El bochornoso fraude internacional felizmente detectado en el concurso de ingreso para las Residencias Médicas de este año ha puesto en primera plana a este otrora virtuoso sistema de educación de postgrado.
Cierto que la trampa provino principalmente de una universidad ecuatoriana de menor nivel dentro de las de su país, pero es también una muestra más de que a esa segunda categoría pertenece gran parte los estudiantes que, al menos en Medicina, busca formarse entre nosotros. De hecho, hasta hay en la frontera este de nuestro país instituciones públicas y sobre todo privadas que están tras los aspectos económicos de esa actividad, ofreciendo una más que dudosa calidad, particularmente a postulantes de países limítrofes.
Pero más grave y de mucho más difícil solución que el fraude es la caída de la calidad de las Residencias entre nosotros. Permítaseme, entonces, mostrarlo a través de una breve reseña histórica testimonial, centrada en la Cirugía.
El sistema de residentes, que tuvo origen en Estados Unidos hacia los últimos años del siglo XIX, se puso en marcha entre nosotros a finales de los cincuenta del siglo anterior.
La Residencia de Cirugía nació en la Argentina en el Hospital de Clínicas de la Universidad de Buenos Aires en 1958 gracias a la iniciativa del Dr. Mario Brea.
Los comienzos fueron difíciles; principalmente por el rechazo que provocaba entre los médicos de planta que habían debido aprender observando y ayudando a sus jefes, sin un plan ni una duración precisos y que -de golpe- se encontraban con un grupo seleccionado de jóvenes recién recibidos que no sólo ocupaban su lugar sino con cuya formación, además, debían colaborar.
Los así seleccionados vivían casi en el hospital y se transformaban en cirujanos maduros en tres o cuatro años: una cifra envidiable para quienes habían permanecido largamente en el limbo de los aprendices sin método. Porque el sistema de Residencias se definió enseguida como un modo de aprendizaje intensivo, supervisado, con responsabilidad progresiva y dedicación full time.
En particular, el término “supervisado” señalaba la obligación de vigilar sistemáticamente cada nuevo movimiento de los jóvenes por parte de colegas experimentados y, en los buenos lugares, estaba implícito que los eventuales conflictos iban siempre a ser resueltos a favor de los muchachos en formación si se detectaba alguna reticencia docente por parte de los adultos.
Así planteado y con alto nivel de exigencia tanto para el ingreso como para la promoción, el sistema adquirió rápido prestigio y se expandió por los principales hospitales, inicialmente públicos y luego de comunidades y privados.
Ya consolidado, hacia fines de los sesenta, el número y la importancia de las Residencias hizo que se creara el Comité Nacional de Residencias Médicas (Conareme), dependiente de la entonces Secretaría de Salud Pública, que -con escasa burocracia y un pequeño número de profesionales capaces- empezó a crear normas generales y a unificar un examen de ingreso ejemplarmente autocriticado y mejorado así año a año.
Entonces, tener residentes empezó a ser una suerte de timbre de honor y un real certificado de calidad para una institución.
Pero aterrizó la política. a izquierda, para practicar su inveterada costumbre, comenzó a criticar a los residentes como “mano de obra barata” -es cierto, ganaban poco pero obtenían toda la formación-, se habló de elitismo, desapareció el Conareme como tal salvo para tomar el examen, se descalificó a las entrevistas personales que completaban la selección…
Y, paralelamente, se multiplicaron lugares de nivel menor que ofrecen una Residencia pero en realidad brindan un empleo con exigencias cada vez más bajas y calidad docente despreciable. A esto hemos ido llegando mientras, al menos las instituciones públicas, se han llenado de empleados administrativos haraganes y gremialistas mandones.
Sin voluntad de señalar específicamente para no herir susceptibilidades, los ejemplos están a la vista. No obstante, contra viento y marea, restan unas pocas organizaciones públicas y privadas donde el espíritu original de las Residencias, aunque golpeado, tiende a perdurar. Y, por otra parte, es hoy el único modo de aprender Medicina real luego de pasar por Facultades multitudinarias y casi exclusivamente teóricas.
A esto último apuntan estudiantes de gran parte de Latinoamérica que saben además todo lo atractiva que es nuestra patria. Y si para ingresar hay que meter la mula, hasta están dispuestos a pagarla.