Cultura

El costo de un "martirio" ideológico

La próxima elevación a los altares de monseñor Enrique Angelelli provoca una consternación silenciosa.

 "Dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas me será dado llegar a Dios". San Ignacio de Antioquia.

Acaba de cumplirse un nuevo aniversario de la muerte de monseñor Enrique Angelelli (1923-1976), con la novedad de su pronta elevación a los altares. Desde que se anunció en junio pasado que el papa Francisco había autorizado a promulgar el decreto que reconoce su martirio, una consternación silenciosa se apoderó de muchos católicos. Conviene detenerse en esa aflicción, que se expresó hasta ahora en forma privada o, a lo sumo, se trasladó a algunos sacerdotes, para indagar en el confuso momento que se vive hoy en la Iglesia.

El martirio siempre fue el supremo testimonio de la fe. La prueba definitiva de aquellos que no renegaron de la verdad incluso ante la muerte. En las actas de los Mártires, nos dice el catecismo, la Iglesia recogió "con el más exquisito cuidado" los recuerdos de quienes declararon su fe hasta dar la vida. Pero, ¿puede Angelelli ser contado entre ellos? ¿Fue derramada su sangre "por odio a la fe"?

Como todo argentino sabe, y el papa Francisco también, la muerte del obispo de La Rioja se produjo en un accidente automovilístico. Así lo entendió siempre la Justicia, que revisó el caso numerosas veces, incluso en gobiernos constitucionales. Peritos, fotos, evidencias, siempre apuntaron en ese sentido.

El vehículo en que viajaban el obispo y su vicario, el entonces sacerdote Arturo Pinto, dio un vuelco mientras ambos regresaban desde Chamical hacia La Rioja por la ruta nacional 38, a la altura de Puerto de los Llanos, y el cuerpo del prelado salió despedido.

Hubo un único testigo del hecho, Raúl Nacusi, que estaba arreglando un poste de alta tensión. El hombre dijo que vio cómo el vehículo se salió parcialmente de la ruta hacia la derecha, avanzó con dos ruedas sobre la banquina, y en una maniobra brusca -"como si el conductor se despertara", dijo-, giró a la izquierda para volver al camino, ocasión en que reventó un neumático y volcó. Nacusi nunca vio ningún otro vehículo en las inmediaciones.

De su testimonio surge que quien iba manejando no habría sido el obispo sino el vicario, que sobrevivió al incidente. La alegación contraria, esto es, que Pinto era el acompañante, fue interpretada, igual que su falta de memoria, como un intento de encubrir su presunta negligencia al volante.

Un exhaustivo trabajo de investigación sobre la causa judicial y su desarrollo fue realizado por la ex juez de Cámara Penal de Río Cuarto Silvia Marcotullio (disponible en http://centrodeestudiossalta.blogspot.com/2018/06/caso-angelelli-como-se-construyo-la.html).

DENUNCIA

La denuncia de asesinato fue planteada en 1986 por fray Antonio Puigjané, el mismo que años más tarde participaría del copamiento del regimiento de La Tablada. Se basa en la versión de Pinto de que un automóvil blanco los estaba siguiendo.

Esa denuncia fue desestimada por una Cámara de Apelaciones en 1990. Aun así, un tribunal de La Rioja la readmitió en 2014 y la dio por cierta, sin que aparecieran nuevas pruebas, testigos directos, y mucho menos los autores materiales.

La ex juez Marcotullio, tras revisar los distintos procesos a los que fue sometido el caso, y sopesar las dudas que se plantearon sobre el único testigo directo y sobre los otros que dijeron haber visto después del hecho un vehículo como el descrito, concluye que "no hay elementos de juicio ni siquiera con grado de probabilidad de un hecho homicida".

Pero si aun se quisiera tomar como hipótesis que hubo un crimen, que un vehículo los persiguió, los encerró, y después uno o varios sicarios asesinaron solo al obispo (dejando vivo a Pinto, una tesis absurda), eso probaría en todo caso un móvil político, nunca religioso. De acuerdo a ese encuadre, el obispo habría sido asesinado por oponerse a intereses políticos o económicos del gobierno de facto.

Estas mismas objeciones las expuso recientemente un editorial del diario La Nación, para disgusto del hasta ahora administrador diocesano de La Rioja, Marcelo Colombo, que había organizado una serie de actos en homenaje a Angelelli en el 42º aniversario de su fallecimiento. El texto periodístico recordó además la probada vinculación del prelado con la organización terrorista Montoneros y sus homilías a favor de la subversión.

