Opinión
UNA MIRADA DIFERENTE

El peligro no es la IA. Son los ESG

De a poquito, de a poquito, el sistema económico mundial se parece cada vez más a una dictadura de las novelas distópicas, o a la URSS, ni siquiera a China.

Muchos se sorprendieron del alarmismo de supuestos científicos que advertían del daño que podía causar a la humanidad la Inteligencia Artificial, como ya se ha comentado aquí. Por supuesto que rápidamente se adivinó que se trataba de un accionar comercial  de un sector perdedor ante las ventajas en el avance del desarrollo de sus competidores, algo que acostumbran a hacerles a sus clientes desde hace décadas Bill Gates & amigos. Habrá que recordar que en 2000 el inefable Bill sostenía que Internet y el mundo online no tenía futuro comercial. 

Al mismo tiempo, también se maravillaron quienes leyeron desprevenidos al brujo demowokista Yuval Harari sobre las maravillas que la IA prometía para uso médico, financiero y otros multiusos, culminando con el Chat GPT que hace resúmenes de todo lo que ha investigado y escrito el ser humano, o eso dice. Por lo menos hasta ahora, cualquiera que ha sufrido los avatares (dicho en el sentido de la primera acepción de la RAE) de la atención telefónica y de reclamos y servicios al cliente que utilizan la IA, pensará distinto, como quien se ha tenido que someter a la “atención médica” no humana, sin auscultación, ni vistazo de pupilas, ni diálogo, ni interrelación alguna con un médico. 

Tampoco las apps de los bancos e instituciones parecen lucirse, y por lo menos por lo que se ve hasta ahora, cualquier reemplazo del ser humano parece destinado a despreciar y ningunear al cliente, más que a atenderlo. Cientos de millones de testigos entenderán este concepto, como lo entenderá cualquier abonado al sistema monopólico de comunicaciones argentino, empezando por Telecom. 

Por ahora no parece demasiado serio decir que se trata de una amenaza mundial, ni de una dictadura de las computadoras del tipo de las distopías literarias. Más bien la sociedad ya está suficientemente amenazada por las dictaduras existentes o en proceso de gestación de políticos humanos en todo el mundo, vía las regulaciones, prohibiciones, proteccionismos, amenazas de catástrofes, fines del mundo diversos, meteoritos y marcianos.  

Seguramente habrá avances positivos e importantes en esta tecnología, pero no parece que sus consecuencias, por importantes que fueren, alcanzan para su prohibición, por lo menos no ha sido así el caso de todos los grandes inventos conocidos hasta ahora, desde el tenedor en adelante. Además, aunque ahora se intente redefinir el concepto, por inteligencia artificial se entiende una máquina o soft capaz de autoprogramarse, y adicionalmente se está presuponiendo que ningún humano podrá deshabilitarla. 

Más destructiva y real

El miedo a que con el uso de esos recursos se facilite la creación y diseminación de fake news parece no considerar que el relato comunista, progresista, kirchnerista o afines, desde el materialismo dialéctico en adelante, ha creado y sostenido la mayor cantidad de mentiras y falsedades sin ninguna prueba, mediante el simple recurso de negar las evidencias, y hasta la misma existencia de quienes se les oponen. Peor inteligencia artificial que esa, difícilmente se consiga, y sin necesidad de Chats de ninguna clase, simplemente usando la credibilidad infinita de los ciudadanos y su miedo a vivir, su poca memoria, y la esperanza de que alguien les solucione sus problemas de bienestar, riqueza, ignorancia, la imprescindibilidad de tomar riesgos y aportar esfuerzos y sus más secretos resentimientos de pleno derecho, por el solo hecho de existir. Borges pareció anticiparlo en algunos de sus cuentos.

Sin embargo, se está gestando una amenaza real, más destructiva y real que la IA y que todos los usos que se puedan imaginar de la misma: la implantación de los estándares ESG. 


En este momento los lectores se estarán preguntando de qué cosa está hablando la columna, y cuál es la tremenda amenaza que implica esa nueva sigla que se agrega a todas las siglas demoníacas y antidemocráticas que hoy gobiernan o intentan gobernar al mundo.

