POR HORACIO M. SÁNCHEZ DE LORIA
El 17 de septiembre se celebra en la Argentina el día del profesor (secundario y universitario) en homenaje a José Manuel Estrada (1842-1894), el líder del movimiento católico del ochenta, quien murió ejerciendo funciones diplomáticas en Asunción del Paraguay el 17 de septiembre de 1894.
La enseñanza fue su gran vocación, entendía que era una de las más nobles actividades a las que uno podía dedicarse. “Ha sido para mí la enseñanza un altísimo ministerio social a cuyo desempeño he sacrificado el brillo de la vida y las solicitudes de la fortuna, el tiempo, el reposo, la salud y en momentos amargos mi paz y la alegría de mi familia”.
Hijo de José Manuel de Estrada, a los 9 años murió su madre, María del Rosario Perichón y junto a sus hermanos quedó al cuidado de su abuela materna Carmen de Liniers, hija del héroe de la Reconquista.
Sus alumnos lo recordaban con admiración; era el maestro por excelencia para Rodolfo Rivarola, el hombre que poseía el maravilloso secreto de hacer pensar según Vicente Gallo.
Vicente Fidel López destacaba que Estrada siempre enseñaba, “dentro y fuera del aula, al pasar por los claustros, al devolver un saludo, al recibir en su despacho de la rectoría a un alumno. (…) Había creado en torno a su cátedra la necesidad espiritual de oírlo”.
NOMBRAMIENTOS
Nombrado en 1865 profesor de Historia Argentina en la Escuela Normal de Profesores que funcionaba en la Escuela de Catedral al Norte de la calle Reconquista, cuatro años más tarde el presidente Sarmiento lo designó profesor de Instrucción Cívica en el Colegio Nacional de Buenos Aires, y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Emilio Castro, Jefe de la Dirección General de Escuelas. En 1871 fue convencional constituyente en Buenos Aires y en 1873 diputado provincial.
En 1875, a pesar de no tener título universitario, durante la administración de Nicolás Avellaneda accedió a la cátedra de Derecho Constitucional y Administrativo en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires y un año después fue designado Rector del Colegio Nacional de Buenos Aires.
Estrada no pensaba la educación como mera instrucción, sino que entendía al educador como “un ministro del Altísimo”, cuyo fin era “completar la creación desarrollando hasta su mayor intensidad y en su mayor armonía las fuerzas vivas y libres producidas por Dios”.
De allí su combate contra el laicismo desatado con mayor vigor en la década del ochenta durante el gobierno de Roca, y especialmente contra el laicismo escolar materializado en la ley nacional de educación 1420 sancionada en 1884 (dirigida a los colegios primarios de la Capital Federal y los territorios nacionales), que por primera vez eliminaba a la religión como materia formativa.
Esa lucha decidida de aquéllos años, en que fue elegido además diputado nacional, era fruto de su maduración espiritual.
Hacia fines de la década de 1870, principios de la de 1880, Estrada abandonó el liberalismo católico, esa corriente presente especialmente en Francia, Bélgica y los Estados Unidos, que conciliaba con los principios de la modernidad política, la separación de la Iglesia y el Estado y las nuevas reglas del constitucionalismo, condenada por el magisterio pontificio, que al decir de Pio IX tenía un pie en la verdad y un pie en el error, un pie en la Iglesia y un pie en el espíritu del mundo.
SU TESTIMONIO
En un manuscrito dirigido a sus familiares y amigos, dada a conocer por sus nietos Santiago y José María de Estrada en el número 8 de la revista Sol Luna de 1942 (en 1914, Rodolfo Rivarola en su libro El maestro José Manuel Estrada consigno parcialmente el texto), señalaba entre otros puntos.
“La libertad de la Iglesia fue mi preocupación más constante y por eso tuve la mala fortuna de pensar que el régimen a cuya sombra veía prosperar el catolicismo en los Estados Unidos podía ser preconizado como una solución correcta y universal del conflicto que me parecía argentino y era en realidad del mundo entero. Por eso me sedujo durante algún tiempo el espíritu bien intencionado, pero paradojal de los que en Bélgica y Francia se llamaron antes del Concilio Vaticano, católicos liberales. Doy gracias a Dios que me abrió los ojos y disipó de mi alma estas ilusiones (…). Obligado me vi a rehacer pieza por pieza y totalmente mis opiniones sociales, políticas y jurídicas (…). El Padre de las Luces me dejó ver íntegra y pura la verdad católica. El cristianismo es el reino de Cristo sobre las almas y las sociedades”.
Su testimonio le costó ser cesanteado de todos sus cargos docentes y administrativos y se convirtió como dijo Juan Carlos García Santillán en el campeón de las destituciones.
Su nieto Santiago de Estrada, nacido después de la muerte de su abuelo, lo sentía eternamente joven, “y esa juventud en mi imaginación infantil lo rodeaba de una aureola de santidad inmarcesible que encendía en mi alma el deseo de seguir sus pasos”.
Tenía razón, ya que parafraseando a Chesterton, quienes defienden las cosas de la Fe están alimentados por la naturaleza de una infancia perpetua.