Opinión
UNA MIRADA DIFERENTE

El sepuku de China

Como si la hubiera importado, la legendaria ceremonia ritual sagrada de los samurais japoneses, define lo que está haciendo Xi Jinping con su país.

Hace medio siglo, Richard Nixon traiciona los acuerdos de Breton Woods y decide, casi en secreto y sin demasiadas explicaciones, romper la convertibilidad del dólar con el oro, y condenar al mundo a dependiente de una moneda totalmente fiduciaria, casualmente la estadounidense. Reemplaza así el respaldo del dorado metal por el poderío bélico y la potencia de la economía norteamericana, decisión que consolidaría el Orden Mundial que su país custodió y que defendió tanto con su peso económico como con su descomunal fuerza militar, ayudado por su sistema de inteligencia global. 

Apenas un año más tarde, el propio Nixon, aconsejado por su brillante asesor y luego Secretario de estado Henry Kissinger, viaja en secreto a China y se entrevista con el poderoso Mao Tse Tung (Mao Zedong) y pacta, también en secreto, un acuerdo lleno de cláusulas igualmente secretas (Nixon amaba los secretos, una forma más de totalitarismo) Por eso es difícil analizar con exactitud semejante paso. A estar por lo sucedido de ahí en más, se trataba de un pacto de hipocresía. China no formaría un eje con la URSS, percibido como el enemigo integral por Occidente en esa época, pero no dejaría de declararse amigo de los soviéticos y del Socialismo, aunque de un socialismo chino, sea lo que fuera que eso significaba. EEUU cerraría los ojos al sinocomunismo singular, toleraría con rezongos de compromiso la opresión de Mao, y hasta permitiría diversas clases de intercambio entre ambos países, o ambos regímenes. Siempre solapadamente. 

Allí comienza entonces a aparecer la figura de un estadista controvertido (como todo estadista) verdadero autor de la China moderna, que sufre el destino de vaivén continuo de los sistemas de partido único, y transcurre varios años oscilando entre ser un enemigo declarado del régimen a ser considerado el número dos de Mao, hasta terminar siendo primero su virtual regente y luego, a su muerte, el líder indiscutible de la potencia asiática: Deng Xiaoping

Se separa del estalinismo de Mao y de su fracasado Gran salto adelante, (donde seguramente debe haber sufrido el trastorno del twisting, como Simone Biles, ya que mató de hambre a millones de compatriotas) y lentamente, como corresponde a la filosofía oriental, se aleja del comunismo dogmático y ciego maoísta, que había obtenido resultados horribles similares sin tanto salto. 

Giro copernicano

Deng ensaya allí su giro copernicano, siempre con la hipocresía mutua como sistema, que comienza con su antigua frase "no importa si el gato es negro o blanco, sino que cace ratones", y avanza hasta lograr una importante reciprocidad de Estados Unidos, o de todo Occidente, si se prefiere: una especie de Plan Marshall posguerra, pero sin guerra previa, por el cual el capitalismo acceda a hacer de cuenta de que China cumple con las reglas del sistema occidental democrático y China comienza a dar pasos, algunos leves , otros importantes, para parecerse a sus nuevos socios. No muy distinto de lo que antes había hecho Estados Unidos con sus antiguos enemigos, Alemania, Italia, España y Japón, sobre cuyo nivel de salarios, trabajo esclavo, inequidades en los sistemas de producción, respeto por la ley de patentes y sus regímenes de gobierno nunca pareció importarle.

Si alguien tuviese alguna duda sobre esta afirmación, bastaría que googlease para ver cuál fue la reacción occidental y las sanciones frente a la matanza de Tiananmen, en 1989. Y ya que están, la de 1976 en el mismo lugar.

Luego se las ingenia para mantenerse alejado de ese horror, que fue responsabilidad del partido. En rigor, todo su mandato transcurrió tratando de gambetear, con éxito, la ideología del partido y su influencia o disconformidad. Su sueño era hacer de China una potencia económica y financiera, no un mártir barato de la prédica comunista como el Che o Trotsky, sin importar de donde viniera la bala o el golpe de piqueta mortal. Que el gato cace ratones, para resumir. 

