La mañana del último domingo, cuando abrieron las mesas de votación en la provincia de Buenos Aires, algunas figuras del Gobierno ya intuían la derrota que dictaminarían las urnas, aunque todavía no imaginaban el tamaño de la caída. “Convertimos una elección de distrito, en la que se disputan cargos legislativos provinciales y municipales, en una competencia protagonizada por el Presidente”.
Esa decisión estratégica -nacionalizar el comicio- no fue responsabilidad de los operadores en el terreno -la tropa de Karina Milei encabezada por Sebastián Pareja, culpable de otros pecados, en todo caso-, sino del propio Milei, el comandante de Los Buenos, convencido de que la fuerza de su nombre era garantía absoluta del arrasamiento de Los Malos, definidos como “kirchnerismo”. Milei prefería ese enfoque polarizador, quizás porque no contaba con fuerzas ni cuadros ni experiencia para librar todas las batallas territoriales que impone una provincia de las dimensiones y la complejidad de Buenos Aires Además, lo que tenía enfrente en la lucha distrital no era precisamente “el kirchnerismo” -una tendencia declinante, con su jefa discutida, inhabilitada y prisionera en su domicilio- sino una estructura que incluía a la mayoría de los jefes municipales y estaba encabezada por un gobernador que venía demostrando su progresivo alejamiento de la matriz kirchnerista.
Por otra parte, Milei mismo no es ya el mismo de la época del ballotage que lo convirtió en Presidente. Tras casi dos años de gestión, hoy puede exhibir como logro fundamental el descenso de la inflación; también el equilibrio fiscal, que defiende a capa y espada, pero que ha alcanzado con una motosierra que se centró en los jubilados, las obras públicas, la salud y la educación y ha erosionado su imagen y su atractivo. No en vano, su amigo (o examigo) el magnate tecnológico Elon Musk, archivó la motosierra que Milei le regaló: “En retrospectiva, fue una falta de sensibilidad", explicó. A esos costos se ha sumado en el último período la percepción por parte los mercados de errores de gestión que alborotaron la economía, se transmitieron al terreno cambiario y al sector bancario y han empujado la tasa del riesgo país por encima de los mil puntos. En ese marco, la denuncia de un alto funcionario sobre hechos de corrupción en las relaciones entre el Gobierno y empresas proveedoras en el campo de la discapacidad sumó elementos al deterioro y la borrascosa relación del Ejecutivo con el Congreso generó la sensación de que la gobernabilidad estaba sometida a riesgos.
SORPRESAS SORPRENDENTES
Las cifras electorales del último domingo sorprendieron por varios motivos. El ausentismo, pese a ser numeroso, fue mucho menor que el esperado y que el que se registró en otras elecciones de este año (las de la Ciudad de Buenos Aires y Chaco, por caso, o la elección de constituyentes de Santa Fe, sitios donde votaron aproximadamente la mitad de los empadronados). En Buenos Aires asistieron a las urnas dos tercios del padrón electoral: sus resultados son los de más alta legitimidad de los registrados hasta aquí en 2025.
Sin duda, los intendentes de todas las fuerzas hicieron un esfuerzo especial para incrementar el presentismo, pero los especialistas aseguran que esa operación no incide más de un 3 o 4% en el voto. Lo que permite sospechar otros motivos es el hecho de que el peronismo se impuso en casi toda la provincia, tanto en las demografías más concentradas del conurbano como en los distritos rurales sobre los que había perdido influencia a partir del conflicto del campo, dos décadas atrás. La votación, que por voluntad de Milei, se nacionalizó, se convirtió en un virtual plebiscito por iniciativa generalizada de los votantes. Y en ese plebiscito, que reúne un voto muy heterogéneo, hay que leer sobre todo un “no” a la política de Milei (o, si se quiere, a varios rasgos de esa política), que se hizo escuchar con 14 puntos de diferencia (cuando el oficialismo, en el peor escenario que imaginaba, esperaba menos de 5).
VIENTOS FUERTES
“No digo un huracán, pero ayer sufrimos un viento muy fuerte -admitió a la mañana siguiente el jefe de Gabinete, Guillermo Francos-. Como lo explicó el Presidente, es momento de hacer autocrítica, analizar en qué fallamos y por qué los resultados macroeconómicos no llegan a la gente”. Hay que suponer que Francos, quizás el funcionario más lúcido y profesional del gabinete, se expresó diplomáticamente. Si el Gobierno debe hacer una autocrítica no debería excluir que el viento muy fuerte que él experimentó pueda deberse, precisamente a lo contrario: a que los resultados macroeconómicos sí hayan llegado a la gente y ésta los haya rechazado (al menos, aquellos que le resultan más fácilmente percibibles: la plata no alcanza para llegar a fin de mes aunque la cifra de inflación haya bajado; el consumo ha caído y con él parte del aparato productivo, etc). Francos también se refirió a los modos del Gobierno: “Tal vez se transmitió esa sensación de soberbia a la gente y, bueno, yo creo que eso tampoco cayó bien”, dijo.
En esas primeras horas después de la caída, Francos -que por motivos personales no había estado en el búnker oficialista la noche anterior- parecía insinuar que, aunque el Presidente proclamaba que no cambiaría el rumbo, el Gobierno iba modificar políticas y procedimientos. Y que iba a manifestarlo en la práctica cambiando piezas de su dispositivo. Pero los cambios no se vieron. Al menos hasta ahora.
