POR DANILO ALBERO *
Se dice que fue santo Tomás de Aquino quien enlistó a los siete pecados capitales; con posterioridad, una tradición demonológica popular atribuyó un titular y fisonomía a cada uno: Soberbia, Lucifer; Ira, Satanás; Avaricia, Mammon; Lujuria, Asmodeo; Gula, Belcebú; Envidia, Leviatán; Pereza, Belfegor.
La presencia del Diablo y sus demonios, en acordes mayores y menores, figura en la literatura y el cine, en todos los registros posibles, de excelente a pésimo. Entre otras: El exorcista (novela, 1971 y película, 1973) y la seguidilla que le sobrevino. Una destacable versión gore aparece en la película Seven (1995); una sucesión de sádicos crímenes seriales infringidos a quienes incurrieron en los pecados capitales cuando son castigados por un sicópata. Pero la pantalla, amparada en la imagen, escapa a la sutileza de los más conspicuos relatos literarios.
En narrativa, y anticipando la idea de Seven, en la novela El maestro y Margarita (escrita entre 1930-40), Mijaíl Bulgákov narra la sucesión de hechos violentos cuando Satán, disfrazado como Vóland, misterioso mago de origen incierto, llega a Moscú acompañado por su séquito de elegantes: el asistente, Fagotto; Behemot un enorme gato negro que habla; Azazello, un sicario, y la bruja Guela. Sobrevienen en la ciudad sucesos absurdos y caóticos, la gente empieza a enloquecer por riquezas y modas; siguen desapariciones y muertes inexplicables. El fin de la novela es desenmascarar la hipocresía de la sociedad soviética, intimidades de las que Vóland ha tenido una vista desde el aire o adentrándose en la privacidad de sus viviendas.
El hábito hace al monje, por eso el diablo y sus demonios siempre aparecerán donosos, elegantes, intachables, vestidos a la moda por los mejores sastres y con níveas sonrisas. En este sentido Bulgákov, se adelanta al mundo de currutacos presumidos en el exclusivo mundo de la alta costura y los desfiles de ropa, por el cine sabemos que El diablo viste a la moda (The Devil Wears Prada, 2006); en esta película vemos que muchas y muchos protagonistas le venderían su alma por lograrlo.
Por otra parte, hay pecados donde el pecador no incurre en ellos por desconocimiento, falta de oportunidades o medios; Guy de Maupassant en El doncel de Madame Husson, cuenta de una viuda, piadosa y rica, que, siguiendo la moda de París, resolvió otorgar un premio a una doncella virtuosa. Lo consultó con el párroco, quien concordó y le ofreció una lista de candidatas. Ninguna pasó por la investigación de la empleada de madame, quien junto con las compras diarias, rastreaba el historial -mejor, prontuario- de las postuladas. Madame, comentó estos resultados con el párroco y llegaron a la conclusión que “la virtud” no era exclusivamente femenina, bien podía ser masculina -insólita versión avant la lettre del cupo de igualdad de género-. Y la elección recayó en Isidoro, hijo de la verdulera.
La fiesta de entrega del premio fue un éxito con la presencia del alcalde y autoridades locales, la guardia nacional y su banda. Isidoro -de allí en más “el doncel de madame Husson”- vestido de blanco con un collar de rosas, recibió los quinientos francos de oro y, del brazo de madame, fue al banquete, en su honor. Isidoro, de costumbres hasta ese momento austeras, sin privarse de nada descubrió y comió todas las delicias y bebió, todos los vinos y licores, ofrecidos. En su casa, mientras se le aventaba la borrachera, cayó en la cuenta que en un bolsillo tenía el premio de quinientos francos oro, los contó. Salió, fue hasta el centro del pueblo, subió a la diligencia que iba a Paris y desapareció. Volvió meses después y, siempre borracho, murió en algún zaguán del pueblo.
ENCERRADOS
En razón de su peligro, muchos demonios literarios son encerrados en botellas o redomas. La versión más antigua de esta versión figura en relato El pescador y el efrit en el Libro de las mil y una noches. Un pescador recoge con su red una vasija sellada, al abrirla, surge un enorme genio (efrit) encerrado por el rey Salomón; durante siglos el efrit pensó en recompensar a quien lo liberara, luego su generosidad muda en crueldad y jura matar a su liberador. Historia similar a la del protagonista del relato El diablo en la botella de Robert Louis Stevenson, en la serie de sus cuentos ambientados en los mares del sur.
En El diablo cojuelo (1640), Luis Vélez de Guevara, anticipándose Mijaíl Bulgákov en su visión de la intimidad en la viviendas de ciertas personas, pero en insólita versión cómica e incruenta, narra las aventuras del estudiante Cleofás Pérez Zambullo. Éste, huyendo de la justicia, que lo persigue por un delito que no cometió, se oculta en el desván de un nigromante y astrólogo que tiene al Diablo Cojuelo encerrado en una redoma. Cleofás rompe la redoma y lo libera. El Diablo Cojuelo nos da otra visión de los demonios elegantes, le cuenta a su salvador que los expulsados del cielo luego de la rebelión fueron decenas, pero él fue el primero, y el resto le cayó encima, de resultas quedó cojo y con pocos dientes. A continuación, agradecido, lo lleva por los cielos levantando los tejados de Madrid, Sevilla y otras ciudades, para que el estudiante conozca y aprenda de miserias, engaños y verdades; saberes que le darán poder y fortuna.
Siglos después de Luis Vélez de Guevara, Manuel Mujica Lainez, cuenta historias similares en El viaje de los siete demonios. El Señor de las Tinieblas y Príncipe del Averno -hermoso ángel caído, pero derrotado-, ante la merma de pecadores para poblar su reino y por fracasos en su función de tentar a mujeres y hombres, envía a Lucifer, Satanás; Mammon, Asmodeo, Belcebú; Leviatán; y Belfegor, a distintas épocas, desde Pompeya hasta un futuro en siglo XXIII, para enrolar pecadores que irán al Infierno. Quizás la más desopilante todas las historias sea la ímproba asignada a Asmodeo, en la Isla de la Tortuga, en época de piratas, por el personaje al que debe tentar, un hasta ese entonces, casto sexagenario y Mayordomo de la Orden de Malta.
El bien, o la ausencia de maldad, no se lucen en narrativa; si en el amor, donde descuella la poesía. Buenos y malos, villanos, felones, mentirosos, ladrones dan buen sustento para la trama de relatos y novelas, cada protagonista con su propia ética y sentido del honor, como dijo Hemingway refiriéndose a España: “tierra del honor, lo tienen, toreros, almaceneros, comerciantes, prostitutas y ladrones; simplemente varían los puntos de vista”.
Quizás en consonancia con Mujica Laínez, detrás de toda obra literaria aparece alguno de los siete demonios, diablos, diablitos y diablejos, y, mucho más omnipresente, el Diablo Cojuelo, levantando tejados, abriendo recámaras, revelándole al narrador verdades ocultas, engaños y miserias de los humanos con los cuales nutrir su inspiración. Empezando por el escritor mismo, que si tuviera vocación de santo, buscaría otro oficio.
* Escritor