¿Qué son los estándares ESG? Como tantos otros de los mecanismos implantados en la opinión pública y en las instituciones mundiales, es una idea que viene cocinándose hace más de 20 años, muy de a poco y gradual y solapadamente, como todas las siglas, entidades, instituciones, comisiones, observatorios, entes supranacionales, desde la idea babélica de un nuevo idioma inventado por analfabetos que supuestamente debe suplantar a las raíces del entendimiento entre los seres pensantes, pasando por el supuesto derecho a ser algo distinto a ser hombre o mujer o a tener el derecho de borrar las decisiones de la naturaleza, las mareas, el cambio climático, la lluvia, la familia, el pasado, la historia y hasta la Biblia. 

Se trata de la aplicación de un nuevo índice, del estilo de los conocidos Credit Ratings, que calificará a todas las empresas mundiales según su grado de cumplimiento de tres grupos de estándares,

* E (Environmental) El apego y cumplimiento de todas las reglas que hacen a la protección del medio ambiente, incluidos el cambio climático, el uso o producción y extracción de combustibles fósiles, y todo aquello que guarde relación con la protección de la atmósfera y la tierra. Esto incluye específicamente el Pacto Verde de la Unión Europea, y cualquier otro tratado de comercio o no que incluya estos criterios. 

S (Social) El apego y cumplimiento de todas las reglas que aseguran la igualdad de género, de sexo, de color, de derechos trans, lesbianos, gays, sensibilidad, incluidos los derechos del menor a mutilarse y a no educarse, y el derecho de los educadores a no educarlos, o deseducarlos. Esto se aplica tanto a sus relaciones con el personal como a las relaciones con toda la comunidad, publicidad, productos, soporte financiero, financiamiento, compra de insumos, etc. 

G (Gobernanza) Es el análisis de la calidad del management de cada empresa, su probidad, su eficacia, su decencia, sus contratos, sus prácticas de contralor y el apego y cumplimiento de todos los puntos anteriores, incluyendo el no comprar productos de esas empresas, no financiarlas, ni invertir en ellas y sobre todo, que no caigan en lo que se denomina greenwashing, es decir, que no fijan cumplir esas reglas pero lo hagan sólo formal o superficialmente.  

Por supuesto a nadie se le ha ocurrido comenzar por aplicar este tipo de medición y escrutinio a los gobiernos de cada país, que están exentos de semejante invasión y ataque a la voluntad popular. Trate de entenderlo si puede. 

El misterioso dedo

Las reglas y estándares de procedimientos a cumplir han sido determinados y continuarán ampliándose mediante mecanismos de asamblea a mano alzada, o por comités o comisiones que no sólo no tienen ninguna legitimación de voto democrático, sino que son mandatos u órdenes internacionales que además no necesariamente incluyen individuos capacitados y formados técnicamente en cada uno de los puntos, que obligan a todas las empresas y países y que son designados a dedo y misteriosamente.

Para usar un ejemplo por todos conocidos (y sufridos) ese mismo procedimiento gradual, de maduración lenta y con objetivos cambiantes cada año, fue el que usó el FATF-GAFI, un grupo de tareas sin ninguna entidad, inventado por el G7, que comenzó con otro formato y nombre  hace 3 décadas cuando vigilaba los movimientos financieros de los traficantes de armas y de trata de personas, para terminar creando un sistema legal dentro de cada país con reglas y obligaciones impuestas por un sistema internacional paralelo que termina vigilando si usted en su cuenta deposita más de cinco mil dólares por año. Ese proceso se terminó de instaurar con la excusa del atentado a las Torres Gemelas, que dio soporte a la Patriot Act, la expresión más rotunda de la negación de derechos aplicada en Estados Unidos y el mundo todo en 300 años. 

La idea es que una serie de entidades se especialice, mediante un fee obligatorio que se cobrará a las empresas, en calificar a las empresas según el cumplimiento de esos índices, tal como ocurre hoy con los credit ratings de todas las empresas y países, que no solamente determinará el costo del crédito que cada empresa tendrá, sino que impedirá o encarecerá hasta lo imposible invertir en esas empresas, o hasta tener negocios con ellas. 

