Cuba, con el gobierno de Javier Milei, ha dejado de ser un modelo como fue para el matrimonio Kirchner. Las dificultades que vive la Argentina aún se deben a que con la política del gobierno anterior nos dirigíamos a parecernos a ese país.
Describir los males del sistema comunista impuesto por Fidel Castro muestra que ofrece poco y nada a quienes habitan la isla. Donde se elimina la propiedad privada y la libertad, que le da sustento, la igualdad en la pobreza es una de las consecuencias.
Después de casi 60 años, sigue siendo propiedad de unas pocas personas lideradas hoy en día, desde el 10 de octubre de 2019, por el presidente Miguel Díaz Cané. En los años ‘50 del siglo XX, según datos recogidos por quien fue un gran defensor de la libertad, Carlos Montaner, la isla poseía una amplia y productiva clase media.
Era el primer país en uso de televisores, el tercero en números absoluto de médicos, el quinto en calidad de dieta alimenticia, el tercero en cantidad de autos por habitante y en radiorreceptores. Ocupaba el cuarto lugar en teléfonos y el primero en uso de energía y en asistencia al cine, entre otros muchos indicadores. No cabe duda, por estos y otros muchos datos, Cuba era uno de los más prósperos países de América Latina.
UN FARO
Armando Ribas, intelectual cubano, que luchó toda su vida levantando la voz en diferentes ámbitos por una Cuba libre y que residió allí antes de la Revolución, conocía también cómo se vivía entonces.
Se lamentaba que la Comunidad de Naciones mirara hacia otro lado porque, de esa manera, la opresión y la pobreza seguirían destruyendo a un país que sufría los resultados que trajeron, entre otras, las draconianas nacionalizaciones de las compañías de teléfono, de electricidad y de las refinerías de petróleo.
El 90% de la propiedad, con la Revolución, pasó a manos estatales. Fidel prohibió cualquier tipo de iniciativa individual, por ello miles de personas se vieron afectadas, perdiendo sus bienes y negocios.
Se desconoce que en 1959 Cuba tenía una capaz dirigencia empresarial, mano de obra especializada y una activa clase media, la cual, ante la política que implementó Fidel Castro, se radicó en Miami, ciudad a la que Armando Ribas, por la cantidad de inmigrantes, llamaba con ironía: “La Capital de América Latina”.
RADICALIZACION
Desde 1961 Cuba vive con un rígido racionamiento. Estatizar, militarizar, fidelizar fue la tragedia revolucionaria. Allí como en todos los regímenes totalitarios nada puede dejar de servir al poder: la prensa, los libros, el arte, están controlados, el partido piensa por los cubanos.
Hay analfabetismo de discusión y crítica, como lo ha señalado Carlos Franqui, ex director de Radio Rebelde, otro de los tantos desilusionados de la revolución cubana y dedicado con empeño a destruir el mito.
Durante años se observó a la isla, como también a la Unión Soviética, con una mirada idealizada: escritores, actores, poetas, estudiantes, políticos, pusieron velos a la realidad sobre las derivaciones de la revolución castrista.
El mundialmente admirado Che Guevara alegremente les dijo a los cubanos: “La revolución del mundo está en esa que ustedes llaman cortina de hierro”. Asesinó incluso a sus propios compañeros de ruta. Aún hoy se lee en las paredes de Cuba: “Socialismo o muerte”. Es así como sufren en la cárcel muchos presos políticos por una sola razón: emitir opiniones contra la doctrina comunista cubana.
Lenin fue el creador del primer totalitarismo (imitando a los jacobinos franceses) y también de sus instrumentos de dominación, incluido, el terror masivo. Mao intentó aplicar la teoría marxista-leninista a las situaciones concretas de China, y Hitler, con insistencia revolucionaria, impuso la doctrina nacional-socialista.
Los regímenes totalitarios que han surgido en el siglo XX, con el desarrollo de la tecnología y los movimientos de masa, han hecho posible que el Estado pueda controlar el poder económico y todas las fuerzas sociales: los sindicatos, el ejército, la educación, el trabajo, la ley, el arte y la ciencia. Una verdadera desgracia que aún padece Cuba. Allí no hay derecho que valga más que los deseos de la burocracia estatal dominante.
La experiencia cubana como tantas otras, donde se destruyó el sistema capitalista, muestra los resultados de un régimen totalitario: el aumento de la pobreza, la arbitrariedad y la corrupción.
El país fue dominado por Fidel Castro, quien lo llevó del nacionalismo y antiimperialismo, al comunismo. Antes de la Revolución la economía, la propiedad privada y la persona, no estaban destruidas como en la actualidad, porque no se rechazaba el capitalismo, aunque el régimen político no era el deseable. Se podría haber mejorado sin una revolución que intentó una utopía.
Cuba es aún, en el año 2025, un país en emergencia, muestra el peligro de aceptar los cantos de sirena que ofrecen un mundo perfecto en vez de un mundo mejor. El sistema socialista inventado por un grupo de intelectuales, con la intención de crear una sociedad más justa e igualitaria, ha fracasado. No sólo en Cuba sino en todos los países donde se aplicó.
Cuando llegan al poder reivindican al Estado, aquel que prometían eliminar como instrumento de la igualdad, contra las consecuencias, según ellos negativas, de la economía de mercado. Creen en la necesidad de estatizar todas las actividades sociales para sustraerlas del “egoísmo” capitalista. Ponen en valor la “conciencia estatista” de enorme atractivo en todos los estratos sociales, particularmente entre los intelectuales.
No tienen en cuenta que la abolición de los múltiples poderes espontáneos de la sociedad civil crea una enorme concentración de poder en el Estado.
El socialismo marxista y no marxista llevan a lo mismo: al gigantismo estatal y burocrático, la politización de todos los aspectos de la vida social, la quiebra del mercado de precios y del mercado del voto, así como también a una drástica disminución de la libertad.
Las consecuencias de aplicarlo fueron la degradación de la condición humana, la militarización de la sociedad, policías terroríficas, burocracias intocables, y necesidades sociales culturales y psicológicas insatisfechas. Además no lograron la igualdad meta fundamental de sus transformaciones.
En cambio, en los países capitalistas con alto desarrollo científico y técnico se mantuvo los fundamentos de una economía de mercado, el mercado del voto, los derechos civiles y se resguardó el principio de la propiedad privada. No se propusieron la igualdad, salvo en el plano jurídico. Sus experiencias muestran el incremento de las posibilidades de vida de las personas, la participación política y los consumos, con una visible mitigación en las desigualdades en el reparto del excedente.
Ojalá el actual Gobierno pueda seguir el rumbo liberal para que en nuestro país también ello suceda.
* Miembro de Número de la Academia Argentina de la Historia. Miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias, Morales y Políticas. Premio a la Libertad 2013 (Fundación Atlas). Autora de “El Crepúsculo Argentino” (Ed. Lumiere, 2006).