Por eso hasta hace poco China no se expidió claramente con ninguna decisión concreta sobre su sistema económico, ni su relación con Rusia, ni sobre su inserción en el mundo, ni sobre ideologías, ni sobre nada, salvo contradicciones, declaraciones indignadas formales a favor de dictaduras comunistas en el mundo, alguna limosna arrojada a países miserables como Cuba o Venezuela, o alguna propina repartida a guerrilleros asesinos para satisfacer al partido. Del lado norteamericano, quienes siguen la historia de la política internacional, no podrán dejar de recordar, además del horror sin sanción de Tiananmen, el humillante momento en que el embajador de Taiwán es expulsado del recinto de las Naciones Unidas en 1971, a pedido norteamericano , y por la otra puerta entra al proscenio el embajador de China, miembro pleno con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU desde entonces. Hipocresía. La necesidad de parar al comunismo, su avance en Asia y la temida unión ideológica con la URSS, primaba por encima de toda ética global.

La advertencia no fue olvidada

Pero la advertencia de Tiananmen no fue olvidada por Deng, que se juramentó que nunca volvería a ocurrir semejante masacre en su país, como si los muertos hubieran votado. Por eso, puesto a mejorar las condiciones de trabajo y el empleo, la pobreza, el sistema de salud, la concentración poblacional en el campo, fuente de miseria y el desamparo sanitario absolutos, y en la obligación de alimentar y cuidar una población de un tamaño y un crecimiento que metían miedo, hace lo que cualquier líder sensato haría: recurre al capitalismo. Pero no lo hace abiertamente, porque el partido comunista no se guía por la razón sino por el fanatismo primitivo y se comporta como un escorpión que puede comerse a todas las ranas, aunque sean salvadoras. 

Por eso no hace declaraciones, más allá de la Gaige Kaifang (Reforma y apertura) una especie de perestroika que puede querer decir cualquier cosa. Y mientras mantiene conforme al partido comunista y al socialismo con esa hipocresía sistémica, elimina el mecanismo de colonización agrícola, trae masivamente gente de la campaña a formar grandes ciudades, (luego las reduce inteligentemente a no más de un millón de habitantes) y produce una descentralización de la planificación central, si bien no con el criterio occidental, sino bajo el expediente casero y nuevamente hipócrita de permitir que los gobernantes regionales y hasta municipales “hicieran trampa” y gambetearan las decisiones del gobierno central para adaptarse a necesidades locales y de proyectos de inversión internacionales, o de exportación, que poco a poco, comenzar a evaluarse del mismo modo y con los mismos cartabones que en las economías del primer mundo. De nuevo, nada de todo esto de modo formal, sino con subterfugios, recovecos, trampas, omisiones toleradas, mentiras consentidas y sobreentendidos. 

No muy distinto que el comienzo de la segunda revolución industrial americana, florecen los robos de tecnología, patentes, infracciones y litigios, consentidas no sólo por el gobierno chino sino por occidente, que, a medida que la tecnología de los asiáticos comienza a ser confiable , más barata ya veces mejor que la propia, cierra los ojos a los excesos, inconductas y robos y comercian hasta la integración just in time, con un gigantesco socio que ofrece productos más baratos y es simultáneamente un gran proveedor y un gran cliente. 

Se llega así a una instancia en que China tiene la clase media más grande del mundo, con salarios que compiten o superan a los de Estados Unidos. Y en lo financiero, también la hipocresía surge cuando se plantea el lógico interés de las grandes empresas multinacionales y los inversores por participar de la economía china e invertir en ella, con un doble objetivo: el de obtener utilidades y el de controlar el accionar de las empresas, misteriosas hasta ese momento. Entonces, se inventa la figura de la VIE o Entidad de interés variable, otra hipocresía. Es el sistema por el que se puede invertir directa y legalmente en China, algo totalmente prohibido por sus leyes, o sea las del partido. Se trata de empresas off shore creadas con un supuesto titular chino, pero cuyos accionistas son inversores internacionales que poseen una decisión total sobre la empresa. No muy diferente a lo que otrora eran las panameñas. Y con la misma legitimidad y seguridad jurídica, o sea ninguna. 

