Opinión
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Elección porteña: gris de ausencia

Una semana atrás, en vísperas de la elección porteña, señalábamos en esta página que, de las distintas incógnitas abiertas en relación con ellas, “la primera y quizás la menos obvia reside en cuánto será el interés de los ciudadanos capitalinos en esta elección”.

Sin duda alguna, el ausentismo terminó siendo el dato más significativo de los comicios del domingo 18: de cada 100 personas habilitadas a elegir, 47 decidieron abstenerse de hacerlo. Como podría haber dicho Macedonio Fernández: “Fueron tantos los que faltaron que si falta uno más no cabe”.
Puede resultar paradójico, pero lo cierto es que el no-voto fue el gran ganador de la elección: triplicó al primer beneficiario del voto positivo, el libertario Manuel Adorni, que se hizo con poco más del 30 por ciento…de los sufragios emitidos (es decir, centésimas por encima del 16 por ciento del padrón).

LA PROCESION VA POR DENTRO

Hace una semana anticipábamos una interpretación: “Un presentismo bajo sería una ratificación del hastío social ante un sistema de partidos que ni siquiera con la abrupta incorporación del nuevo personal que introdujeron los libertarios de Javier Milei consigue congraciarse con el público.”

La circunstancia de que la del domingo 18 fuera la primera experiencia de una elección municipal separada en el distrito, puede ser real pero no alcanza para explicar la magnitud del fenómeno. Habrá que esperar a octubre para verificar si se trató de una reacción ocasional o si estamos ante un hecho de mayor densidad potencial.

Es con ese marco general de protesta silenciosa contra el conjunto de la oferta política que hay que analizar la distribución del voto positivo. En ese contexto los libertarios pudieron festejar porque cumplieron con creces su principal objetivo: aplastar el oficialismo porteño.

La encarnación de esa estrategia ha sido la secretaria general de la Presidencia. Muchas veces menospreciada en su capacidad política, Karina Milei organizó el partido La Libertad Avanza a nivel nacional y desafió deliberadamente al macrismo en la ciudad autónoma para iniciar las tareas de demolición de su hegemonía porteña.

Resultado: el macrismo quedó electoralmente jibarizado; de los casi 800.000 votos que recaudó en la primera vuelta electoral de 2023 se redujo a los 262.000 que premiaron a la boleta encabezada el último domingo por la disciplinada Silvia Lospennato.
Una caída de 500.000 votos y de 25 puntos porcentuales, haber sido numéricamente doblado por la lista de Manuel Adorni (“Adorni es Milei”) y haber aterrizado en el tercer puesto del ranking en el distrito que ha gobernado durante dos décadas no es una performance precisamente prometedora. Más bien le otorga plausibilidad a los apurados análisis que decretan el fin del Pro. No se trata necesariamente del fin (aunque Adorni haya sido un instrumento).

COMPLICIDAD DE LA VICTIMA

Lo que sí es claro es que la autoridad del apellido Macri ha quedado muy abollada y que la magnitud del fracaso electoral del Pro empuja a una parte considerable de sus cuadros dirigentes a mimetizarse más plenamente con su verdugo, y a ayudarlo mejor cambiando el amarillo por el violeta.

Con su alejamiento del escenario de la derrota y la cesión de la conducción táctica a Cristián Ritondo, Macri reincide en lo que María Elena Walsh denominó poéticamente “complicidad de la víctima”: facilita el proceso de traspaso de su electorado al redil libertario.
Intentó cooptar a Milei durante la campaña presidencial de 2023, debilitó así la candidatura de su propia fuerza y dejó a Patricia Bullrich fuera del balotaje, luego, con el Pacto de Accasusso, levantó sin contraprestación las barreras.

Reducido más tarde a quejoso degustador de milanesas en Olivos, simuló creer que los golpes que recibía desde el poder no eran provocados por el Presidente, sino por los dos malévolos catetos que cerraban el triángulo de hierro. Parece claro que Macri ya no está interesado en ningún “segundo tiempo”; sólo busca dejar la cancha sin que más tarde le presenten tarjetas rojas.

LO QUE NO MUESTRA EL MAPA

Lo que sugiere el último mapa electoral porteño -siempre centrado en el 50 por ciento que eligió votar-, es que los libertarios han ocupado la mayoría de las comunas capitalinas que antes dominaba con claridad el PRO, particularmente las de la zona Norte, que alojan mayormente a sectores de la clase media más empinados (o menos deprimidos), mientras que el tradicional eje que abraza aal norte y al sur a la Avenida Rivadavia, donde el PRO suplantó en su momento al voto radical, esta vez le dio el predominio a la lista de Leandro Santoro, un alfonsinista impregnado de peronismo progresista. El sur porteño que votó, también votó a Santoro, conservando en esas comunas la presencia peronista.

Que ninguna comuna esté pintada ahora de amarillo cuando hasta hace diez días casi todas lo estaban, no significa que el electorado PRO haya desaparecido de esos enclaves, simplemente el partido perdió la hegemonía y una parte de los votos que antes lo beneficiaban se volcaron ahora hacia libertarios, santoristas o hacia Horacio Rodríguez Larreta, que cosechó un muy digno 8 por ciento (más de la mitad de lo que obtuvo Lospennato) con un programa que retoma las ideas de gestión que él llevó adelante como jefe de gobierno y como CEO de los gobiernos de Mauricio Macri en la ciudad.

EL TRASPASO

Así, el mapa indica que el traspaso de capital porteño del PRO a los libertarios es más plausible en las zonas económicamente más satisfechas, pero en la mitad más golpeada de la ciudad (clase media-media, clase media más empobrecida, trabajadores) se puede insinuar una oposición al mileísmo apoyada en raíces radicales y peronistas, más o menos agiornadas, más abiertas al mercado que generaciones previas pero también apegadas a las funciones básicas del Estado como factor de equilibrio y contención social.

En cualquier caso, mientras el traspaso a la red libertaria tiene las tranqueras abiertas y un gobierno nacional que lo cobija, las otras vías no están construidas aún. Son solo una posibilidad. Y la clave está más allá de la Ciudad Autónoma: esa clave depende de la suerte de las reformas que Milei encarna, la primera de las cuales -pero no la única ni la última- es la erradicación de la inflación, a la que el Presidente le puso fecha: mediados de 2026.