- Abuelo, me quedé pensando en los amigos. ¿La gente mala no puede tener amigos?
- Te soy sincero: yo nunca conocí gente totalmente mala. Sí gente absolutamente buena. Lo que no quiere decir que no existan. La “gente mala”, como vos decís, existe, pero no nació mala. Nació con inclinación al mal, como todos, y por mala educación, vicios o debilidades, se fue arruinando… Y el que era bueno al nacer, se fue pervirtiendo y ahogando en él toda huella de bondad. De a poco casi siempre. Aunque, como Dios es generoso y siempre tienen la posibilidad de enmendarse y cambiar, cada día que pasa, hundiéndose en el barro del mal, se les hace más difícil verse al espejo y salir de ese mal que los está destruyendo.
Una persona totalmente mala no podría tener amigos, porque no podría tener más amores que su propio yo, o ni siquiera eso. Una amistad verdadera significaría que conserva aún algo de bueno. Porque, como decíamos el otro día siguiendo a Cicerón, la amistad es virtud o, al revés, sin virtudes, no hay amistad posible. Y las virtudes suelen ir juntas fortaleciéndose mutuamente, así como lo contrario, los vicios tiran siempre todo para abajo.
Aunque me quedé pensando desde la última vez que hablamos justo sobres esto. El griego Aristóteles, uno de los más grandes filósofos de todos los tiempos, distingue tres tipos de amistades: las que son por utilidades o beneficios mutuos; aquellas que se dan para disfrutar, por placer y, por último, aquellas en donde los amigos se quieren por sus virtudes, no por lo que puedan ganar como las anteriores. Se puede decir que ésta es la verdadera amistad.
No sé si te fijaste que siempre tengo este libro cerca de mi escritorio. ¿Lo conocés?
- Es el Martín Fierro, pero no lo leí.
- Algún día lo harás… todavía no es el tiempo, pero viene bien ir acercándose. El Martín Fierro es un privilegio inmenso que tenemos los argentinos, un poema “fundante” de la Nación. Buena parte de mis esperanzas sobre esta tierra bendita están en el Martín Fierro, nuestra verdadera Constitución. Bueno, pero ya me estaba distrayendo… La amistad, siendo uno de los temas más importantes que tiene el hombre, está presente en todas las grandes obras. Aquí lo que nos cuenta Fierro es cómo encuentra su salvación de la mano de un amigo. Te lo cuento bien breve.
Por una larga y horrible historia el gaucho Fierro había terminado solo y perseguido. En el peor momento de su vida se encuentra con un Sargento, Cruz, y los dos deciden escaparse a vivir a alguna tribu pampa del sur Esperaban tener una vida más tranquila. Por causas injustas el gobierno los perseguía y pensaron, ilusamente, que allí estarían mejor. Pero pasó todo lo contrario. Cuando llegaron los trataron como enemigos y, en el último momento, cuando ya se daban por muertos los salvó un cacique, el único que tuvo algo de caridad con ellos. Los dejaron vivos, pero los separaron por más de dos años. Ni hablar podían. Recién después los dejaron verse. Ahí, junto a un río, armaron una especie de carpita con cueros (un “bendito” se llamaban) y pasaron los días. Tristes, charlando, cazando algún bicho para sobrevivir, sin nada que hacer. De repente todos empezaron a enfermarse: una peste, viruela, se abatió sobre la tribu. Según las curanderas la culpa era de un chico cautivo. Los indios secuestraban a mujeres y niños blancos, a los que esclavizaban y ponían a su servicio. Se los llamaba “cautivos”. El chiquito era uno de esos. Fijate cómo lo dice, es medio duro… No, mejor no te lo digo.
- Dale abuelo -me insistió, pero yo no debí habérselo contado.
- Bueno… “Había un gringuito cautivo, / que siempre hablaba del barco /y lo ahogaron en un charco / por causante de la peste; / tenía los ojos celestes, / como potrillito zarco…” Horrible historia repetida.
- Sí, muuuy…
- La bruja curandera lo mandó a matar creyendo que a la peste la causaban “malos espíritus” de los cautivos. Te imaginás que nuestros amigos lo que menos querían era seguir allí… Pero sucedió que también se enfermó el cacique bueno, el que los había salvado. Y Cruz le dijo a Fierro: “Vamos paisano, a cumplir con un deber.” Debería aclararte que era un “deber” lleno de heroísmo, porque las pestes eran terribles y lo más probable era contagiarse… y morir. Como los indios no sabían qué hacer, apuraban el trámite y mataban a los enfermos. Pero Cruz y Fierro lo defendieron con sus vidas y el cacique pudo morir en paz, cuidado y querido.
“Quien recibe un beneficio, / jamás lo debe olvidar.” Para él fue seguramente lo mejor que le pasó en su vida. Para ellos también: una medalla. Lo triste es que Cruz se contagió también enfermó “ya para no levantar”. Así lo cuenta: “Y yo, con mis propias manos / yo mesmo lo sepulté / a Dios por su alma rogué, / de dolor el pecho lleno, / y humedeció aquel terreno / el llanto que derramé.”
Triste para Fierro. Cruz habrá muerto con la alegría de haber cumplido. Fierro quedó solo, sí, pero ya no era el mismo, era un héroe que se había jugado la vida cuidando al cacique y que había regado con sus lágrimas la tumba de su amigo.
“GAUCHO MALO”
En algún momento de su vida, atormentado por las injusticias, Fierro se había convertido en un “gaucho malo.” Ya vas a conocer la historia completa cuando la leas, pero su salvación vino de la mano de una buena amistad. En el libro de la Sabiduría de la Biblia está esta descripción de los que vivieron Cruz y Fierro: “El amigo fiel es un refugio que da seguridad; el que lo encuentra, ha encontrado un tesoro”.
Son las amistades que el viejo Aristóteles fundamentaba en las virtudes. Los años de sufrimiento que pasaron juntos los purificaron, los fortalecieron de tal modo que, cuando llegó la ocasión, se convirtieron en héroes. Con todas las letras. Para eso están los amigos verdaderos: para ayudarnos a ser felices venciendo las dificultades de esta vida, con grandeza de alma. Fijate en la ilustración que hace el pintor que mejor entendió nuestro poema, Carlos Montefusco. Allí están Cruz y Fierro. “Aguantando”, firmes. Como vas a hacer vos, ¿no?