Paralímpicos, orgullo nacional
Por Alejandro Ansaldi
Al arco. 171 páginas
Si el periodismo tiene una misión, ésta debería ser la de echar luz sobre las penumbras. Mostrar lo oculto, mirar lo que nadie o pocos ven. Cada cuatro años se disputan los Juegos Olímpicos, una fiesta del deporte transmitida por todos los medios en coberturas de escala planetaria. A su sombra, inmediatamente después de esta cita tienen lugar, en el mismo escenario, los Juegos Paralímpicos, protagonizados por atletas con capacidades diferentes.
El impacto es por completo distinto. Los diarios apenas si le dejan algún espacio en la última página de la sección Deportes; los sitios webs los relegan en titulares menores; y no hay Bonadeos que lleven adelante quijotescas transmisiones ininterrumpidas. Los deportistas discapacitados en todas las disciplinas se entrenan en el anonimato y cuelgan de su cuello medallas que, ante el gran público, no relucen.
De allí que Paralímpicos, orgullo nacional, el último libro de Alejandro Ansaldi, venga a ser una auténtica reivindicación para todos aquellos hombres y mujeres que han encontrado en el deporte una manera singular de superar sus limitaciones físicas. Llevan la bandera argentina tan alto como los atletas convencionales, son tan dignos de elogio como ellos, y se codean con el éxito y el fracaso de igual manera. Pero, en general, resultan ignorados.
Por la galería de deportistas paralímpicos que ofrece el libro desfilan, entre otros, la nadadora ciega que se maneja en la vida como si tuviera una visión de 180 grados; las basquetbolistas de la selección nacional que hacen fintas y tiran al aro desde sillas de ruedas; el laureado taekwondista al que le falta un brazo; la atleta que vive en un mundo adaptado y brilla en boccia; la implacable tiradora con rifle, en versión adaptada.
Detrás de cada uno de ellos hay una historia de superación que los vuelve, de manera inevitable, un referente deportivo para otros tantos que sufren similares patologías pero no se atreven a romper el molde, a dar el paso al frente y adentrarse en el mundo del deporte. Ignoran que esto puede cambiarles la vida, de una vez y para siempre. Para eso también sirve este libro, si queremos darle además un sentido pragmático, utilitario.

Ansaldi ha encontrado hace tiempo su tono narrativo, su propia música. Y baila con ella. Así como lo hizo en Fútbol ciego, su anterior obra, en algunos pasajes se permite volverse protagonista, narrar en una primera persona que describe pero no invade, que lleva de la mano al lector hasta el medio de la cancha. Allí es cuando el periodismo viste los ropajes de la literatura, casi como si esto fuera una historia de ficción.
El autor se sienta en una silla de ruedas e intenta jugar, como puede, un partido de básquet con las Lobas –el seleccionado femenino-; luego repite la audacia frente al campeón de tenis de mesa; repta y arroja la pelota con fuerza en el goalball. El resultado es intrascendente. Lo relevante es transmitir el grado de dificultad, el enorme talento que se necesita para consagrarse en el ámbito paralímpico. Y lo logra. Misión cumplida.