Cultura

Conversar, calcular, preferir

POR JORGE MARTÍNEZ BARRERA *

Entre las muchas cosas que debemos a los griegos (a los antiguos; a los actuales tal vez poco y nada) está la idea de que la convivencia en comunidades políticas tiene un rasgo distintivo sobre cualquier otro tipo de convivencia. Esa característica especial es que, en esa manera de convivir, la palabra, el lógos, tiene el papel central.

Se trata de erigir un tipo de comunidad y de convivencia donde el diálogo, la conversación, no sean solamente un medio, sino una manera de coexistir. Por eso para Aristóteles, por ejemplo, uno de los principales cuidados del legislador debe estar dirigido a la protección del lenguaje, que no es solamente un instrumento, sino nuestra misma ecología política, es decir, lo que nos permite convivir políticamente.

A las palabras sucias, dice Aristóteles en La Política, le siguen las acciones sucias. Ensuciar el lenguaje es envenenar el agua que bebemos y contaminar el aire que respiramos.

LA CONVERSACIÓN

La palabra “conversación” tiene una interesante etimología que expresa la profunda comprensión latina del significado griego del diálogo.

“Conversar” está relacionado con “convertir”, con la acción de dar vuelta algo, de hacerlo girar, de hacer cambiar de opinión con buenas razones. El diálogo griego también es eso: tiene que ver con un discurrir, con un charlar junto a otro.

El verdadero diálogo político no es un intercambio de monólogos; su razón de ser es la inquietante conciencia de que la verdad, en política, no tiene propietarios privados. Naturalmente, el tema prioritario de la conversación política es el bien de la comunidad y la plenitud personal de los ciudadanos en lo que ellos tienen de más humano, a saber, sus inteligencias y voluntades.

Se trata de conversar sobre asuntos muy delicados que no admitirían otro tratamiento más que el del diálogo y la exposición permanente de buenas razones. Probablemente un pueblo con menor genio filosófico que el griego, como los romanos, no podría haber teorizado en profundidad el tipo de convivencia conversacional, dialógica, que es la política, y por qué eso marcaba las diferencias con los bárbaros, llamados así porque su habla no solamente era cacofónica, sino también políticamente estéril. Sin embargo, la falta de genio filosófico romana fue compensada por una formidable percepción de la importancia de las instituciones, cosa que entre los griegos no era tan explícita.

Griegos y romanos aportan cada cual lo esencial de la vida política de Occidente, a saber, la idea de una convivencia en la cual las instituciones proporcionan la necesaria estabilidad a la cultura de la conversación, del convencer o del convertir al otro mediante argumentos sólidos. En realidad, el contacto de esta manera de pensar con el cristianismo, no le afectó en lo sustancial, e incluso tanto la perspectiva salvífica cristiana como la puramente política, pudieron beneficiarse mutuamente ya que el puesto de la razón no fue menoscabado en modo alguno por el cristianismo.

En el Prólogo del Evangelio de Juan, vemos confirmada la importancia del lógos, de la palabra: Jn, I, 1-5. El Dios de los cristianos es también un Dios que habla y es, esencialmente, Palabra, Lógos. Si hubiese que resumir este legado, diríamos que se trataba de actuar con y por razones defendibles ante y con otros.

EL CÁLCULO

Con el advenimiento de la civilización tecnológica, especialmente de la reconfiguración cibernética de la vida cotidiana, estas cosas han sufrido un cambio notable.

La lógica interna de funcionamiento de las máquinas, paradójicamente llamadas “inteligentes”, no precisa de los criterios de la verdad o la mentira, sino del cálculo de eficacia o ineficacia. En un mundo de estas características, fascinado por la automatización, las grandes preguntas sobre la existencia tienen el sabor de un tiempo pasado y carecen de gravedad. En realidad, esas preguntas son reacias a ser calculadas, no hay cálculo aplicable a ellas.

“Cálculo” viene del latín “calculus”, que significa “piedrecita”. Es lo que se empleaba, se nos dice, para hacer cuentas. Pero también un “calculus” es la piedrecita en el calzado que nos impide caminar.

Por cierto, la cibernetización de la vida despoja a la existencia de su dramatismo inherente, y no parece inocente el empleo del término “cibernético” para referirse a este modo de vivir y convivir. El criterio aquí no es el del diálogo, el de la búsqueda en común de la verdad. La verdad, incluso, ya no tiene sentido frente a lo eficaz. Ésta es la era que está más allá de la verdad, la época de la post verdad. De esto habla el ensayista italiano Gianni Vattimo, en un libro cuyo título es muy significativo: Adiós a la verdad. En la nueva verdad, el criterio es la preferencia personal y no la necesidad de dar buenas razones, de convencer.

LAS PREFERENCIAS

“Preferir” viene del latín “praeferre”, que significa “anteponer”, “poner por delante”.

En este caso se trata de anteponer a la razón sólo los gustos personales, ya no más necesitados de otra legitimación que la propia voluntad. Si la única credencial de legitimidad de las propias opiniones es aquello que a uno le gusta, parece claro que la convivencia política tenderá a parecerse a esas coreografías de discoteca en las que cada cual sólo atiende a sus propios movimientos.

No es casual que esto esté acompañado de una música ensordecedora que impide, precisamente, conversar. La convivencia política así entendida resulta entonces un espectáculo grotesco, una danza convulsionada y vociferante. Un baile en donde no hay diálogo, sino monólogos.

Estas preferencias, cuando no encuentran límites, pasan a la dimensión identitaria: yo me identifico con esto o lo otro, o me autopercibo esto o lo otro, sin que esa identificación o autopercepción tenga que pasar por ninguna legitimación distinta a mis gustos personales. Una expresión perversa de esto es el dicho “donde hay una necesidad, hay un derecho”, especialmente cuando está cancelada la posibilidad de examinar si esa necesidad es legítima. Y cuando lo identitario encuentra a cuerpos legislativos lo suficientemente insensatos como para permitirle usurpar el nombre de “derechos”, la comunidad política no necesariamente se disuelve, pero ya no merece usar el noble nombre de “política”.

* Universidad Gabriela Mistral (Santiago de Chile).