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Bernao, El Poeta de la Derecha

El baúl de los recuerdos. El Loco fue un puntero de los de antes, de esos que abrían surcos por los flancos con su habilidad. El periodista Pepe Peña lo comparó con El Chueco Enrique García, un zurdo genial.

“Si El Chueco García era El Poeta de la Zurda, Raúl Emilio Bernao es El Poeta de la Derecha”. Desde las páginas de la revista El Gráfico, Pepe Peña, un periodista famoso por sus ácidas críticas y sus juicios sumarios sobre el fútbol argentino, hermanó a Enrique García, un fantástico wing izquierdo que brilló en Racing en los años 30 y 40, con El Loco, un puntero derecho que en los 60 hacía gala de su habilidad en Independiente. Y no se equivocó porque cada desborde de Bernao tenía ritmo, rimas, una métrica particular, metáforas y emoción, los elementos fundamentales de una poesía. Sí, su juego era poético.

Bernao se distinguía como un magnífico exponente de esa antigua raza de delanteros cuya especialidad consistía en abrir surcos por los flancos de las defensas con acciones plenas de habilidad y rapidez. El Loco cultivaba ese curioso arte que sabía de amagos para un lado o para el otro, arranques repentinos, frenadas instantáneas que se burlaban de la inercia y corridas hasta el fondo de la cancha que casi siempre terminaban en precisos centros para el gol de algún compañero que ingresaba por el centro del área.

No tenía misterios el juego de Bernao, pero era indescifrable para sus ocasionales marcadores. Todos sabían que, no bien recibiera la pelota, iba a agachar la cabeza, buscar el cobijo de la línea de cal y encarar a sus rivales con la bocha pegada al pie derecho. Cualquiera podía predecir eso. Sin embargo, se antojaba difícil impedir que avanzara por la punta antes de lanzar el pase milimétrico al medio o se adentrara en busca del arco con una peligrosa diagonal. Por más que, a grandes rasgos, siempre hacía lo mismo, el problema consistía en acertar el método para despojarlo del balón. 

Con los ojos bien fijos en la pelota, El Loco inicia una de sus incursiones por el flanco derecho.

El estilo de ese hombre nacido el 5 de noviembre de 1941 en Sarandí se asemejaba al de otros emblemáticos punteros que sobresalían cuando recostarse sobre una punta, desconcertar a sus marcadores con quiebres de cintura, mágicos desbordes y punzantes centros era moneda corriente. Bernao asomaba como un continuador de las gestas de Oreste Corbatta en Racing y del brasileño Garrincha y que luego se perpetuaron en el tiempo a través de René Houseman en Huracán. Todos ellos hacían levantar a los hinchas por el flanco derecho; por el otro los aplausos eran para El Chueco García y Félix Loustau, de River.

Hoy resulta complicado explicar la función de los antiguos punteros. Los extremos del presente son apenas mediocampistas ofensivos tirados hacia los costados. No poseen el don de la gambeta como libre expresión de la creatividad, ni la tozuda búsqueda permanente del compañero mejor ubicado en las cercanías del arco y mucho menos la curiosa noción de la diagonal como camino directo al gol. Solo ocupan espacios y se ofrecen como alternativas para ese juego de posesión que a veces se torna insoportable por la eterna sucesión de pases con la que se intenta disimular que nadie se atreve a encarar mano a mano a su marcador.

Eran valientes los wines como Bernao. Una y otra vez insistían con veloces corridas cerca de la línea de cal, apretados contra ella, en procura de garantizarse el lugar justo y necesario para que sus incursiones tuvieran final feliz. Casi siempre contaban con el espacio suficiente para que lo imposible se volviera lógico. Bueno… no sabían de lógica esos punteros. Se burlaban de ella. Y los hinchas gozaban con esa tenacidad única que rozaba la locura. Sí, eran algo locos los punteros…

El Loco está listo para dejar desairado al defensor de Boca.

Locos fueron Natalio Perinetti -en realidad, le decían La Loca-, de Racing en el amateurismo y en los primeros años de la era rentada, Corbatta, Luis Ciaccia en el Gimnasia de 1962, Narciso Doval en Los Carasucias de San Lorenzo en los 60,  Houseman en el maravilloso Huracán campeón de 1973 y, por supuesto, Bernao. Todos punteros derechos. No podía ser casualidad. Es cierto que no fueron los únicos que recibieron ese apodo y también resulta innegable que hubo locos de otros puestos como Hugo Orlando Gatti, Martín Palermo y Sebastián Abreu. Pero en el fútbol nada es absoluto. Mejor dicho: todo es impredecible. Bellamente impredecible.

