Opinión
Mirador político

Escenas de una campaña extraordinaria

Entre el domingo y el lunes el Gobierno intentó resucitar su campaña electoral golpeada por denuncias y escándalos, el último de los cuales se llevó a su primer candidato a diputado en la provincia de Buenos Aires. Con su habitual lentitud de reflejos políticos, Javier Milei echó a José Luis Espert en una reacción que sacó del tope de la agenda por un rato a un dirigente no sólo sospechado de recibir financiamiento de origen delictivo, sino con perfil netamente “piantavotos”, es decir, con carisma cero.

La etapa de llanto y vapuleo de Espert terminó y su defenestración puede concluir hoy en la Cámara de Diputados, pero se encamina a una inevitable extinción como sucedió con el caso Libra o el del señor Spagnuolo. Denuncias del kirchnerismo y sus aliados que prefieren no debatir sobre macroeconomía. En síntesis, en Diputados se proyectará hoy un nuevo capítulo de la serie Espert, pero después de su eliminación de la competencia no queda muchos más interesante para ver.

La campaña se ha vuelto puro espectáculo y el del kirchnerismo escandalizándose por casos de corrupción sólo puede ser aceptado por su público y por quienes practican una temporaria “suspensión de la incredulidad” o “suspension of disbelief”, puesto en inglés. El término fue acuñado hace dos siglos por el poeta inglés Samuel T. Coleridge y describe el abandono del pensamiento lógico por parte del espectador o lector para dar por cierto de manera temporaria la ficción que le presenta una obra de arte. Solo así puede creerse que la corrupción podría causarle horror a una Cristina Kirchner o a un Juan Grabois.

A este espectáculo, el oficialismo contrapuso otro, un recital de rock encabezado por el propio Presidente, que la prensa opositora calificó de “surrealista” y que fue muy criticado por Kiciloff, Gerardo Martínez, Cecilia Moreau y Malena Galmarini, entre otros. Al show se sumó un “bajalínea” político del Presidente que neutralizó -o intentó hacerlo por unas horas- mediáticamente el caso Espert.

La intención obvia del espectáculo fue retomar la iniciativa, aunque la pregunta que dejó planteada es a qué costo. Los que se escandalizaron por la presunta falta de sentido de la realidad de Milei ¿son los mismos que viven encapsulados en la dimensión paralela del Congreso donde las dietas se aumentan a voluntad, donde nadie tiene problemas para “llegar a fin de mes”, donde no existe la restricción presupuestaria y la tarea cotidiana es demoler festivamente cualquier intento de reducir el gasto público con el que se financia un aparato político sobredimensionado que los contribuyentes ya no pueden financiar?

Otra intención obvia del mileismo fue la de retomar el camino que lo llevó al poder hace menos de dos años. Dar la “batalla cultural” que horroriza a su vez a los “ñoños republicanos” de los que habla el Presidente. Por ahí también podría perder votos, pero a esta altura sus cartas ganadoras son pocas y debe jugarlas.