‘La Traviata’. Opera en tres actos, con texto de Francesco Maria Piave y música de Giuseppe Verdi. Escenografía: D. Bianco. Vestuario: R. Schussheim. Iluminación: E. Bravo. Régie: Emilio Sagi. Con: Hrachuhí Bassénz, Liparit Avetisyan, Vladimir Stoyanov, María Luisa Merino Ronda y otros. Coro (direc.: M. Martínez) y Orquesta Estables del Teatro Colón (direc.: R. Palumbo). El martes 18 en el teatro Colón.
‘La Traviata’ es una gran ópera (y una de las más populares del mundo), ¿qué duda cabe? Y requiere por ello el concurso de grandes cantantes, además de un marco escénico de primera categoría. Sin embargo, estos vectores cardinales no aparecieron en la nueva producción del Colón, que el martes se dio en carácter de última función de la temporada lírica oficial, en una velada que resultó por ello fría y poco lucida como denominador general.
VOCES INCIERTAS
Entremos ahora al reparto. Debutante en nuestro medio, la armenia Hrachuhí Bassénz (46, protagonista), aparte de poseer un caudal limitado para las dimensiones de nuestro máximo coliseo, desafinó (caló) en varios momentos, reveló emisión muy irregular en toda la tesitura y gritó como pudo los do y re agudos del final del primer acto. Sin perjuicio de su lograda interpretación de ‘Addio del passato’, la labor de la soprano armenia pareció superficial, francamente olvidable. Su connacional y partenaire, el tenor Liparit Avetisyan (35, Alfredo) mostró a su vez un registro de impostación extraña y notas engoladas, abusó de las sfumature y no pudo desplegar una sola frase armada con plenitud dinámica y expresiva. Completó el elenco el barítono búlgaro Vladimir Stoyanov (Germont), quien lució atildada línea y metal sólido, aunque sin expansión ni armónicos.
LA PUESTA Y EL CORO
La régie corrió por cuenta de Emilio Sagi, miembro de una ilustre familia de la lírica española, y no se destacó precisamente por la creatividad de sus ideas. La escenografía, diseñada por Daniel Bianco (¿ambientada en 1960?), aparte de su sobriedad, expuso una llamativa heterogeneidad estilística (el cuadro de la casa de campo, de todos modos, fue bonito). En cuanto a los figurines, pertenecientes a Renata Schussheim, cabe apuntar que se vieron finos, muy estilizados, atrayentes.
Preparado por su titular, Miguel Martínez, el Coro Estable, en cambio, volvió a cumplir una faena singularmente esbelta, doblemente meritoria debido a la rapidez con que llevó la partitura Renato Palumbo (62). De este maestro del Veneto se esperaba otra cosa. Pero lo cierto es que cubrió impiadosamente a los cantantes y su traducción resultó altisonante, velocísima, por momentos de articulaciones confusas. Se puede hacer un Verdi fino, o un Verdi ordinario. Cada uno puede sacar sus conclusiones.
Calificación: Regular
FOTO: GENTILEZA JUANJO BRUZZA