“(…) el que a mí más me fascinaba era Bernao. Otro integrante de la pandilla de los locos, de los wines antojadizos y demenciales, recurrentes, con una tendencia morbosa a confinarse junto a la línea de cal y allí hacer su vida, como Corbatta, Houseman, Ciaccia o Garrincha, para nombrar al más célebre mundialmente. Algún día los sociólogos, los arqueólogos, los psicólogos, con la inestimable ayuda del ADN, nos dirán por qué todos esos locos eran wines derechos y no izquierdos. No se lo llamó Loco al Pinino Mas o al Negro Ortiz, por ejemplo, ni al Conejo Tarabini ni al Pocho Pianetti. Pero sí a Bernao”, estableció con una agudeza poco común Roberto Fontanarrosa en No te vayas, campeón, un libro imprescindible para entender gran parte de la historia del fútbol argentino.

LOS CORTOCIRCUITOS DEL LOCO

Bernao tenía una personalidad poco común. Tímido y serio, cuentan que parecía de mal humor, aunque no lo estuviera. Decían que se enojaba cuando no le daban la pelota al pie. Se quedaba quieto, como si estuviera ausente. En realidad, como si no perdonara al compañero que había sido incapaz de ensayar un pase exacto. Muchas veces, en especial cuando recibía alguna crítica dura desde la tribuna, parecía que entraba en una suerte de estado latente. Se podría decir que hacía una pausa a la espera de que el partido se hiciera más propicio para él.

La imagen parece repetida, pero es una gran demostración de que todos sabían lo que hacía Bernao, pero no podían detenerlo.

En las páginas de El Gráfico reveló la clave de las desapariciones en las que a veces incurría durante los partidos. “Porque me pasaron algunas cosas que me afectaron... Y como las jugadas a veces no salen la tribuna me grita y ya no la agarro más... Por miedo no me animo a jugarla, lo hago pensando que voy a equivocarme y no me sale ni una...”, admitió. No se excusaba, sino que reconocía sin gambetear la responsabilidad cierta tendencia a ausentarse sin aviso del juego.

Juvenal, un célebre analista de El Gráfico que fue pionero a la hora de esparcir sus conocimientos tácticos entre los lectores de esa revista, se refirió a “los cortocircuitos” de Bernao. Se trataba de una ingeniosa forma de señalar las intermitencias del Loco. “Decían de él que tenía cortocircuitos, que cuando no estaba enchufado era un desastre”, recodaba ese prócer del periodismo. Y en una nota con formato de carta que escribió sobre el puntero derecho en 1971 deslizó: “Una vez, con humor poético, me anticipó antes de un partido: `Hoy se va a divertir porque me arreglaron la instalación…´. Y ese día, contra Boca creo, la rompió”.

El periodista, cuyo verdadero nombre era Julio César Pasquato, dio en ese excelente artículo / carta una valiosa pista de qué sucedía cuando El Loco tenía todas las luces encendidas: “Me lo dijo Osvaldo Zubeldía la última vez que te vi jugar en vivo y en directo: `A Bernao no se le puede dejar recibir una pelota, no se le puede dar un metro porque es un hombre que levanta a las tribunas y agrada a un equipo...´”. Cuando estaba iluminado era imparable.

El título de la tapa de El Gráfico es claro: cuando Bernao estaba inspirado, era imparable.

El Negro Fontanarrosa, ese humorista rosarino que de haberse dedicado a explicar el fútbol habría convertido en viles charlatanes a muchos periodistas deportivos, se refirió en su libro a esa propensión de Bernao a pegar faltazos en pleno partido. Y también desentrañó con brutal precisión los secretos del juego del Loco: “Ni muy alto ni muy petiso, sin un gran físico pero tampoco esmirriado. Bernao daba cierta impresión de lejanía, de ausencia, de estar pensando en otra cosa. Aguardaba, manso, la hora de entrar en escena, sin desgañitarse pidiéndola ni yendo a buscarla mucho al medio. Cuando le llegaba iniciaba su unipersonal, tal vez el más difícil de todos: el mano a mano con su marcador. Casi sin correr, parado frente al defensor, la pelota muerta entre un pie y el otro. Y la cosa consistía en venderle el primer amague, la ilusión de que arrancaba hacia la línea o salía hacia adentro, ilusión tras la cual el rival respondía una fracción de segundo tarde. Después era más simple: venía el freno inmediato, el arranque hacia el otro lado, otra vez el freno, hasta que esa fracción de segundo se iba haciendo más larga, más marcada y al defensor le resultaba cada vez más difícil recuperar la posición para evitar el centro. Luego de la última barrida infructuosa, ya despatarrado definitivamente el defensa, Bernao metía la pelota atrás, al centro, dañina, para la llegada por bajo o por alto del Chirola Yazalde (excelente cabeceador) o la zurda de Tarabini, que definía muy bien y le pegaba fortísimo”.