Los reparos que genera la actuación pública del pastor son numerosos. El muy recomendable blog Wanderer, que repasó hace poco la vida de Angelelli, mostró cómo éste llevó a fondo las recomendaciones del Concilio y de Medellín, y cómo asumió e impuso en su diócesis el pensamiento y la acción del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Una corriente que constituía ya una iglesia clandestina que buscaba "instrumentar todo lo cristiano al servicio de una revolución social de inspiración marxista", como lo advertía entonces el filósofo católico Carlos Sacheri, quien sería asesinado por un grupo escindido del ERP.

María Lilia Genta, hija de otro profesor católico acribillado por el mismo grupo subversivo, Jordán Bruno Genta, cuenta todavía una anécdota más escalofriante sobre Angelelli. Su pedido de "algunos fierros para armar a los muchachos", formulada al capellán de Aeronáutica, Eliseo Melchiori. Algo que contó el propio Melchiori y que sucedió en 1968, antes de que estuvieran constituidos definitivamente los grupos guerrilleros, señal de la temprana afinidad del prelado con la lucha armada.

EJEMPLO

No, Angelelli no fue martirizado y no parece ser un ejemplo de santidad. Pese a los méritos que pueda acreditar en su preocupación por los pobres, al elevarlo a los altares el papa está proponiendo como modelo de vida cristiano y de virtud a un obispo que ideologizó su fe. Pero, además, el Santo Padre está desvirtuando el significado del martirio.

Por eso plantea una serie de interrogantes que se proyectan hacia un horizonte sombrío. Porque lo que aquí se considera no es ya una expresión privada de un sacerdote o del mismo papa, sino de un acto magisterial.

¿Puede el magisterio proclamar un martirio que no ocurrió? ¿Obliga ese decreto al asentimiento de la fe? Es decir, ¿estamos obligados a creer los católicos que el de Angelelli fue un crimen por odio a la fe? Y, en caso de no ser obligatorio, ¿qué consecuencias se deducen de esto? Pero también: ¿por qué no haber estudiado el martirio de Genta o de Sacheri, asesinados con armas de fuego mientras iban o volvían de misa por subversivos que sí se burlaron de su fe?

Son las dudas de todo católico consciente de su fe, desgarrado entre el respeto filial a los Santos Padres en el que fue criado y la rebelión interior a la que ya se vio sometido por otros actos magisteriales que minan la doctrina, las tradiciones e incluso la verdad de la fe. Como sucedió con las exhortaciones apostólicas Evangelii gaudium, donde se afirma que la Eucaristía "no es un premio para los perfectos" (cap. I, V, 47), y Amoris laetitia, que admite el acceso a la comunión a los divorciados vueltos a casar (cap. VIII), soslayando el pecado mortal e incluso el sacrilegio que estas situaciones comportan.

Para dilucidar si es infalible la proclamación de martirio, y la posibilidad de oponerse, consulté a un teólogo confiable, identificado con el mundo tradicional, que no es argentino. El momento actual de la Iglesia es tan absurdo, como otros han dicho ya, que un sacerdote en comunión con Roma que quiere transmitir la enseñanza de la Iglesia corre un riesgo, por lo que preservaré su nombre.

"Está claro -respondió el teólogo- que elevar a los altares al obispo Angelelli es un acto ideológico".

"Cuestiones semejantes conciernen a la canonización de Pablo VI", añadió, para enseguida aclarar que "las intervenciones del papa Francisco sobre este terreno no son verdaderamente magisteriales".

"Después del Concilio Vaticano II, la máquina magisterial ha sido de algún modo deteriorada por la adopción de un magisterio pastoral, explicó. "Pretende ser una enseñanza, pero que se da a priori como no infalible. De suyo, exige respeto (Lumen Gentium, n.25), pero no el asentimiento de la fe".

"Amoris laetitia -continuó- fue manifiestamente un acto de esta especie, como lo son las canonizaciones y declaraciones de martirio".

"Pienso que es por esta misma razón que uno está en su derecho de oponerse a la nueva liturgia, que es de manera equivalente pastoral".

Ante la duda de si no se corre el riesgo de caer en el protestantismo por oponerse al magisterio papal, el teólogo responde que no. "Al contrario, es una suerte de requerimiento hacia los órganos del magisterio: que nos enseñen con la autoridad de Cristo".

Con todo, la posibilidad de un repliegue y toma de distancia de las enseñanzas pontificias no puede significar otra cosa que la existencia, ya hoy, de una suerte de cisma informal, es decir, "dos iglesias" que conviven en el tiempo. "Sí", respondió. "Cisma informal parece ser la expresión que define, en efecto, nuestra situación. Lo que es más mortífero que un cisma declarado. De hecho, muchos católicos no lo son hoy más que como credencial", añadió.

Vivimos tiempos brumosos en que lo único seguro para no perder la fe será la doctrina y el magisterio constante de la Iglesia.