suena mal. Ruanda era un pequeño paraíso que escondía un volcán de odios entre dos razas: hutus y tutsis. El resultado: cerca de un millón de muertos. Ella era una joven tutsi de 22 años, vivía una vida feliz en su aldea, rodeada de una familia amorosa y estudiando ingeniería. Sin embargo, su mundo se derrumbó. Un atentado que mató al presidente hutu, desató una campaña de odio contra los tutsis. Era una historia de rencores que venía desde mucho antes, pero allí estalló y los hutus comenzaron a masacrar a todos los tutsis que encontraban.

Immaculée sobrevivió escondida en la casa de un pastor hutu, durante 91 días. Estuvo, apiñada junto a otras siete mujeres en un bañito de 1 m. x 1,2 (tan grande como esa mesita que está ahí). Ocultas, porque bandas de asesinos andaban buscando tutsis sobrevivientes para matarlos. El pastor tapó la puerta con un mueble. Cuando aparecían los asesinos, revisaban todo, pero nunca las descubrieron. ¡Tres meses encerradas! Dormían por turnos, sentadas… Miedo constante, hambre… la incomodidad era lo de menos. Allí se enteraron todas de que sus familias habían sido asesinadas. Allí tuvo que superar la desesperación, el odio y sus deseos de venganza.

- No imagino cómo pudo… debe haber sido horrible.

- Si ella no lo hubiese contado, parecería mentira. Un día, volvieron a entrar en esa casita los hutus, buscándolas. Sospechaban. Allí fue cuando se enteró de que habían matado a casi todos los suyos. Sus padres eran gente muy buena y generosa. Él era un hombre querido por su caridad y liderazgo. Trabajaba como administrador escolar y era un católico devoto; inculcó en sus hijos valores de fe, educación y servicio. Siempre ayudaba a los necesitados, sin importar si eran hutus o tutsis. Su madre, era maestra, una mujer de gran fortaleza y ternura. Immaculée la describe como el corazón de la familia, siempre cuidando de sus hijos y de la comunidad…

- Y entonces, ¿por qué los mataron?

- Quizás por eso mismo. Porque eran buenos y eso despierta el odio de los malos. O porque el odio es siempre ciego, y más cuando se encarna en una multitud que pide sangre. Es una historia repetida, no solamente de África. Esta semana santa nomás, en Nigeria, los terroristas musulmanes mataron a casi 200 católicos. Los esperan a la salida de Misa. Y en el mundo nadie dice nada… Se calcula que en los últimos años asesinaron a más de 50.000. Pero no me distraigo y vuelvo a nuestra amiga. Lo maravilloso es que ella pudo superar su odio. Y eso es algo que sólo puede darlo una Fe inmensa. Tuvo la fuerza para perdonar a los responsables de las atrocidades, incluido al asesino de su familia, a quien visitó en la cárcel años después. Todo lo cuenta en un libro que se llama: "Sobrevivir para contarlo". En una escena conmovedora, nos dice que, mientras rezaba el Padrenuestro, se detuvo en la frase "perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Sintió que era imposible, pero experimentó la Gracia de Dios que le permitiría perdonar. Y allí recibe fuerzas para seguir adelante: amor y compasión en un contexto de horror inimaginable.

En el fondo, creo que eso es África: profundas miserias mezcladas con grandezas infinitas. De tantas muertes, en Ruanda salieron adelante también gracias al “ubuntu”.

- ¡Uh! ¿Qué es eso?

- Ahhh… que te quede la intriga hasta que lo charlemos alguna vez.

- ¿Y qué le pasó a esta chica después?

- Hoy tiene una Fundación que ayuda a chicos huérfanos y da vueltas por el mundo dando conferencias y escribiendo. Un final feliz.