Opinión
UNA MIRADA DIFERENTE

Francisco, un Papa casi liberal

La prédica del Pontífice puede haber sido popular, pero no es la que le conviene a quienes quería ayudar.

A efectos de este trabajo, la afinidad del difunto Pontífice con el peronismo, es, para esta columna, similar a su afinidad con San Lorenzo de Almagro, un hinchismo que nada tiene que ver ni con el dogma, ni con la prédica católica, una suerte de costado humano frágil pero comprensible, un error que en nada se relaciona con su misión apostólica. 

Es tal vez más oportuno y adecuado enfocarse en su interpretación y modificaciones a la llamada Doctrina Social de la Iglesia, que comenzara a fraguarse en 1891 con la encíclica Rerum Novarum de León XIII, y que ha sido a lo largo de más de un siglo motivo de disputas ideológicas y acusaciones de procomunismo y anticapitalismo.

 La Doctrina fue cambiando de intensidad y aun de enfoque con los diversos Papas y algunas encíclicas, que la acercaron o alejaron más al colectivismo y al estatismo según la percepción de cada Pontífice y al momento social universal que cada uno enfrentó, o a las tendencias imperantes en las masas no conversas, para ser sinceros. Una especie de clientelismo sagrado, con perdón de la herejía. 

Luego de la caída de la URSS y el fugaz eclipse del comunismo, Juan Pablo II, a un siglo de la Rerum Novarum, lanza su encíclica Centesimus annus, que trata de poner un equilibrio al apoyar el criterio del Capitalismo, pero que puntualizaba las falencias inherentes a ese sistema, que podían distorsionarlo. 

Al mismo tiempo, se ofrecía casi como una alternativa a los dos modelos antagónicos de izquierda y derecha, sin puntualizar -como siempre ocurre con las ideologías solidaristas, el modo de alcanzar los pregonados objetivos de la Doctrina. Sin embargo, la encíclica, que este autor analizara para algún medio en 1991 en sucesivas entregas, era un reencauzamiento de los preceptos que habían sido radicalizados por Juan XXIII en su encíclica y por el Concilio Vaticano II.

La bandera de la Justicia Social

Bergoglio, tras los acuerdos plasmados en el Documento de Aparecida al cierre de la V Conferencia Episcopal del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, (CELAM) de 2007 (del cual fue el redactor principal y líder ideológico) con fuerte influencia sobre Benedicto XVI, (documento que plasmara más adelante su correlato político con el Grupo Puebla del progresismo patriagrandista) fue también la cabeza del sector de la Iglesia que enarbolara la bandera de la Justicia Social,  concepto de triste fama para muchos argentinos, como principio señero. Su destino como Papa Francisco estaba trazado de antemano por la Conferencia. 

Una vez que Bergoglio fue Francisco, sus dos encíclicas, y sobre todo su constante prédica mediática y personal radicalizaron la Doctrina, al extremo que muchos católicos revisaron su postura de fe ante su discurso, que atribuyeron a convicciones personales y no a un movimiento interno eclesiástico anticapitalista y a veces antioccidental. 

En ese proceso, abrazó por cercanía o demagogia las teorías del wokismo, a las que dio entidad de infalibilidad, sin cambiar los difusos argumentos que defienden las von der Leyen, la UE, Ocasio-Cortez, Kamala Harris y muchos sectores que van variando su prédica cuando sus propios argumentos se desmoronan o se prueban falsos. 

Como sus autores, no atinó a explicar cómo se solucionarían ni los problemas ambientales ni los económicos ni los migratorios, sólo a condenar al capitalismo, la industrialización, los emprendimientos extractivos, la agricultura, la ganadería, la generación de energía y todas las actividades humanas que generan empleo y crecimiento. También alentó la teoría de la confiscación del ahorro o el capital de los que llamaba ricos o poderosos, en un formato aún más rústico que el marxismo, pero respaldando su postura de culpar a los que más tienen o quienes más han progresado de la pobreza de los demás. O de la falta de trabajo de los demás.

Su oposición a la meritocracia es de poco nivel intelectual y retorcida. Por meritocracia no se entiende el premio a cualquier formato de riqueza, como sostenía, sino el resultado del esfuerzo personal en el trabajo, las ideas o la formación de los individuos. Sin embargo transformó el término en un estigma al aplicarlo a quienes lucraban ilegalmente o fuera de la ley. Y hasta transformó en delito antisocial la elusión impositiva - una forma de defender el ataque del socialismo al sistema capitalista- como si el estado tuviera el derecho de confiscar por esa vía todos los ingresos que se le ocurran sin apelación posible.

No es muy diferente su enfoque al que sostenía el inefable Zaffaroni, que culpaba a la sociedad del delito porque no había protegido o cuidado a los delincuentes y entonces era responsable de sus crímenes, no los maleantes, que no merecían castigo.

Y aquí conviene hacer algunas puntualizaciones que tienen que ver con el liberalismo, como se planteaba al comienzo. 

Un error papal recurrente

Por una cómoda facilidad para la argumentación, el neomarxismo mundial califica por sistema al concepto liberal como de derecha o de extrema derecha, sea lo que fuere que eso signifique. Un error deliberado, una errata en la que Francisco incurría todo el tiempo. 