Doble estallido

Las dos jugadas citadas de Nixon comienzan a estallar al unísono desde 2000 en adelante. La presidencia de G.W.Bush fue fatal para el Orden Mundial conocido. O lo dejó huérfano. (Ver la opinión del propio Kissinger en su libro The World Order, 2017) Desde su proclamada decisión de que su país no debía ser el gendarme del mundo, hasta su festival de irresponsabilidad con las desregulaciones bancarias que permitió bondadosamente Alan Greenspan y que debilitó toda confianza sobre el sistema bancario occidental. Rematada por la delirante seudosolución a la crisis de 2008, fruto de las medidas catastróficas del precario presidente y manejadas luego de emergencia por Obama y su equipo, que, muertos de miedo, recurrieron a terminar de destruir la confianza universal en su moneda y en su sistema financiero, salvando de la cárcel, de paso y sin quererlo, (habrá que pensar así) a un hato de ladrones banqueros y empresarios que estafaron a sus accionistas, a sus clientes y a la sociedad americana y mundial.

Con las empresas sobreendeudadas por la gula de los CEOs por valorizar las acciones sin el paso previo del éxito, y muchas veces por su ineficiencia y su incapacidad de competir, Estados Unidos y todo Occidente comienzan a bregar por dos objetivos: devaluar el dólar, forma fácil de pagar la deuda, y obligar a China, recién ahora, a aplicar los mismos estándares de regulación americanas, no ya salariales o sanitarias, donde China está mejor, sino en medio ambiente, jornadas de trabajo y otros aspectos forzados que admitirían dudas y discusiones, pero que impiden los tratados y obran como proteccionismo eficaz. 

A eso se agregó una disconformidad creciente en muchos sectores de población que han sido desplazados no exactamente por la competencia china sino por la obsolescencia natural de procesos y productos, y cuyos gobiernos estatales o locales y aún nacionales, no han sido capaces de promover alternativas o fomentar la capacitación o donde los mismos interesados ​​carecen de interés por reciclarse, dicho en términos poco humanos, perdón. Ellos ayudan al triunfo de Trump, que finalmente hace lo que le piden sus votantes: emite un grupo de órdenes ejecutivas o decretos que imponen tarifas a China, y de paso a Europa y Asia, penan a las empresas norteamericanas que invierten o comercian en ciertas áreas con el gigante asíatico, promueve la baja de la tasa de interés para que la deuda no pese, y para que el dólar se devalúe, junto con el fomento a la inflación que todo ello implica. Todo en nombre de la invasión de la privacidad, la seguridad interior, etcétera. 

La llegada de Biden no mejora eso. Lo empeora. Ahora en nombre de la lucha contra el comunismo y la dictadura, de lo que parece Estados Unidos se ha dado cuenta recién ahora. Como si Tiananmen, Taiwán, y aún Mao no hubieran existido nunca. 

China rompe su pacto

Del otro lado, también China rompe su pacto. El núcleo del concepto Kissinger-Nixon, la idea de que al convencer a China de las ventajas del capitalismo y de los resultados espectaculares que aún su imperfecta adopción del sistema le produjo, se la iría llevando a un sistema democrático, ignorando generosamente que la misma democracia está mostrando la llaga de sus dictaduras toleradas en varios países. El advenimiento de Xi Jinping, que no es un estadista sino un dictador, ya venía desafiando ese justificativo moral, para ponerle un nombre. Un dictador necesita al partido, en especial si es único, en especial si es comunista. 

El partido le permite escudarse, se transforma en su excusa, su arma y su salvoconducto. Le permite pasar por sobre todas las lógicas, todos los razonamientos, todos los acuerdos, toda la evidencia empírica y todas las conveniencias sin explicación ni justificación alguna, y hasta le permite romper lo que funciona bien. 

Por razones justas o no, entendibles o no, Estados Unidos y China han roto su pacto. No hay duda de que China va en camino imparable a ser la primera potencia económica del mundo, pese a todo. No hay duda de que Estados Unidos no encuentra el camino para superar su decadencia, salvo el de no competir. Ambos serán lo que deban ser, pero con economías semi-cerradas o castradas, sin competencia y sin avances. Tristes. Lo peor que les puede pasar es disfrazar esa situación de una competencia ideológica-moral, tan hipócrita como todo lo que ha caracterizado su relación hasta ahora. 