Lo que quiere decir que a partir del momento de aplicación de este tipo de tratados (que está peligrosamente cerca de ser mundialmente obligatorio) cualquier reivindicación puede entrar en los estándares ESG, dictadas siempre por entes no democráticos ni científicamente calificados, y en consecuencia cualquier empresa puede entrar en la categoría de paria, leproso, o como se le quiera llamar, no importa si la razón es justa o no, no importa cuál si la práctica que se le exige es justa o no, es viable o no, es democrática o no, o lesiona más derechos de los que cree otorgar. Siempre en base a entes que no tienen ninguna autoridad. Y muy probablemente, creando un verdadero sistema de espionaje sobre el capitalismo en todas sus formas. 

Para tentar al mundo financiero, que hace rato ha dejado de ser ético, se estableció que la tarea de ranqueado será remunerada y podrá ser ejercida por ciertas organizaciones ya en funcionamiento, aunque una resolución del kremlin de la UE de la semana pasada ha puesto nuevas exigencias y límites a la tarea de esas calificadores de ESG, que deben mantener independiente su estructura del resto de las operaciones, lo que costará fortunas, que serán seguramente facturadas a sus calificados cautivos. Como se ve, nada más lejano a las prácticas democráticas y hasta de eficiencia, y sin posibilidad legal de cuestionarlas, en contra absoluta del derecho que tanto se vocifera respetar. 

Iluminados

Como se ve, ya ni siquiera el Estado, sino entes anónimos, disfrazados de “decisión de los inversores” una falsa apelación con que se propugna la idea, determinará lo que está bien o mal, lo que corresponde o no, en vez de hacerlo los interesados en invertir o comerciar con cada empresa. Lo que anticipara Hayek hace 50 años. Un grupo de iluminados, ni siquiera elegidos por la mayoría determinará quién es bueno y quién es malo, y quién merece crédito o no. Usted, lectora, póngale a eso el nombre que le parezca. 

Como el concepto es amplísimo, se pueden ir agregando requisitos o seudoderechos o supuestas medidas salvíficas del medio ambiente o de la felicidad, o de la invasión marciana, y quedarían automáticamente incorporadas al sistema. Una gran comodidad sin duda, para respaldar cualquier arbitrariedad. 

La acusación del Partido Demócrata americano, uno de los propulsores de esta idea, es que el Partido Republicano está oponiéndose frontalmente a esta idea, incluyendo los estados en los que es gobierno. Esta pelea marca claramente el carácter político de la decisión, su arbitrariedad y su intencionalidad e intención de saltarse por encima de las ya imperfectas y dudosas democracias locales, que sin embargo son aún un obstáculo para el wokismo. Se trata de un accionar eminentemente político, dentro y fuera de Estados Unidos, disimulado de necesidad universal de salvar al mundo, el famoso bien común de Rousseau, nuevamente, en contra del derecho y de la propiedad y decisión individual. 

Por supuesto que la UE, en quiebra, desesperada y en el momento de declinación de sus ideas y dispendios delirantes, es socia privilegiada y hasta innovadora en esta idea. Estos funcionarios no electos, nuevos dioses de la humanidad, de los que ya se conocen varios, se han unido a otros no electos, los directivos y propietarios de grandes bancos, fondos de inversión y compañías de seguros, para canjear su aprobación y su anuencia por tolerancia. No hay que olvidar que los culpables de las tres últimas grandes crisis financieras mundiales, rescatadas por los gobiernos y salvadas de la cárcel, han sido estas entidades y sus ejecutivos. 

No hay que extrañarse de que los grandes fondos de inversión, como Black Rock o Vanguard, mas importantes bancos y entidades de seguros, se hayan prestado a aparecer como caras visibles e impulsores de estas ideas, cuando ninguno de ellos podría enfrentar una auditoría de procedimientos, prácticas, políticas y transacciones realizada con seriedad e imparcialidad sin quebrar al instante. Larry Fink, el Chairman y CEO de Black Rock está en una línea similar a la de Bill Gates, con quien ha aparecido, junto con ejecutivos de Bloomberg en presentaciones públicas para salvar al mundo de las futuras catástrofes que alguna vez ocurrirán si no se comen gusanos. Muchas de sus críticas sufrieron a su vez varias críticas porque su Fondo, al menos hasta hace muy poco, financiaba a la empresa más grande del mundo en producción de armamentos. 