DE LOS POTREROS A LA COPA LIBERTADORES

Bernao recorría los potreros de Sarandí y Avellaneda con gambetas y enganches que muy pronto lo llevaron a unirse a equipos de barrio como Once Corazones y Belgrano. A los 11 años, en 1952, ingresó en las divisiones inferiores de Independiente. Escaló con rapidez, de Novena a Séptima y luego a Quinta y el 30 de julio 1961, poco antes de cumplir los 20, el técnico brasileño Oswaldo Brandao le abrió la puerta para salir a jugar en la Primera del Rojo.  

Llegó a Independiente en 1952 y se fue en 1970 como capitán y referente.

Rodger Bernardico; Roberto Pipo Ferreiro, Rubén Marino Navarro -apodado Hacha Brava, por la fiereza de su juego-, Jorge Maldonado, el uruguayo Tomás Rolan; Ramón Abeledo, Jorge Entrerríos; Bernao, Luis Suárez, Roberto Marcos Saporiti y Edgardo D´Ascenzo le ganaron 2-0 a Huracán ese día en Parque de los Patricios, por la 11ª fecha del torneo de Primera División. Llegó para quedarse y en su séptimo partido como titular, el 15 de octubre, cerró la cuenta en el 5-2 sobre Argentinos Juniors con un fuerte remate después de eludir a su marcador.

Al año siguiente su aporte goleador se hizo tan frecuente como sus desbordes plenos de habilidad. Dos fuertes remates terminaron en el arco de Roque Marrapodi en un 4-0 a Ferro, sumó un nuevo doblete en un 2-0 sobre Argentinos Juniors y se lució nuevamente contra los de Caballito con otro furibundo disparo luego de eludir con varios amagues a un defensor rival. Las gambetas endiabladas y los potentes tiros se convirtieron en postales clásicas de Independiente. Lo mismo ocurrió con las críticas de los hinchas, que le reprochaban tanto su empecinamiento en maniobras individuales como sus intermitencias.

El certamen de Primera División de 1963 fue, junto con el de 1934, el que menos participantes tuvo: apenas 14. A diferencia del disputado en la tercera década del siglo pasado, que se disputó a tres ruedas, el del 63 apenas contó con 26 fechas. River asomaba como el principal aspirante al título hasta que una derrota con Boca en la penúltima jornada dejó a Independiente en lo más alto de la tabla. Los de Avellaneda golearon 9-1 a San Lorenzo en un polémico partido y se quedaron con el cetro de campeón, con solo dos puntos de ventaja sobre los millonarios.

Incontenible, avanza contra River en un partido clave por el título de 1963.

El Loco Bernao se dio el gusto de celebrar su primer título en una campaña en la que contribuyó con cuatro goles (uno a Boca en un 1-1 en Avellaneda, otro a Argentinos en la cancha de Atlanta y dos en el abultado triunfo sobre San Lorenzo) en 11 partidos. En ese torneo se encontró con Mario Rodríguez y Raúl Armando Savoy, dos refuerzos llegados desde Chacarita con los que se entendió a la perfección desde que Armando Renganeschi -el DT con el que arrancó el certamen- y Manuel Giúdice -su sucesor- los juntaron en la cancha.

A la consagración a nivel local le siguió el éxito en el ámbito internacional. Y la presentación en sociedad fuera de las fronteras argentinas no pudo haber sido mejor para Bernao. El 1 de febrero de 1964 Independiente estrenó la iluminación del viejo estadio de la Doble Visera en un amistoso contra el Santos, de Brasil, que venía de ganar la Copa Libertadores en 1962 y 1963. Quizás porque la electricidad tenía alguna vinculación con “los cortocircuitos” en el juego del Loco, el puntero derecho dio un festival de fútbol contra el equipo en el que brillaba Pelé.

Con todas las luces funcionando a la perfección, Bernao fue la figura de un espectacular triunfo por 5-1 en el que marcó el primer gol con un potente derechazo y tuvo activa participación en el cuarto tanto, en el que un remate suyo se desvió en Lima e ingresó en el arco de Gilmar. Unos meses más tarde, en las semifinales de la Copa Libertadores, El Loco fue decisivo contra Santos, ya que contribuyó con la tercera conquista en el 3-2 del Rojo en suelo brasileño, preludio del 2-1 en Avellaneda que catapultó a las huestes del Colorado Giúdice a la final contra Nacional, de Uruguay.

En 1964 cumplió una tarea espectacular: le hizo dos goles al Santos de Pelé en un 5-1 en Avellaneda.

Independiente se apoderó por primera vez de la Copa Libertadores tras superar a los tricolores el 12 agosto de 1964 en Avellaneda con un gol de Mariulo Rodríguez. Ese triunfo hizo posible el primero de los siete éxitos de Los Diablos Rojos en esa competición luego del 0-0 de la ida en Montevideo. Miguel Ángel Pepé Santoro; Pipo Ferreiro, Juan Carlos Guzmán, Maldonado, Rolan; Savoy, David Acevedo; Bernao, Luis Suárez, Rodríguez y Pedro Prospitti integraron la alineación que se consagró con el 1-0 en el estadio de la Doble Visera.

