Opinión
LA PANDEMIA

Cabalga el caballo bayo del cuarto jinete del Apocalípsis

A lo largo de la historia universal diferentes tipos de acontecimientos, generalmente de gran magnitud o trascendencia, han provocado cambios sustanciales en las sociedades o motivaron en ciertos casos la desaparición de algunas de ellas. Han sido de naturaleza política, filosófica, religiosa, social, cultural, económica, militar, científico-tecnológico, e incluso moral.

Desde la Prospectiva denominamos a esos acontecimientos `drivers' o ``hechos portadores de cambio o de futuro'' (v.g.: el ataque a las Torres Gemelas en 2001 puede considerarse uno de ellos).

Podemos citar también otros ejemplos, como ciertas guerras, descubrimientos (geográficos y científicos), aparición e influencia mundial de líderes políticos y religiosos, ciertas doctrinas políticas, etc. Algunos pueden calificarse como nuevos paradigmas que marcaron el fin de una civilización o cultura y el comienzo de otras eras o edades históricas.

El nacimiento de Jesús (la historia etaria se divide antes de Él y después de Él, al menos en Occidente), la caída del Imperio Romano, el descubrimiento de América, la Revolución Francesa, la Segunda Guerra Mundial y el uso de la bomba atómica (energía nuclear), la conquista del espacio, la aparición de la computadora e internet, la caída del muro de Berlín y el colapso de la ex URSS, entre otros, fueron drivers que, en algunos casos, permitieron el desarrollo y progreso espiritual y material de los seres humanos. Otros no tanto. Pero en todos los casos marcaron el comienzo de nuevas etapas o ciclos históricos.

TREMENDO CONTRASTE

Observamos en los últimos años el contraste del avance científico con la decadencia moral. La era del conocimiento, la medicina, la alimentación y nuevos hábitos han logrado, paulatinamente, mejorar la calidad de vida de las personas y aumentar su expectativa. Sin embargo, las guerras no convencionales, el relativismo moral, la droga, las políticas abortistas y de ideología de género y la eutanasia, más nuevas modas, atentan sensiblemente contra la superación espiritual, trascendente y humanista de las sociedades, sumiendo a éstas en un futuro incierto e impredecible y en ese inmanentismo individualista que caracteriza al hombre posmoderno.

A este cuadro de situación podemos agregar que durante milenios ``el caballo bayo del cuarto jinete del Apocalipsis'' marcó fuertemente a la humanidad: la muerte y la peste.

La peste negra europea (siglo XIV), la viruela (XVIII), la fiebre amarilla (XVI y otros), la gripe española (1918/1920), el sida (finales del siglo XX), y otras calamidades del mismo tipo, azotaron pueblos y etnias, provocando millones de muertes y estragos en el mundo conocido según la época.

Estamos en el siglo XXI, y desde hace tres o cuatro meses la angustia, la ansiedad, el miedo, cuando no el pánico, comenzó a apoderarse de la sociedad global, hoy más vinculada que nunca gracias a los medios transporte, de comunicación y las redes sociales. Un bichito chino llamado coronavirus comenzó a propagarse por todos los rincones de la Tierra y su presencia la sentimos todos, sobre todo virtualmente a través de la TV, la radio, las computadoras y nuestros celulares.

Recluidos en nuestros domicilios, nos saturamos con reportes preocupantes de la prensa mundial referidos a esta inquietante abominación pandémica. Día a día crece la cantidad de infectados y muertos por esta nueva enfermedad. Las principales ciudades del mundo muestran una extraña desolación.

Luchando contra el tiempo son plausibles los esfuerzos para evitar contagios y que la peste se propague,mereciendo particular admiración el denuedo de los médicos y enfermeras con los pacientes y el ahínco de los científicos en las investigaciones para descubrir la vacuna que permita minimizar los efectos del virus o neutralizarlos y, finalmente, salvar a la humanidad.

En estas circunstancias de crisis no deja de llamar la atención que muchos gobiernos, propiciantes del aborto, hoy se muestren preocupados y angustiados porque sus países sufren terriblemente el flagelo de la enfermedad oriental. Olvidan que no tuvieron los mismos sentimientos humanistascuando legislaron o promulgaron leyes que condenan a muerte a las víctimas más inocentes e indefensas: el niño por nacer.

Son los mismos que auspician y oficializan políticas de género (ideología mediante) erogando ingentes sumas de dinero provenientes de organismos y organizaciones internacionales, para satisfacer fantasías o problemas cognitivos de algunos desquiciados que se autoperciben como lo que no son, según Natura. ¿Creerán ahora, esta clase de individuos, que perteneciendo algunos de ellos a la población de riesgo (más de 60 años de edad) podrían salvarse frente al coronavirus autopercibiéndose como un joven de 20 años?

Considero humildemente que esta peste marcará profundamente a la humanidad. Ya nada será igual.

¿Y DESPUES QUE?

Me pregunto tratando de reflexionar y discernir  escolásticamente: 

 

En fin... pertenezco al segmento de la población de riesgo. No quiero autopercibirme como un joven de 20 años y pretender salvarme, ya que no creo que el bichito con corona entienda eso del berrinche de las construcciones sociales o culturales para cambiar la identidad y, además, porque aspiro, con humildad, otro tipo de Salvación.

Ergo, debo recluirme en mi casa y tratar de encontrar alguna respuesta a las preguntas mencionadas, con la ayuda siempre presente de mi mujer y sin temor a contagios por compartir con ella el mate amargo.