El liberalismo no considera sano ni aceptable ni normal el delito de guante blanco ni la ambición delictuosa. Condena la corrupción en todos sus formatos. El monopolio, la prebenda, la estafa, la coima,  el proteccionismo, el contubernio con el estado, las licitaciones amañadas, la explotación del individuo, el uso de los recursos del Estado para lucrar, cualquiera fuera el lugar que ocupase el beneficiado. Juan Pablo II estaba más en línea con estos conceptos. 

Cuando Francisco, el neomarximo o la izquierda condenan por todas esas prácticas al Capitalismo, y aún a Occidente, no difieren en nada del liberalismo. Lo que ocurre es que este último cree que hay que luchar contra la corrupción, no contra el sistema. En cambio, la izquierda en todos sus formatos omite ese accionar y considera que lo que falla es el sistema, como si dentro de la propuesta de la fatal burocracia no existieran los mismos vicios. Y de paso parece creer que esa bondad celestial debe imponerse por la fuerza a la sociedad. 

Eso le facilita la tarea de culpar a los ricos de todos los males, lo que le da razón y pie para confiscarle vía impuestos u otros mecanismos sus bienes y ahorros. 

Del mismo modo, considera el proteccionismo de izquierda mejor que el proteccionismo de derecha, como si alguna vez hubiera tenido éxito en algún lado. 

Justamente el liberalismo está en contra del proteccionismo, en contra de la corrupción, en contra del prebendarismo y la colusión con el Estado, y está siempre en favor de una justicia independiente, imparcial y rápida, que es el mecanismo idóneo para resolver todos los excesos. 

Porque lo que siempre quiso ignorar Francisco fue que la mejor manera de que el sistema económico juegue en favor del individuo, principio rector de la Doctrina Social, es garantizando la competencia, que es, en términos económicos, el principio fundamental liberal, no importa quien infrinja o eluda ese principio. Y esa es la función central de un gobierno. Garantizar la competencia, e indirectamente la propiedad, el derecho, sobre todo lo que se llama el derecho administrativo y la justicia, que es esencial para defender esos conceptos.

Por supuesto que es mucho más cómodo, en la dialéctica marxista o papal, no importa, declarar derechos a todas las necesidades o expectativas, o aprobar a todos los alumnos, o pagar por no trabajar lo mismo que si se trabajara, o dejar libres a todos los delincuentes, o prohibir la existencia de empresas, o repartir alegremente los bienes ajenos (quedándose con un diezmo laico). 

El Papa hoy llorado por tantos no intentó explicar cómo lograr plasmar sus prédicas, afortunadamente. Pero colaboró con el andamiaje moral y dialéctico para que se ensayaran todo tipo de experimentos siempre infalibles, siempre autoritarios y siempre fallidos. 

Los iluminados

El odio al mercado, a la acción humana, a la decisión de miles de millones de personas todos los días, para ser esas decisiones reemplazadas por un grupo de iluminados, repugna al liberalismo. El mundo actual no es liberal, lejos de serlo. Es un mundo donde la Justicia está vendida, corrupta, licuada o confiscada por el poder de turno al amparo del voto, que es un formato de estafa universal. Como cuando nuestra condenada Cristina Kirchner sostiene “a mí me juzga el pueblo”, que significa que no la juzga nadie, como es evidente. 

Y eso no es privilegio de Argentina y su vacío de jueces y su prevaricato. Basta repasar país por país. O recordar la justicia venezolana, o brasileña, o española, o ver que Trump quiere destituir ilegalmente al presidente de la Reserva Federal buscando argumentos para doblarle el brazo a la Corte. El mundo es autoritario porque la justicia no conviene porque defiende al individuo. El mundo no es liberal. Aun los que se dicen liberales no lo son cuando llegan al poder. 

En 1982 un Juez del distrito de Columbia ordenó a la ATT, (ex Bell) a desmembrar su monopolio y dividir efectivamente la propiedad de todas sus empresas, acusándola de infracción a la Ley Sherman de monopolio. Difícil de entender para un país que tiene el más escandaloso monopolio de comunicaciones y servicios de Internet como Personal-Fibertel-Arnet-Cablevisión-Flow-Telecom, que tiene además la pretensión de anexarse un residual de Telefónica. Pero un movimiento clave para la economía estadounidense. 

Por eso tampoco es liberal justificar ningún monopolio, salvo los naturales que requieren un escrutinio especial. No es mercado. Es antimercado. 

Ahora que se está eligiendo el sucesor de Pedro (y Francisco) sería bueno que el Elegido repasara los principios del liberalismo y los apoyara. Son más prácticos y efectivos para lograr lo que todo ser humano decente anhela, que no es muy distinto al bienestar universal que quiere la Doctrina Social. La diferencia es cómo lograrlo. Y la forma estatista, totalitaria y solidarista no lo logra. 

Por si no bastara mencionar la parábola de la moneda de Jesús: “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, alguien le debió recordar a Francisco – y ahora a su sucesor - la frase de Confesiones de San Agustín: “Buscad lo que buscáis, pero no está donde lo buscáis”.