POR BERNARDINO MONTEJANO
Después de las dos operaciones de cataratas y mientras disminuyen las molestias, días atrás recibimos el n°195 de Les amis du Monastère publicación de septiembre de este año de la Abadía “Sainte-Madeleine de Le Barroux”. En la tapa aparece una fotografía de la comunidad, tomada el 17 de julio de 2025, en la cual, se ven unos cincuenta benedictinos de estricta observancia con sus hábitos.
Valiosas publicaciones que recibimos por correo de Francia, Italia y España, nos llenan de alegría, mientras que, desde nuestra postrada Argentina, solo nos llegan boletas para el pago de servicios, muchas veces vencidas, pero nada más.
El editorial del abad fray Louis-Marie O.S.B., no puede ser más oportuno para un comentario a nuestros lectores y se titula “El alma frente al sufrimiento”.
El texto comienza con el relato de un grave accidente sufrido por un monje en la carretera con el resultado de una docena de fracturas: siete costillas, una vértebra y una clavícula, pero nada en la cabeza. Recuperado el conocimiento, le pidieron que evaluara su dolor en una escala de uno a diez y respondió: ocho.
Ante la situación el abad ordenó releer en el refectorio la carta apostólica Salvifici Doloris del papa Juan Pablo II.
Según el monje “uno de los documentos más luminosos que había leído: ‘de una precisión, de una pedagogía, de una profundidad doctrinal y de una mirada contemplativa acerca de Cristo, que hacen del texto un motivo fuerte de credibilidad de la fa católica. Os recomiendo su lectura de gran actualidad en el contexto del proyecto de ley acerca de la eutanasia, en el cual se apela al pretexto del sufrimiento para justificar el derecho de matar’”.
MISTERIO
El Papa precisa que el sufrimiento permanece un misterio y que cada sufrimiento vivido posee alguna cosa de incomunicable.
A partir de la Revelación divina, él busca el sentido del sufrimiento en el plan de salvación; muestra ante todo que las Escrituras revelan un lazo entre el pecado y el sufrimiento, porque este último es una consecuencia del mal, es decir de un golpe efectuado al bien de la Creación.
En el libro de Job, los amigos de este último afirman a Job, que, si él sufre tantos males, es porque ha pecado gravemente; el sufrimiento sería pues una manera de expiar el pecado cometido y de preservar el orden moral. Pero si esto es verdadero; no es todo.
Juan Pablo II muestra precisamente que el sufrimiento de Job no es la consecuencia directa del pecado, sino una prueba. El sufrimiento permite discernir la sinceridad y la profundidad de la religión de Job.
Finalmente, el Papa muestra, a partir del gran texto de Isaías (52, 13-53,12) el Canto del Servidor sufriente, que ya en el Antiguo Testamento estaba indicando el sentido salvífico del sufrimiento.
Este servidor misterioso es descrito como totalmente inocente, aceptando tomar el sufrimiento sobre él por la salvación de sus hermanos. Se trata de una de las más precisas profecías del misterio de la pasión salvadora de Nuestro Señor.
Jesús, el Verbo de Dios, ha abrazado plenamente el sufrimiento por la salvación de cada uno de nosotros y del mundo entero. Juan Pablo II ofrece una visión doctrinal y contemplativa del sufrimiento de Cristo, quien ha sufrido más que todo hombre en el mundo, porque en su pasión ha sufrido aquello que le era lo más querido: su relación con el Padre: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”.
“Su sufrimiento religa la tierra al cielo para salvar las almas, que él ha amado hasta el fin”.
Ese sufrimiento fue tan profundo y su soledad terrena absoluta, pues sus discípulos en lugar de rezar dormían, que fue consolado por un enviado celestial (Lucas, 22/43).
¿Quién era? No lo sabemos, pero la monja venerable María de Jesús Aguada en su Mística Ciudad de Dios, opina que fue san Miguel Arcángel, lo cual es posible, como también lo sería el arcángel san Rafael por su papel en las Escrituras.
No quisiéramos acabar estas líneas sin transcribir parte del texto de Isaías, quien profetiza con una ajustada descripción la figura y los sufrimientos de Cristo: “varón de dolores y sabedor de dolencias… ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba!…Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos trae la paz…Yahvé descargó sobre él la culpa de todos nosotros. Fue oprimido y él se humilló y no abrió la boca. Fue arrancado de la tierra de los vivos: por la rebelión de su pueblo ha sido herido y se puso su sepultura entre los malvados y con los ricos su tumba… Justificará mi Siervo a muchos y las culpas de ellos las soportará… él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes” (53).
Y un recuerdo de un gran amigo: Luis Agustín Barberis, compañero de tantas batallas, ingeniero agrónomo con medalla de oro de la UBA, compadre, muerto después de años de penosa agonía, quien se preguntaba no ¿por qué sufro?, sino ¿para qué sufro? y unía su sufrimiento al de Cristo, acompañado de su maravillosa mujer Lucía Stein.