El comunismo, o la excusa del comunismo, se limita a tomar la riqueza producida por algún sistema previo de más libertad y repartirla con menor o mayor justicia hasta que se acabe, privilegiando siempre a su burocracia, y endureciendo la dictadura en el momento en que la riqueza se consume. China en cambio podía alegar que con su capitalismo disimulado y a veces corrupto había creado riqueza, no la había confiscado y redistribuido,  que había bajado la pobreza y sus efectos de modo notorio, que había creado la mayor clase media del mundo en 30 años. Y hasta había esbozado un cierto respeto a la libertad. Ha empezado a perder esos logros. Los seguirá perdiendo con este autócrata iluminado. 

Como para agravar una situación donde las dos potencias principales parecen no entender cómo funciona la riqueza y el bienestar, y entran en un concurso de divagaciones arcaicas sobre principios que ya no tienen, ahora China toma represalias por algunas medidas estadounidenses. No se puede pensar de otro modo cuando a pocas horas del lanzamiento en la Bolsa Americana del IPO de Didi, la gigantesca empresa de Taxis china, impide el funcionamiento de su app con argumentos de privacidad inentendibles, generando una pérdida instantánea del 40 o 50% a los inversores. O su destrucción deliberada de la empresa online de Tencent, con iguales argumentos trumpianos y su daño sistemático a Alibaba, ambas con fuerte inversión internacional. 

Un párrafo especial para su decisión totalmente ideológica de impedir que el “capital” penetre la educación china, destrozando con una sino-bula un negocio de 100,000 millones de dólares y lo que es peor, una colosal fuente de conocimiento, inserción mundial y experiencia para sus profesionales. 

La súbita sumisión al partido, falsa como la de Fidel Castro o la de Maduro, le cuesta caro al mundo y también a China. Todo dictador tiene una cuota importante de estupidez, si se perdona la falta de estilo y el exceso de franqueza de la columna. 

En stand by

El espectro financiero global acaba de poner en stand by sus inversiones en China, ahora a un paso de ser consideradas de alto riesgo por estar sometidas a la inseguridad jurídica instantánea de un unicato que decide en un impulso sobre los patrimonios, la suerte, los éxitos y los fracasos de las empresas, sus inversores, sus ejecutivos, sus empleados, sus clientes y sus asociados en todo el mundo. 

Hay un miedo adicional que sería el colofón, el golpe final que cierre la economía china hasta que se ahogue en su proteccionismo y su resucitado sistema apto para dictadores. El miedo de que mañana o pasado, como venganza, como represalia o por ideología, se decrete ilegal el régimen de VIE, u off shore, que es el que grandes bancos globales y fondos han usado para invertir localmente. Y no hace falta demasiado. Sólo una orden interna del mismo grado que el que se ha usado para matar a Didi o a la educación privada.  Parece increíble que monstruos de las finanzas tomen decisiones basados en estas instituciones jurídicas precarias y frágiles. Es parte del problema. El hecho es que la amenaza existe y no está lejana. 

Y esos inversores y sus clientes pueden perder una fortuna o quebrar. Una catástrofe universal.  Parecerá cinematográfico, pero es así. China también ha empezado su inmerecida decadencia. Como alguna vez evaluaran Nixon y Kissinger, el comunismo es incompatible con el bienestar.  Mao no lo entendió nunca. A Deng le tomó 30 años aprenderlo, a Xi Jinping no le importa, aunque sea un suicidio

Prepárense: se viene la invasión de profesionales chinos. Y eso sí arrasará con el empleo que queda. Mientras tanto, los países pequeños no deberían caer en el error de participar en esta lucha. Que se peleen los dioses. Los pequeños proveedores de aceite de copra, cabras, cacao y algodón, sigan vendiéndole al que puedan. No se metan en esta pelea. Es un sepuku chino global, si se perdona la franquicia idiomática. 

Cuando los ciudadanos chinos comiencen a sufrir los efectos de estas políticas, una vez que han comprendido las ventajas del capitalismo, aún limitado, tal vez no permanecerán tan pacíficos, ni alcanzará Tiananmen para albergar su protesta. Entonces se verá la razón por la que el comunismo necesita dictadores, y viceversa.  

Corolario: mientras, el capitalismo anestesiado por la emisión duerme su sueño final arrullado por la Fed, en China ya no da lo mismo que el gato sea negro o blanco. Ahora sólo sirve si es amarillo y rojo. Y en todas partes los ratones están en su apogeo, reproduciéndose alegremente.