Opinión
Una mirada distinta

El virus menos pensado

Desde el cuento de los tres chanchitos, si la casa está mal construida se derrumba al primer soplido

Esta nota no tratará sobre las consecuencias en la salud pública del corona, dada la evidente ignorancia sobre el manejo y control epidemiológico del autor. En cambio, se concentrará en las implicancias socioeconómicas y financieras que puede acarrear no por sus efectos directos, sino por el pánico y la histeria que se están provocando por la difusión farandulesca y por el mecanismo de combate con tono desesperado que parecen haber elegido tanto los entes internacionales como los gobiernos, para mostrar su preocupación y su ocupación en el tema.

Los expertos bursátiles saben que no es la racionalidad lo que dispara las purgas a los excesos del sistema, o pincha las burbujas, como se quiera expresarlo. Lo mismo aplica a las economías. Siempre hay un hecho fortuito, que comienza como una casualidad o una eventualidad y que termina haciendo el ajuste que los gobiernos -casi unánimemente demagogos económicos- no se atreven a hacer ni a aceptar que hace falta. 

Ese ajuste no es nada más que la reacción automática ante hechos irresponsables de igual magnitud que perpetraron los políticos para evitar las consecuencias de sus propios dispendios populistas más o menos embozados. La salida de Nixon del patrón oro debió ser una advertencia que nadie quiso oír sobre la manipulación monetaria que se avecinaba. Casi una inflación sistémica mundial de largo plazo. Una devaluación continua de la moneda. De todas las monedas. Desde ese momento en adelante todo se trata de un juego burocrático de bancos centrales, que, pese a las declamaciones, responden tarde o temprano a las políticas de sus gobiernos.

SIN SANACION

Para simplificar, el sistema que llamámabamos occidental tiene cada vez menos de capitalista. Los políticos quieren evitar la recesión sanadora que curaría los males que ellos mismos provocan con sus manoseos monetarios, la inflación, las regulaciones de todo tipo, que terminan por descuajeringar el mecanismo de precios relativos, la calidad de la inversión y suboptimizar la asignación de recursos, para lo que no se ha encontrado mejor mecanismo que la libertad. 

Para eso, usan excusas técnicas, como el endiosamiento de las ecuaciones keynesianas, las teorías de Nash, la moderna teoría monetaria, la verticalidad de la curva de Phillips, (cuya exactitud estadística nunca pasó los cartabones técnicos) que tratan de justificar finalmente que la emisión no generará inflación. A ello se agregan las crisis verdaderas, como la de 2001, el deliberado déficit inventado por Bush hijo, con la exuberancia irracional que nunca pudo explicar Greenspan, o la de 2008, que debió terminar con muchos banqueros y funcionarios presos, pero que terminó con Bernanke -supuesto especialista en la depresión del 30- tomado de la mano con ambos partidos americanos y emitiendo moneda y deuda, comprando papeles privados en la bolsa, salvando bancos y aseguradoras aventureras, arrastrando al mundo a un proscenio de tasa cero, una aberración que ninguna versión del capitalismo ni del liberalismo puede aceptar, porque significa nada más ni nada menos que se ha quitado el único gálibo que mide la calidad de los proyectos y la inversión. 

El Banco Central Europeo, que junto con la UE toleró el déficit y la mentira presupuestaria como regla, además del endeudamiento alevoso, copió y mejoró la barbaridad. Como consecuencia, la deuda de países y empresas en el mundo está absolutamente desconectada de la rentabilidad y la viabilidad de sus propuestas y proyectos. Siguiendo la más clásica ley económica, estos desequilibrios se deberían arreglar con una importante recesión. Pero esa palabra es kryptonita para los políticos modernos. (Lo de moderno no usado como adjetivo virtuoso) Por eso nunca dejarían que ocurriese, porque como a todo populista, les costaría el poder en todos los países y se evidenciaría su farsa intelectual y social. 

En lo político, la cereza que corona (con perdón del término) la torta del desastre es la aparición de personajes como Trump, que decide llevar adelante un proteccionismo grosero en el modo y en las consecuencias, y romper la globalización que ya no se puede romper alegremente. Tampoco aceptará que su delirio antiliberal y aún anticapitalista desembocará en otra recesión. Los populistas siempre se adjudican los dos o tres primeros años de aparentes buenos resultados y culpan a cualquier factor externo por los fracasos posteriores consecuentes en el mediano plazo. Para calmar el enojo de sus seguidores cebados, culpan a alguien de sus males, o a algo. Siempre hechos o acciones externas. Nunca consecuencia de sus acciones. La evidencia empírica es siempre negada u ocultada por el populismo, en definitiva un formato de planificación central con todos los defectos inherentes.

SUMA DE DISLATES

El resto del mundo está atrapado en esa suma de dislates, o es socio en la idea. Como Johnson y su Brexit, que no sabe para donde continuar pero que ya le ha costado carísimo al Reino Unido, que sigue en una incertidumbre explosiva, o implosiva. Ese mercado global está llegando a un deadlock, a una inexorabilidad de consecuencias latentes en el que todos sus protagonistas están esperando que algo pase. Porque las políticas aplicadas desde hace una década son las mismas que se aplicaron en la década del 20, que estallaron en 1929 y 1930.

Sobre esa casa construida con tan frágiles cimientos y paredes, empieza a soplar el covid-19. Que además de los efectos más simples de retracción de la actividad y el consumo que se produce por la lucha mediante la cuarentena de ciudades o países enteros, va camino a producir pánico en todos los ámbitos, con razón o no (La fiebre de los barbijos es un ridículo ejemplo). Porque cualquier epidemia de gripe produce más muertos, porque mueren por sarampión 140.000 personas. Pero la incertidumbre que se ha creado con el drama del ciclovirus tiene a paralizar la esencia de la globalización.

También la migración libre de las personas, uno de los pilares del concepto liberal, que tanto odio produce porque los monopolios sindicales se comportan igual que los políticos y son populistas con sus afiliados. Y que sin embargo es la base de la efervescencia, de la salud de la sociedad, de su adjudicación de recursos, de la movilidad social.

Esa retracción de proyectos, de toma de riesgo, de crecimiento, unido a un mundo erigido sobre pilares frágiles, pesará sobre el mercado global. Sobre el bienestar, el crecimiento y el crédito. Si en cambio el panorama fuera el de una economía universal sólida, construida sobre cimientos firmes, con mecanismos de reaseguro y garantías de autocorrección, con una tasa de interés auténtica y no stalinista, el ciclovirus no sería más que una posible pandemia. Ahora puede ser el Armageddon.

Por supuesto los analistas protasa cero ya salen a descontar tres bajas de 0,25 puntos, que es justamente lo que reclamaba Trump antes del virus. Casualidad, por supuesto. A este paso, en nombre del aislamiento, se parará la economía y vendrán la recesión y los defaults masivos y la gente no morirá de coronavirus, morirá de hambre como en la Gran Depresión. 

Y si el lector quiere imaginarse escenarios más complicados, puede poner la mirada no solamente en la escasez de crédito o en las corridas de las bolsas y de los bonos que seguirá. Puede pensar en lo que pasaría si cada uno, por miedo al virus o a la irresponsabiliad acumulada y compartida, fuera y le dijera a su banco que quiere llevarse sus fondos a su casa. El pánico injustificado combinado con el multiplicador keynesiano es mucho peor que una pandemia. Y más mortal.