Opinión

El sentido de un ­resultado providencial­

El rechazo del Senado a la despenalización del aborto significó la derrota de la aparentemente imparable "ola verde". La explicación debe buscarse en la "ola celeste" que no vieron los medios de comunicación. A partir de ahora, el laicismo militante será la nueva moda y los católicos, sus víctimas.

Todo venía preparado desde hace años para que fuera un simple trámite, la aceptación de un reclamo que se daba por mayoritario, el destino lógico al que llevaba una imparable "ola verde'', la consecuencia natural del globalismo liberal-progresista. Pero no fue así. En una votación de relevancia histórica que no será perdonada por los poderosos de este mundo, la Argentina le dijo no al aborto. ¿Cómo fue posible semejante osadía?

La explicación más sencilla es que también hubo una "imparable'' ola celeste que los medios de comunicación masivos, inagotables promotores del abortismo, se negaron a ver y trataron de ocultar. Y que durante todo el "debate'' en el Congreso eligieron definir como "presiones de la Iglesia'' sobre determinados legisladores, sin hacer el menor esfuerzo por verificar su origen, alcance y magnitud.

Pero no fue eso lo que sucedió. La ola celeste se gestó sola, creció desde abajo hacia arriba y no la impulsó ninguna jerarquía. De hecho, usando metáforas de la política, puede decirse que incluso dentro de la Iglesia "las bases'' desbordaron a sus líderes y los empujaron a actuar y a pronunciarse con decisión y sin tibieza.

Esta movilización popular, extraordinaria desde todo punto de vista, se manifestó en cuatro grandes marchas en la ciudad de Buenos Aires y alrededores; en decenas más en el interior del país, en especial desde Córdoba hacia el norte; en cadenas de oración, ayunos, procesiones, y, factor clave, en un incansable activismo en las redes sociales.

Aunque no excluyente, la religión fue el común denominador de la gran mayoría de los que se movilizaron. La posibilidad de que se legalizara el aborto y los argumentos muchas veces desquiciados que se esgrimieron en su defensa, tocaron una fibra sensible en millones de personas que, con toda razón, vieron que el proyecto cruzaba la frontera del más elemental sentido común y abría la puerta a una larga lista de aberraciones.

En un mundo en el que, como advirtió Benedicto XVI, la Fe parece una llama a punto de apagarse, el proceso también reveló la supervivencia en nuestro país de una religiosidad ferviente y comprometida, nucleada en grupos de jóvenes y, más singularmente, en mujeres jóvenes. Esta realidad, ignorada por los especialistas y despreciada por los medios, no puede verse más que como una vivificante gracia de Dios.

Todo eso lo saben bien los ideólogos del aborto. Su anticristianismo, que no pudieron ocultar en buena parte del agotador "debate'' legislativo, quedó condensado de manera muy clara en el discurso final que pronunció el senador Miguel Angel Pichetto en la madrugada del jueves. Soberbio, prejuicioso, historicista ("El No gana esta noche, pero el futuro no les pertenece'') y anticlerical, su mensaje, de una llamativa dureza contra la Iglesia y sus fieles, fue a la vez un lamento y un plan de acción. A partir de ahora, el laicismo militante será la nueva moda y los católicos, sus víctimas.

Por eso la genuina alegría ante la derrota de una ley inhumana y anticristiana no debe ocultar el hecho de que vendrán días de prueba para los creyentes, quienes una vez más estarán llamados a librar el "buen combate'' y dar testimonio de su Fe, acaso hasta el extremo del martirio.