Opinión
Mirador político

Galimatías electoral

Este miércoles vence el plazo para inscribir las alianzas electorales que competirán el 26 de octubre y signarán la suerte de la gestión libertaria. Como se trata de una elección de renovación legislativa, el oficialismo prioriza el fortalecimiento de su muy débil posición parlamentaria.

Lo hace, sin embargo, con una estrategia contraria a su naturaleza supuestamente ideológica. En algunos distritos va aliado con la UCR, pero no con el PRO; en otros con el PRO, pero no con la UCR; en otros con gobernadores de origen peronista y en otros simplemente va solo.

Este galimatías electoral torna evidente dos hechos: la virtual destrucción del sistema de partidos y la inexistencia de cualquier pugna ideológica entre las fuerzas que compiten, a pesar de sus inflamados discursos de campaña.

Javier Milei se encontró a las puertas de su primera elección desde el poder con una situación que resulta cada vez más obvia: las crisis a repetición de los últimos ochenta años tienen una causa política antes que económica.

Las crisis suelen representar oportunidades para cambiar el rumbo. En Argentina esto no es así. La economía salió de cada crisis con un fuerte ajuste involuntario, pero con el tiempo recayó en un populismo fiscal que la arrastró al siguiente desastre.

De allí que la salida a la gravísima situación económica heredada de la última gestión kirchnerista no resultase difícil de imaginar. El equipo económico cortó el gasto y paró la emisión y la inflación cayó a niveles soportables en un plazo mucho más breve que el esperado. La “motosierra” que votaron masivamente los ciudadanos de a pie era la única solución. No había mucho para elegir.

El verdadero problema pasó a ser entonces cómo sostener esa receta de manual frente a las presiones de los beneficiarios de un poderoso régimen corporativo que se consolidó a lo largo de décadas y que tiene como punta de lanza a la corporación política que vive del gasto público.

A partir de esa compleja circunstancia comenzó a desarrollarse el plan electoral de LLA al que le cabe la comparación con un laborioso rompecabezas.

En Mendoza, por ejemplo, el Gobierno llegó a un entendimiento con el gobernador radical Alfredo Cornejo, pero no con el PRO. En Buenos Aires arregló con el PRO pero no con los radicales, y en el Chaco lo hizo con el radical Zdero. En San Luis acordó con el gobernador Poggi, un experonista en otros tiempos ligado a Alberto Rodríguez Saá.

En la Ciudad de Buenos Aires persistió hasta ayer un tironeo entre LLA y el PRO por la confección de una lista común de candidatos. Finalmente, el oficialismo aceptó darle dos lugares “entrables” (5° y 6°) a Mauricio Macri. Quedó a la vista que la pelea entre macristas y libertarios no era por la falta de republicanismo atribuida al irascible jefe del Estado. La pureza institucional nunca ha sido la principal inquietud de la dirigencia nativa. Esa es una de las pocas cosas que no cambian en un escenario político que se vuelve irreconocible en forma acelerada.