En vísperas de las revoluciones europeas de 1848 Karl Marx y Friedrich Engels publicaron su célebre Manifiesto. “Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo”, era su frase liminar.
Tal sentencia viene en estos días de ser parodiada por el Wall Street Journal quien sostiene que el populismo de estilo Trump está creciendo en todas partes en el Viejo Continente, “como rechazo al nihilismo del establishment”.
Pero, ¿a qué llama “trumpismo” el WSJ? ¿No se trata, más bien, de una realidad endógena y preexistente, que ha aprovechado el impulso exógeno del éxito de Trump para cobrar mayor autoridad en su propio escenario?
Una realidad polifacética, porque nutrida de ciudadanos adscriptos a distintas tradiciones o a ninguna de ellas.
Una realidad que parte de la rebeldía ante la experiencia de desposesión que vienen experimentando desde hace décadas amplios segmentos de las clases medias trabajadoras de Europa.
Desposesión que va desde el plano de las realidades más elementales, como el por demás difíçil acceso a la vivienda propia, el patente distanciamiento entre los have y los have not, hasta el derecho a crecer en el propio paisaje sociocultural, que hoy viene deformado por la inmigración masiva y prepotente que elige alcaldes y establece zonas en que la sharia cobra fuerza de ley.
Todas estas reacciones sociales, originariamente inconexas, han ido configurándose en una fuerza política, los Patriots, que incluye a varios partidos fuertemente votados en distintos países de Europa, y cada elección, nacional o continental, los confirma en su tendencia ascendente. Ello a pesar de los cordones sanitarios reiteradamente construidos, con éxito decreciente, por los exponentes del statu-quo.
En 1967, un destacado politólogo francés de tendencia socialista, Maurice Duverger, publicó La democracia sin el pueblo , una obra en la que ponía de manifiesto la crisis de representatividad que empezaban a manifestar algunas de las democracias instaladas a partir de 1945.
A su luz conviene mirar hoy la situación política de los tres países europeos más fuertes, es decir, Alemania, Francia y Gran Bretaña. En la primera, y a pesar de las tentativas de ilegalizarla, la Alternative fur Deutschland de acuerdo a las encuestas más actuales, ha pasado a ocupar el primer puesto en las preferencias, desplazando a la CDU del canciller Merz. En Francia, el presidente Macron alcanza una aprobación popular de entre el 11 y el 15 %, según los sondeos. Mientras que en el Reino Unido, el Partido de la Reforma, que acaudilla Nigel Farage, aventaja en las encuestas tanto a laboristas como a conservadores, además del crecimiento de la oposición extraparlamentaria y callejera de Tommy Robinson.
Lo que aumenta el dramatismo del proceso, es que las élites disfuncionales que han venido construyendo una democracia sin el pueblo, se consagran hoy a favorecer todas las tendencias belicistas antirrusas y procuran arrastrar con ellas a Estados Unidos. ¿Querrán también provocar una guerra sin el pueblo?