OCTUBRE Y MAS ALLA
Milei se enfocó en la elección de octubre y formó mesas (una, nacional; otra, bonaerense) en las que participan los mismos sectores internos enfrentados entre sí durante la campaña pasada, a los que se suman -en la mesa nacional- Francos y Patricia Bullrich y, en la de Provincia, algunas figuras del PRO, entre ellas los únicos tres candidatos del conurbano que no perdieron en sus distritos (Vicente López, San Isidro y Tres de Febrero, los tres genéticamente amarillos).
Atender a la próxima elección puede ser una medida prudente, pues otra derrota sería catastrófica, pero no es lo que prioritariamente esperaban los votantes del domingo ni los mercados que empezaron a “votar” el lunes, determinando nuevas alzas del dólar y el riesgo, y caída del valor de los bonos y las acciones argentinas. Las empresas que analizan riesgos aconsejaron suspender la compra de bonos o acciones argentinas.
Se esperaba del Gobierno un gesto fuerte destinado a establecer acuerdos con los gobernadores. La elección bonaerense demostró, a través de la influencia de los intendentes, el peso político de la territorialidad, un factor que, en el país encarnan los jefes provinciales. No hubo un gesto presidencial en ese sentido.
No convendría considerar la designación de Lisandro Catalán como ministro de Interior -una función que ocupaba de hecho como secretario del rubro y por la que ahora cobrará un sueldo mejorado- como un gesto hacia los gobernadores, según aseveran algunos analistas. Tal vez se trate de lo contrario: es como si el Presidente hubiera interpuesto otro obstáculo formal entre él -el jefe del poder central- y los jefes políticos de las provincias. Antes lo tenían al jefe de Gabinete, ahora primero tienen que tratar con el ministro de Interior. Pero ¿tratar qué?
Ayer, la Casa Rosada hacía saber que pensaba vetar la ley de redistribución de los aportes del Tesoro promovida por todos los gobernadores y aprobada por el Congreso, así como ya vetó la ley de Financiamiento Universitario y la de Emergencia en Discapacidad. Hablar de autocrítica y seguir actuando como si el “viento fuerte” no hubiera soplado probablemente constituya un nuevo error de apreciación. Particularmente, si el oficialismo mira a la elección de octubre con la esperanza de mejorar decididamente su performance e incluso prevalecer en ella. Y también si toma en cuenta la gobernabilidad: después de la derrota bonaerense son muchos los que miran a Milei como un inminente “pato rengo”, que requerirá indispensablemente acuerdos políticos abarcativos para que el país pueda aprobar leyes y normas en los dos últimos años de su mandato. Si ya lucía difícil el panorama antes de la derrota del domingo 7, pues era notorio que ni con la mejor performance de octubre el Gobierno podría tener una fuerza parlamentaria que le diera autonomía, ahora, cuando tiene que remontar en Buenos Aires 14 puntos en contra (y en el resto del pais, que ha sido testigo de ese plebiscito, la constatación de su debilitamiento) la búsqueda de acuerdos se torna indispensable. No trabajar en esa dirección en beneficio de una aparente consecuencia programática, equivaldría quizás a buscar voluntariamente el fracaso y optar por la narrativa de la derrota épica en defensa de las banderas propias.
“NOSOTROS O EL DILUVIO”
Por el momento el oficialismo prepara octubre aludiendo a un paso posterior: la elección presidencial, a dos años de distancia: “Es esto o comunismo en 2027”, pretendió asustar el ministro Luis Caputo. Se trata de un silogismo disparatado, que sugiere que la elección presidencial puede ser la revancha de Milei, peleando contra Kicillof (a quien adjudica el mote de “comunista”). En principio, el gobernador bonaerense -que emergió muy fortalecido gracias al plebiscito que perdió Milei y a la pulseada que él le ganó a Cristina Kirchner- puede tener papeles para ser candidato peronista, pero del dicho al hecho hay mucho trecho. Pero, además, empieza a perfilarse un nuevo personaje político colectivo, la iniciativa de los gobernadores que construyen “Provincias Unidas”, una fuerza federal y popular (los gobernadores tienen en sus distritos un respaldo de opinión que supera en todos los casos al de Milei). Ellos construyen una alternativa que puede coincidir con los puntos menos controversiales del programa libertario sumándoles la preocupación por la transparencia institucional, la producción, el empleo, la salud, la cultura y el rol complementario del Estado).
Milei dedicó buena parte de estos años como presidente a tratar de que La Libertad Avanza ejerza el monopolio de centro y derecha del espectro político. Así consiguió seducir, cooptar y asediar al macrismo hasta convertirlo en un insumo más de su fuerza política. La corriente que esboza Provincias Unidas desde el interior de la Argentina se ocupa naturalmente en el centro y se perfila hacia un capitalismo popular integrado al mundo, un centro amplio y dialoguista (lo integran gobernadores de distintos genealogías políticas). Si con Milei el péndulo del centro-derecha se inclinó demasiado hacia la derecha y a la confrontación, es posible que esta corriente que surge del interior atraiga el péndulo al centro y a la reconstrucción política.
No es improbable, tampoco, que los nuevos aires (las nuevas canciones) que Axel Kicillof postula para dejar atrás las intransigencias facciosas que supo encarnar el cristinismo, muevan también el péndulo de la izquierda hacia el centro-izquierda, a un espacio que reúna corrientes del peronismo, el social cristianismo, los progresismos que sea capaz de competir, debatir y acordar políticas de Estado. Podría así terminar de reconfigurarse el sistema político que todavía procesa su crisis.
Pero, claro, como dijo Nils Bohr, “es difícil hacer predicciones; sobre todo, sobre el futuro”. Los vaticinios y encuestas electorales suelen confirmar esa verdad.