“El hombre teme a la muerte porque ama a la vida”, y Dovstoievsky no solo amaba la vida: también amaba profundamente a su familia. Temía que su muerte los privara de los medios para vivir dignamente. Si bien era un autor conocido en Rusia, apenas estaba saliendo de los apremios económicos que siempre lo habían acosado, y sus libros aún no se habían convertido en clásicos de la literatura universal.
Las novelas de Dovstoievsky suelen dejar huellas en nuestro espíritu; para Jorge Luis Borges, el descubrimiento del autor ruso “suele marcar una fecha memorable en nuestras vidas”.
¿Quién no se sintió culpable al leer Crimen y castigo? ¿Quién no vibró con la bolilla girando en una ruleta leyendo El Jugador? ¿Quién no se cuestionó su existencia con El Idiota, o se sintió abrumado al conocer las vidas atormentadas de Los hermanos Karamazov?
Dovstoievsky es el pensador más cercano al psicoanálisis antes de Freud. En su obra se prefigura el complejo de Edipo, el sentimiento de culpa y los pensamientos obsesivos.
Su cuestionamiento de las diferencias sociales nace en su infancia, al presenciar el maltrato de su padre hacia los campesinos que trabajaban para él. Esta actitud le costó cara: su progenitor fue víctima de la violencia de sus propios “mujiks” que lo asesinaron. En sus obras, la figura paterna es siempre cuestionada. (¿El mejor ejemplo de un complejo de Edipo?)
El conflicto social es también una constante en sus novelas, una temática que llevó a Alberto Camus a considerarlo como el verdadero profeta del siglo XIX.
Fue precisamente esta inquietud social la que lo llevó a integrar grupos que conspiraban contra la estructura zarista. Por su activismo fue perseguido, apresado y condenado a muerte.
Dovstoievsky terminó ante un pelotón de fusilamiento, pero se salvó gracias a la oportuna intervención del zar, quien conmutó su condena por el destierro en Siberia. Allí conoció las terribles condiciones de los presos rusos, muchos de ellos perseguidos por su ideología. Cuando dice: “El grado de civilización de una sociedad se mide por el trato de sus presos”, Dovstoievsky sabía de qué estaba hablando.
Fiódor padeció epilepsia desde joven, y muchos de sus personajes también la sufrieron: Murin (La Patrona, 1874), Nelly (Humillados y ofendidos, 1861), el príncipe Myshkin (El Idiota, 1868) y Smerdiakov (Los Hermanos Karamazov, 1880).
La epilepsia, que tantos problemas le ocasionó (no solo por sus crisis comiciales, sino por los bromuros que debió ingerir como única terapéutica en esa época), paradójicamente, lo salvó de una condena vitalicia a servir en el ejército en Siberia. Gracias a los certificados de dos médico se le permitió volver a Moscú, donde afrontó todo tipo de problemas económicos y privaciones.
En 1863 viajó a Europa para consultar con especialistas en Berlín y París. Su caso clínico fue estudiado después de su muerte por neurólogos y psiquiatras como Alajouanine y Freud. Distintos autores concluyeron que tenía una epilepsia focal ubicada en el lóbulo temporal.
Sus inclinaciones religiosas podrían estar relacionadas con su condición de epiléptico. ¿Acaso Dovstoievsky padecía un síndrome de Gastaut-Geschwind? Según estos doctores, hay una relación entre epilepsia, hiperreligiosidad, inquietudes filosóficas, hipergrafía y emotividad exagerada; casi un identikit del autor de Crimen y Castigo.
También existe el llamado “síndrome de Dostoievsky”, asociado a “auras de éxtasis” (percepciones placenteras antes de una crisis), como las que experimentaban los personajes en El Idiota y Los demonios.
Su obra, larga e intensa, es reflejo de su epilepsia y de una vida dramática y complicada por la muerte de su primera esposa, de sus hermanos, y de su primera hija (enterrada en Ginebra, en el cementerio de Plainpalais, donde también están sepultados Alberto Ginastera y Jorge Luis Borges)
Su ludopatía, inmortalizada en El Jugador, también puede explicarse por su personalidad epiléptica, como la solución mágica a sus crónicos problemas económicos. Si bien no hay una conexión directa, existen factores que pueden influir en la relación entre epilepsia y ludopatía, como lo señala un investigación del NIH (Nacional Institutes of Health).
Mientras finalizaba la primera parte de Los Hermanos Karamazov (la propuesta original era hacerlo en dos volúmenes, algo que no pudo concluir), su salud se deterioró bruscamente.
La epilepsia y el enfisema pulmonar empezaban a pasarle la factura por tantos años de descuidos y privaciones. Para cumplir con sus compromisos literarios, que le permitían mantener a su familia y saldar las cuantiosas deudas, pasaba largas noches escribiendo.
Los Hermanos Karamazov fue un gran éxito y el afincamiento de su carrera literaria. Pero temía que su muerte (que intuía inminente) le impidiese dejar los medios para que sus hijos, Liubovʹ y Fiodor, y su esposa Anna pudiesen vivir decorosamente.
Aunque los médicos le habían advertido sobre los peligros del esfuerzo físico, en enero de 1881 realizó una serie de arreglos en su casa. Minutos más tarde, sufrió una hemorragia pulmonar por la ruptura de una arteria. Llamó a un médico y, en presencia del facultativo, tuvo otra hemorragia tras la cual perdió el conocimiento. Temiendo un pronto desenlace, fue convocado un sacerdote, quien lo confesó, le dio la comunión y administró la unción de los enfermos.
El 27 de enero dijo sentirse mejor, pero al día siguiente, al despertar, Anna lo encontró con una mirada extraña. A continuación le dijo que ese día moriría. Anna lloró y le suplicó que no la dejara, pero Fiódor solo atinó a abrazarla. A las once de la mañana sufrió otra hemorragia. Entonces pidió ver a sus hijos.
Finalmente, a las 20.30 del 28 de enero de 1881, en el pequeño apartamento de la calle Kuznechny Pereulok, Dostoevsky cerró sus ojos para siempre.
“El secreto de la existencia humana no solo está en vivir, sino también en saber para qué se vive”… y Dostoevsky pudo descubrir dicho secreto, convirtiéndose en el mejor ejemplo de superación de la enfermedad gracias al arte.