Manos sucias

Tiene sentido reproducir un comentario al artículo de la presente semana del Financial Times que ¡critica por demasiado poco lo que se hace en materia de intromisión ilegal en la materia! 

“Fitch suddenly did the very thing they resisted for years and set up an ESG team, only to appoint a white, male colleague from one of the corporates teams to head the newly created position - very socially responsible indeed...”

Que se traduce: Fitch (una calificadora de crédito) hizo lo que estuvo resistiendo por años y creó un equipo ESG, sólo para designar a un blanco, varón, miembro de los equipos corporativos para dirigir la reciente creada división –una posición muy socialmente responsable– (ironía)

 O sea, que un blanco, varón y con una carrera dentro de la empresa no es aceptable en la concepción del proyecto. Eso habla de los objetivos de quienes lo apoyan, que nada tiene que ver con el bien común que declaman. También de la incapacidad de quienes serán las manos visibles. Y sucias. 

En términos más técnicos, se trata de una auditoría permanente atípica y paralizante. Unos auditores incapaces que controlan algo que tal vez suceda en algún momento futuro, como el derretimiento del Ártico o el enfriamiento glacial de los polos, y para peor, va a producir resultados ciertos catastróficos y una gran confusión en muchas empresas, que ni siquiera tendrá un camino legal para defender sus derechos. Y muchos inversores sufrirán grandes pérdidas con estas ideas autocráticas. 

Como efecto colateral, habrá un encarecimiento importante de los costos no sólo de las empresas censuradas, sino de todo el sistema. Y no hay límites a las prohibiciones, reglas, movimientos o reclamos que pueden gatillar el ostracismo y la muerte de miles y miles de empresas. 

Hay algunos aspectos peores. En 1949, el gran economista e inversor Benjamin Graham, profesor de la Universidad de Columbia, que tuvo como alumno y pasante a Warren Buffett, publica el libro de cabecera del especulador bursátil decente:  El inversor inteligente,  cuya reedición actualizada es prologada por el propio Buffet. 

En esa obra, Graham postula algunos principios centrales de lo que debe hacer un inversor que se enumeran en una super síntesis:

Buffett usa muchos de esos mismos principios. Pero Wall Street y todo el mundo financiero no. El sistema financiero mundial es corrupto y está corrupto. La idea de los ESG lo muestra más claro que nadie y que nunca. Porque el objetivo detrás de su aplicación, que obviamente está motorizando la burócrata en jefe de la UE, la señora Úrsula von der Leyden, es que no sea el mercado el que determine la capacidad financiera de una empresa, de un proyecto, de un banco o de un sector. El mercado no sabe nada en su opinión. No muy distinto que cualquier populismo con control de precios y cepo cambiario. O que Tombolini o Moreno. 

La negación del mercado como determinador de los precios de cualquier cosa, inclusive acciones o tasas de interés o tasas de retorno. La negación misma de la Acción Humana en la economía, que sostenía von Mises. El mercado no sabe nada, la sociedad no sabe nada, ni sabe calcular ni soportar los riesgos. Los que saben son los burócratas, de los que está lleno el gobierno de EEUU y la UE. Mises, Hayek, Friedman, se retuercen en sus tumbas. Benjamin Graham también.

Los estándares ESG, o más bien el uso de esos estándares para determinar si una empresa es declarada muerta de oficio, sus inversores despojados de sus acreencias y sus proyectos declarados cadáveres, es un acto dictatorial de la peor clase. Un grupo de burócratas bandidos e inútiles escudados detrás de la supuesta defensa de la sociedad, el bienestar, la salud, los derechos humanos y las reivindicaciones à la carte, se dirige a un sistema dictatorial supranacional inevitable. 

Debe comprenderse que la dictadura, venga por derecha o por izquierda, es lo mismo. En este formato kafkiano que se ha parido, la democracia, o las democracias ya tambaleantes, son una mentira. Sólo se tendrá el derecho de elegir al delegado del dictador o al regulador del momento. Mucho más efectivo que el método ruso. 

¿En serio le sigue temiendo a la Inteligencia Artificial?