Cultura
La belleza de los libros

Cae el telón sobre la guerra fría

 

En la producción de aquellos escritores sublimes cuya obra nos vemos obligados a agotar se encuentran algunos títulos que tanto la crítica distraída como la Inteligencia Artificial consideran menores, pero que a la sazón resultan fundamentales para cerrar todos los cabos. Es el caso de Crónica de una muerte anunciada de García Márquez; los Textos recobrados de Borges; o Underground de Murakami.

El cuarto ejemplo es el libro que hoy nos gustaría sugerir: El peregrino secreto, novela corta pero clave de John Le Carré (Poole, 1931-2020).
El maestro de la novela de espionaje, cuyo verdadero nombre era David John Moore Cornwell, entregó el texto a la imprenta por primera vez en 1990. Tres razones explican su carácter de imprescindible para el amante de Le Carre (probablemente no sea indicada para el lector neófito que nunca tomó contacto con el autor inglés).

En primer lugar, cae el telón sobre George Smiley, la creatura más relevante del universo Le Carre. Se retira ese viejo soldado de la guerra fría, el analista que, entre otras proezas, descubrió un topo en la cúspide del Servicio de Inteligencia de Gran Bretaña (Circus, el nombre ficticio del MI6).

Este agente miope, regordete, cornudo, infatigable, siempre con "el aire de llegar tarde a un sitio al que preferiría no ir", da una serie de charlas a los graduados de la Sarrat Academy, invitado por Ned, uno de sus antiguos discípulos, ahora a cargo de la escuela de entrenamiento de espías (“… el que puede, hace; el que no puede, enseña”).

El bueno de Ned es el narrador del libro, no sin ironía. Las palabras de Smiley gatillan sus reminiscencias y aquí encontramos la segunda de las fortalezas de The Secret Pilgrim. Encierra la trama diez u once casos fascinantes de la mitología del espionaje, entre la década sesenta y los meses posteriores a la caída del Muro de Berlín, todos con Ned como protagonista. Desde Londres, viajamos a Alemania, Polonia, Camboya, Tailandia, El Líbano, e Israel.

Algunos comentaristas superficiales han criticado la supuesta estructura fragmentada del volumen, es decir la falta de unidad. Discrepamos. La sutil arquitectura induce a leerlo como si de una colección de cuentos se tratase.

Aparecen personajes muy interesantes. Como el ex sacerdote jesuita y estudioso de Extremo Oriente, reclutado por Circus para la contención del comunismo en Indochina. O un torturador polaco que quiere cambiar de bando. O el profesor húngaro, de noble cuna, que tima a ingleses y estadounidenses. O el empleado gris de la Sección Claves del Foreing Office que entrega materiales secretos a los rusos a cambio de afecto y respeto.

"Un traidor a la Patria -nos explica Smiley- necesita dos cosas. Alguien a quien odiar y alguien a quien amar". También nos anoticiamos de que se puede perder una red de espionaje -digamos en Berlín oriental- "con la misma facilidad con que se pierde un manojo de llaves o un pañuelo... es un asunto sin la menor dignidad".

ELEGANCIA E INTELIGENCIA

La tercera potencia estética de la décimotercera novela de La Carre es la panoplia de ideas que despliega y sus preocupaciones éticas. El lector curioso encontrará meditaciones sobre la naturaleza del espionaje, el amor, el sentido de vida, la Guerra Fría, el marxismo, el capitalismo, la clase gobernante inglesa, la Rusia eterna, entre otros asuntos.

Hay un recurso narrativo muy bien logrado: conversaciones filosóficas -o mejor dicho teológicas- donde uno de los interlocutores abre su alma, se confiesa como si estuviera procurando una absolución. El libro está dedicado a un católico eminente, Sir Alec Guinness.

Digamos que, a comienzos de la última década del siglo XX, Le Carre era una escritor maduro en la cumbre de su talento como estilista, aunque no de su inventiva (sus voluminosas creaciones habían quedado atrás). La prosa seduce por su elegancia e inteligencia, esas dos virtudes tan escasas hoy en día, ¿no es cierto? Servida, para mejor, con un tono melancólico, triste por momentos.

La novela episódica nos deja una advertencia: el espionaje es eterno porque los agentes secretos no están para iluminar al pueblo sino a los gobiernos. "Y mientras los bellacos lleguen a gobernantes, espiaremos", avisa el inolvidable Smiley.