La operación israelí sobre Gaza entra en una zona de máxima intensidad militar y temperatura política interna. El bombardeo contra una carpa de prensa en Ciudad de Gaza, con la muerte de dos periodistas -entre ellos Anas Al Sharif, al que Israel identifica como integrante del aparato militar de Hamas-, reabrió la disputa por la legitimidad de los objetivos.
Netanyahu, ante la prensa internacional, repite que no busca una ocupación indefinida, sino la “liberación” del enclave mediante desmilitarización, control de seguridad por las FDI, zonas de seguridad fronterizas y un gobierno civil ajeno tanto a Hamas como a la Autoridad Palestina. Pero ese guión, que intenta mostrarse como un plan de transición, convive con una realidad de ocupación territorial ya extendida.
El propio primer ministro asegura que el 75% de Gaza está bajo control militar israelí y ha ordenado neutralizar los últimos bastiones en Ciudad de Gaza, los campamentos centrales y Al-Mawasi.
La estrategia prevé desplazar a un millón de personas hacia esa última zona, avanzar por el cruce de Karni y movilizar a 200.000 reservistas. Una logística que despierta resistencias en el alto mando militar -por el riesgo
de bajas masivas y el destino de los 20 rehenes aún con vida- y provoca en Tel Aviv la reacción de familiares que reclaman en las calles un alto el fuego para asegurar su liberación.
En Washington, el respaldo se sostiene sólo en el plano político y diplomático. JD Vance alineó la Casa Blanca con la “erradicación” de Hamas. El Pentágono, en cambio, evita por ahora involucrarse de forma directa. Hay acuerdo estratégico en eliminar la capacidad militar de Hamas, pero diferencias tácticas sobre el orden de operaciones y el manejo humanitario para reducir la presión externa.
Esa presión aumenta a medida que la ofensiva se expande. Socios europeos endurecen el discurso sobre la ayuda y cuestionan el impacto civil de la campaña. Netanyahu contraataca hablando de “guerra de propaganda” y adjudicando la crisis alimentaria al saqueo de suministros por Hamas, en un intento de blindar la narrativa de legitimidad.
Esta semana medirá si el gabinete israelí puede sostener cohesión en medio de una ofensiva que combina control territorial, desplazamiento masivo y un horizonte diplomático que -como en toda ecuación sin salida- solo ofrece dos caminos: prolongar el combate o redefinir sus objetivos.