Opinión

Había una vez… un político que nunca mintió

Muchas veces quise contarles a mis nietos la historia de don Martín Fierro y alguna vez me animé con alguna cosita pequeña. A decir verdad, es una obra tan estupenda, tan gigante, que reducir cualquiera de sus temas a un ratito me parece casi un sacrilegio. Es para releer y, si es posible, memorizar, llevarla en el corazón, que es lo que quiere decir “recordar”. Como hacía la gente de antes.

Siempre me acuerdo de que el Padre Leonardo Castellani supo afirmar en alguna parte que era “la verdadera constitución de la República Argentina”.

Sé que no es cierto. Que debiera serlo, pero no lo es. Lamentablemente. Porque si lo fuera estaríamos “constituidos” de otra pasta y, al menos, algo hubiésemos aprendido de nuestros continuos errores. Una constitución establece, organiza, ordena. La del 53 tal vez quiso, pero no pudo, ni supo. Los hechos marcan que desde entonces nunca los argentinos pudimos “constituirnos”; vivimos o sobrevivimos en continuas guerras civiles, más o menos cruentas, de las que salimos siempre maltrechos y más o menos “devorados por los de afuera”.

Este invierno leí la pequeña obra de Manuel Gálvez sobre José Hernández. Sencillita, pero que vale más que la mayoría de lo que se ha escrito sobre nuestro poeta nacional. Si fuese editor, no dudaría en reeditarla. Sería un buen antídoto contra tanta intrascendencia que vivimos y enseñamos.

¿QUE ME LLAMO LA ATENCION?

Por lo pronto, el espíritu batallador y esperanzado de Don José Hernández. Una vida difícil. Un espíritu inquebrantable y, sobre todo: un inclaudicable amor a la Patria. Doloroso y lúcido, práctico y sensato. Hoy lo recordamos sobre todo como poeta, aunque a ese título podríamos sumarle muchos otros: padre de familia numerosa, periodista, político, hacendado… y músico. ¿Habrá pensado que la fama y gloria eterna la alcanzaría con sus versos y guitarra? Es probable. Porque sabía que la poesía es el arma de lucha más poderosa de la Historia. Grecia se formó con los versos de Homero, Roma con Virgilio.

La Argentina, si sobrevive como tal, deberá constituirse en los versos hernandianos. Y así será grande, como sigue estando llamada a ser. Si no fuese así, no lo tendríamos como prócer máximo a San Martín y como poeta nacional a Hernández. Hoy somos algo monstruoso: con dos figuras gigantes en las espaldas, con una tierra espléndida y rica, y, al mismo tiempo, provocando risas y conmiseración en el mundo por nuestra colección de ineptitudes e ineptos.

FRACASOS

Pongan en fila a nuestros últimos presidentes, recuérdelos bailando y cantando. Después, a llorar… Por favor no se olvide de ninguno. Ni siquiera hace falta ver los números que los (y nos) hunden en fracasos tras fracasos. Una imagen vale más que mil palabras y ésta, taladra el corazón. Y si faltara más, empiece usted a ver las caras que aparecen en las principales listas contendientes para las próximas elecciones. ¿Qué tenemos? Narcoamigos, viejos/as terroristas “nunca arrepentidos”, veteranas vedettes -o como se las llame-, futbolistas retirados, politiqueros fracasados, traidores declarados a la Patria (muchos, aunque en esta categoría sobresale Sabrina Ajmechet) y un “etc., etc.” compuesto por una infinidad de asqueantes personajes. ¡Ni de casualidad encuentra gente honrada y proba como Hernández!

CASTA MUY POCO “CASTA”

Porque “casta” también quiere decir “virtuosa”, honesta, incorrupta... Todo lo contrario de lo que parece que nuestra pobre gente va a votar. Y no lo va a hacer convencido. Los unos van a votar al que parece menos malo, sólo por el miedo que le genera su adversario. Los unos y los otros. Los otros y los unos. De los dos lados agitan sucias sábanas como si fueran fantasmas. Y lo logran siempre…

Cuando nuestro poeta escribió el Martín Fierro quiso defender al gaucho del atropello de un sistema que, bajo máscara democrática, gobernaba por terror. No era tan distinto, vea lo que dice Gálvez: “Con motivo de las elecciones de marzo de 1857, Sarmiento describe, en una carta a Domingo de Oro, los fraudes y atrocidades que, bajo su dirección y la de Vélez Sársfield, se cometieron en la ciudad. ‘Fue tal el terror que sembramos entre toda esa gente, con estos y otros medios -dice-, que el 29 triunfamos sin oposición’. Si así procedieron en la ciudad, ya puede imaginarse lo que sucedió en la campaña. Los gauchos que se resistían a votar por los candidatos del Gobierno, fueron encarcelados, puestos en el cepo, enviados al ejército para que sirviesen en la frontera con los indios y muchos de ellos perdieron su rancho, sus escasos bienes y hasta su mujer. De estas afligentes desdichas, que él ha visto de cerca, hablará Hernández en el Martín Fierro…”.

Ahora no nos mandan al cepo, nos manipulan. El terror que gobierna es el mismo. Allá entonces, el gauchaje le arisqueó a las elecciones y los barrieron. Así nomás. Y fíjese que hoy, también una mayoría silenciosa está diciendo: “hasta acá llegué, esta vez no voto.”

BARAJAR Y DAR DE NUEVO

José Hernández se dedicó a la política como un acto de servicio a su tierra. Ni buscó, ni encontró beneficios personales. Al contrario, se jugó la vida. Pero hay una frase que marca su obrar político que hoy tenemos que destacar con letras de oro: “acepto esta especie de divisa en adelante: decir la verdad, toda la verdad, nada más que la verdad y nada menos que la verdad”. Y así obró. Siempre. Hasta su último día. Eso es honestidad. La virtud que no importa.

Y ya me desahogué demasiado sobre nuestros políticos para entrar de nuevo en “comparancias”. Solo digo que aquí está el punto clave de nuestra decadencia: votamos a mentirosos que no tienen empacho en seguir mintiendo riéndose de sus votantes. Como no creen en la justicia, ni terrenal, ni eterna, obran sin escrúpulos. Manuel Gálvez enlaza esa cita con el natural rechazo que sentía Hernández a hablar de sí mismo. Y está muy bien, porque la virtud de la veracidad va siempre de la mano con la modestia.

Consejo para votantes: tache a todos los mentirosos y a los pedantes. Cuando los oiga decir “yo” más de una vez, cambie de canal, porque ya nos dijo en dónde radica su amor. Y busque a alguien que ame a su gente y a su tierra como lo hizo Hernández. Con palabras, con obras, con ejemplo y con su sangre.

A mis nietos “endemientras” le voy a cantar esos versos que nos dejó don Fierro:
"Y ansí, en esta esperanza,/ me encuentro siempre firme; / que ha de venir un criollo / que nos gobierne y mande, / y que, siendo hombre de ley, / nos traiga paz y grande".