Pensaba en qué historia les iba a contar a mis nietos. Siempre cuando, en medio del silencio nocturno, oigo la sirena de los bomberos convocando a su gente, se redoblan mi admiración y afecto hacia ellos. Y en la comodidad de mi cama, abrigado e inmóvil, pienso en la generosidad de los miles de bomberos de la Patria. Hay bomberos “rentados”, que cobran un sueldo por su trabajo y otros que son voluntarios.
Los dos tienen muchos méritos y son vocaciones “de servicio”, heroicas. Pero tengo que aclarar que los voluntarios a mí me admiran doblemente, porque sacan tiempo de sus descansos para luchar contra el infierno de las peores urgencias: incendios, choques…
Y también me digo que no alcanza con pensar, ni siquiera con musitar una breve oración. Los bomberos son uno de los corazones que permiten que la Patria viva.
Hay otros muchos hombres y mujeres que se ponen al servicio de los demás: los que pueblan las Cáritas parroquiales, los misioneros, los que visitan a los enfermos, a los ancianos, a los niños abandonados… Pero es cierto que cada vez son menos. Quizás porque no les agradecemos lo suficiente y quedan ocultos u olvidados… Quizás porque nuestra sociedad es día a día más individualista y egoísta.
-¿Qué vas a hacer cuando seas grande? -les preguntábamos a los niños-. Antes, las respuestas pasaban siempre por el “servicio a los demás”: maestros, médicos, enfermeros, soldados, policías… y ahí siempre aparecían los bomberos. Hoy parece que los queremos dirigir hacia otro lado: “Hagan algo que los divierta”… Pero la “diversión” no es el fin de la vida. Sí lo es la “felicidad”, pero son cosas muy distintas. La felicidad es honda, la diversión, superficial. La diversión es pasajera, la felicidad pide, exige, eternidad. Una alivia, entretiene por un rato, la otra plenifica. La diversión nunca puede ser el fin de la vida, justamente por su ligereza e inestabilidad. La diversión pelea contra el aburrimiento, pero está destinada a perder. Y el hombre que creyó que la vida era diversión, siempre terminó en la angustia, al darse cuenta de que vivió “al ñudo” -como diría Don Fierro para ser fino-. Hoy nuestra sociedad moderna cree que la vida es solamente diversión. O así nos la tratan de vender. Y como eso se estrella contra la realidad, termina mal.
Los bomberos son, de alguna forma, un llamado a la realidad real.
Estaba buscando alguna historia para contársela a mis nietos, como les decía, y me topé con una figura lindísima: José María Calaza, una de las grandes figuras entre nuestros bomberos. Gallego de La Coruña, se vino a nuestra tierra muy jovencito y terminó querido y admirado como lo que fue en verdad: un héroe querible y admirable. Ya se lo contaré a los chicos... Pero ahora me quedé enganchado entre la diversión y la felicidad…
El Coronel Calaza -vamos a darle el título que se ganó con justicia y méritos- escribió un “Manual de Bomberos” que es una joya en todos los sentidos. Lo encontré en la Biblioteca Virtual Cervantes. Tiene de todo en sus más de 500 páginas … Va de lo técnico a lo más profundo; a mí me fascinó especialmente su visión como “conductor de hombres” -liderazgo suena hoy mejor-. Verdaderamente “sanmartiniano”, no se le escapaba nada.
Así como es famoso el cuadro del abrazo de Maipú entre San Martín y O’Higgins, al leer el manual me imaginaba un abrazo entre el Gran Capitán y el Gran Bombero. Épico. Dos mentes arquitectónicas. Dos corazones inflamados por su misión. Trataré de contárselo a mis nietos de manera que los entusiasme… Veremos si lo logro. Ahora me quedé en el prólogo, pensando en lo “antimoderno” que es el espíritu del servicio al prójimo, especialmente el del voluntariado. Los bomberos son una especie de dinosaurios, especies en extinción. ¿Habrá sido bombero el caballero que luchaba contra los fuegos del dragón?
El Coronel Calaza, “el hombre inextinguible”, como lo llamó La Prensa, comienza su mentado manual con un párrafo que hubiese firmado San Jorge o cualquier otro matador de dragones:
“El fuego es el servidor universal e indispensable de la humanidad, está íntimamente ligado con casi todas las operaciones de la vida, y es no solamente necesario para el bienestar del hombre, sino necesario para su propia existencia; pero cuando de servidor se convierte en amo, es como todos los esclavos: quiere gobernar, y es el amo más cruel y riguroso. Entonces el fuego es el enemigo universal. No respeta ni rango ni riqueza, tanto el hombre pobre como el hijo de la fortuna son igualmente sus víctimas. Trata igualmente el palacio del soberano, la tienda del mercader, como la humilde choza del artesano. Todas las clases y condiciones, sin distinción de edad, rango o sexo, están expuestas a sus inhumanos ataques.”
La inextinguible “sed” de diversión del hombre moderno es como el fuego, me quedé rumiando…
El joven cadete José María Calaza, un inmigrante recién llegado, gallego en tierras casi extrañas, no estaría buscando diversiones cuando se encontró de golpe con una mujer envuelta en llamas. No dudó: corrió hacia ella y, sacándose su abrigo, la envolvió para apagar el fuego y la abrazó. Y salvando su vida, salvó la suya propia. Seguramente allí vislumbró que en su futuro habría peligros… y él los vencería…; que habría necesidades… y él se prepararía para afrontarlas; que habría desgracias que él aliviaría y, sobre todo, que habría muchos agradecimientos… que le llenarían el alma y le darían esa felicidad que anhelaba. Espero ser fiel a esa historia cuando se las cuente a mis nietos. Hay mucho para decir. Y también espero que, conociéndola, se ganen otro amigo para la eternidad.