Opinión
El rincón del historiador

El ataúd de la 'Señora heroína'

Un 25 de marzo de 1795 nació en Buenos Aires María de la Encarnación Josefa, la quinta hija del comerciante navarro Juan Ignacio de Ezcurra, radicado en nuestra ciudad desde y de la porteña Teodora Josefa de Arguibel, algunos de cuyos ascendientes se remontaban a familias fundadoras. Ese mismo día recibió el bautismo en la iglesia de Nuestra Señora de la Merced con el madrinazgo de su tía Josefa de Arguibel de manos del Pbro. Francisco López. Mañana se cumplen 228 años.­

No hace fata decir que adquiría notoriedad cuando su casamiento con Juan Manuel de Rosas, especialmente cuando este llegó a la vida pública, convirtiéndose de algún modo en su más fiel seguidora política, ayudándolo en su campaña y en horas inciertas, lo que nos hace pensar en otra figura pública del siglo XX. Doña Encarnación tuvo después de la Campaña al Desierto el título de "Heroína de Federación", pero su figura se vio opacada por distintos actos propios de persecuciones y violencias, que con o sin su beneplácito llevó a cabo la Mazorca, sin que le pusiera coto. Como bien lo señaló Carlos Ibarguren: "Pocas veces dos caracteres opuestos se unen tan estrechamente complementarse entre sí, como el de don Juan Manuel y el de doña Encarnación." Ella "contrastaba con la arrebatada franqueza, el proceder instintivo, la verba candente y la impetuosa lealtad de la mujer; dispuesta siempre a servir hasta el sacrificio a su "compañero querido".­

Doña Encarnación murió "de un cáncer uterino para el cual no había curación", según lo afirma en su reciente biografía sobre Manuelita Rosas, el Dr. Miguel Angel De Marco, "esto no solo amargaba a Rosas, que por temperamento distaba de exteriorizar sus penas, sino que lo privaba de confiar sus pensamientos y determinaciones a la única persona con la que no tenía secretos". El recio carácter de esa mujer ante "las cauterizaciones para contener el sangrado y realizaban lavajes con agua de lino, eficaz antiinflamatorio, no podía evitar los gemidos de dolor".­

El 20 de octubre de 1838 después de una leve mejoría, falleció tan repentinamente, que ni siquiera pudieron llegar hasta la vecina iglesia de San Ignacio a buscar un confesor. Rosas la lloró desconsoladamente y no apareció en público, con razón pudo afirmar su sobrino Mansilla: "A nadie amó tanto". Con razón afirmó Ibarguren: "Rosas no solamente perdía en su hogar a la esposa, sino también a la colaboradora, al estímulo, al consejero íntimo y al instrumento secreto más eficaz de su acción. Tal desgracia fue deplorada en exaltado duelo popular", Otra semejanza con la mujer de un presidente del siglo XX.­

Manuelita y su hermano Juan Manuel, fueron los encargados de recibir el saludo de las visitas oficiales, relaciones y pueblo todo en la casa mortuoria y de presidir las exequias. Las mismas se realizaron en la iglesia de San Francisco, orden tan cercana a la difunta; un inmenso catafalco en el centro del templo debajo de la cúpula fue diseñado por el arquitecto Felipe Senillosa lucía esta inscripción: "Fue una buena madre, fiel esposa, ardiente y federal patriota".­

En su libro el doctor De Marco describe la casa de la calle Moreno durante el velatorio: "Las paredes de las habitaciones en que se hallaba el féretro o donde permanecían los concurrentes, estaban cubiertas de negro, al igual que los patios, en los que se colocaron "suntuosos" toldos del mismo color".­

Una lectura de una obra de Maxime Hanon nos lleva al nombre de James Fulton, un escocés que llegó a Buenos Aires en 1825 y se registró como carpintero. En ese mismo año en agosto bajó del buque "Europe" otro compatriota suyo llamado Robert Mitchell quien se declaró ser ebanista. Éste estableció una carpintería en la calle Defensa, frente a la iglesia de Santo Domingo que funcionó con el nombre de "Robert Mitchell & Co" y a la que asoció a Fulton desde comienzos de 1830. Entre otras obras que tuvieron a su cargo en su especialidad, estuvo en 1836 la reforma de la catedral dirigida por José Sartorius.­

Vecinos como eran del gobernador éste les encargó según Hanon "el magnífico ataúd de caoba que llevó a su última morada a Encarnación Ezcurra de Rozas. Hace un tiempo un colaborador de este diario, aunque en otro medio el Dr. Oscar López Mato se refirió a la muerte de doña Encarnación, informando que el ataúd fue depositado en la cripta del templo de San Francisco, posteriormente en las vísperas de Caseros trasladado al cementerio de la Recoleta a la bóveda de los Terrero y finalmente en 1925 a la de los Ortiz de Rozas.­

Señala el autor que todos pensaban que "su cuerpo había vuelto al polvo primigenio. La sorpresa de los presentes fue grande cuando, al abrirse el féretro, se constató que estaba incorrupto, y vestía el hábito de la hermandad de Santo Domingo con el que había sido amortajada, siguiendo las costumbres de la época que solían vestir a sus muertos con hábitos de monjes con fama de santos para facilitar su ingreso al Reino del Señor". Aclaremos que vestía el de la Tercera Orden Franciscana, no el dominico; y también que monseñor Marcos Escurra que dijo "parece dormida" era canónigo de la catedral porteña pero nunca fue obispo como se lo menciona.­

Aclaremos además que el cadáver se encontraba en tan perfecto estado dentro del ataúd porque el encargado de hacer la caja de plomo y su sellado, que fue sin duda de la mejor calidad el material y el trabajo, para una conservación tan perfecta 87 años después fue el ferretero y plomero John Witaker, que había llegado a Buenos Aires también en 1825, pero en este caso en el barco fletado por los hermanos John y William Robertson para formar la Colonia Escocesa en las Estancias Santa Catalina, Monte Grande y Laguna; aunque permaneció poco tiempo en el lugar porque al año siguiente tenía un local de su rubro en la actual calle Defensa al 245.­

Así completamos con estas noticias, el dato de quienes fueron los ebanistas que tuvieron a su cargo el ataúd de doña Encarnación Ezcurra, que como dice López Mato, hoy se encuentra enfrentado al de su marido en el cementerio porteño, el uno con la bandera nacional y el otro con una estrella federal.­