En la porción roja de Avellaneda se jactan de la condición de Rey de Copas de Independiente, en especial por su fuerte ligazón con la Libertadores, el principal trofeo internacional de clubes de Sudamérica. Esa historia triunfal se inició en el 64 y continuó 12 meses después con el bicampeonato sellado contra Peñarol en la finalísima. Bernao sentenció el pleito de ida por 1-0 frente a los uruguayos y también se hizo presente en el marcador con una conquista en el 4-1 con el que el equipo de Giúdice superó a los carboneros en el desempate desarrollado en Santiago, Chile.

Los de Avellaneda se quedaron con las manos vacías en las ediciones del 64 y el 65 de la Copa Intercontinental. En ambas ocasiones cayeron a manos del Inter que dirigía técnicamente el argentino Helenio Herrera y que personificó la versión más exitosa del catenaccio, el cerrado dispositivo táctico que durante mucho tiempo fue moneda corriente tanto en los equipos italianos como en el seleccionado peninsular. Más allá de esas derrotas, Bernao, el pibe surgido en los potreros de la sur del conurbano, ya había hecho de las suyas en la Libertadores y acaparaba aplausos con sus goles y sus gambetas incontenibles.

En pleno festejo por la obtención de la Copa Libertadores de 1965.

EN CELESTE Y BLANCO

La Selección pasó de la vergüenza por el 6-1 que le propinó Checoslovaquia en el Mundial de 1958 a un opaco papel en Chile 1962. Era un momento muy duro para el fútbol argentino. En ese contexto en el que se miraba más el arco propio que el de enfrente por la proliferación de esquemas defensivos, a Bernao le llegó la oportunidad de vestir la camiseta celeste y blanca. El técnico Horacio Amable Torres lo citó para afrontar la Copa América de 1963, que se disputó en Bolivia.

El 13 de marzo en Cochabamba integró el elenco albiceleste que perdió 2-1 con Perú. El Gato Norberto Andrada; Oscar Martín, Hacha Brava Navarro, José Vázquez, Mario Ditro; Oscar Coco Rossi, Carlos Timoteo Griguol; Bernao, El Flaco César Luis Menotti, Savoy y El Mono Roberto Zárate jugaron en esa ocasión. El Loco apareció también en La Paz en el 1-1 con Paraguay el 31 de ese mes, cuando ingresó en reemplazo de Ernesto Juárez, puntero derecho de Huracán.

José María Minella se hizo cargo del representativo nacional en 1964 e incluyó a Bernao en el plantel que participó primero en la Copa Carlos Dittborn contra Chile y luego en las Eliminatorias para Inglaterra 1966, jugadas en 1965. Estuvo en el 3-0 sobre Paraguay en Buenos Aires y en el 0-0 de la revancha en Asunción. Su día triunfal fue el 17 de agosto, cuando les puso la firma a dos de los goles argentinos en el 4-1 sobre Bolivia.

Integró la Selección argentina, pero, contra todos los pronósticos, El Toto Lorenzo no lo llevó al Mundial del 66.

Minella dejó el cargo y tras un corto y polémico período con Osvaldo Zubeldía como DT, llegó El Toto Juan Carlos Lorenzo y decidió prescindir de él cuando armó el equipo asistió a la Copa del Mundo. “Tal vez aquella presidencia de Valentín Suárez y su pertenencia a Banfield hicieron que a último momento Lorenzo me desafectara de la Selección que viajó a Inglaterra, para incluir a (Mario) Chaldú”, sostuvo por aquellos días Bernao. Suárez era el interventor de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) y según la versión del Loco influyó en la citación del delantero que por ese entonces pertenecía al Taladro.

La partida de Lorenzo tras la eliminación a manos de Inglaterra en los cuartos de final desembocó en el regreso de Bernao a la Selección. El entrenador Jim López lo llevó a la Copa América de 1967, en Uruguay. El Loco hizo un gol en el 4-1 contra Paraguay y en el 1-0 sobre Bolivia. Argentina escoltó a los celestes, que se quedaron con el título por un punto de ventaja tras vencer a sus vecinos rioplatenses en la última fecha, en la que el wing derecho de Independiente fue titular en el elenco albiceleste.

Argentina cambiaba seguido de conducción en ese entonces y pronto llegaron Carmelo Faraone, otra vez Minella, Renato Cesarini y Humberto Maschio. Poco antes del comienzo de las Eliminatorias para México 1970, El Bocha fue removido del puesto y llegó Adolfo Pedernera. El Maestro tomó las riendas casi sobre el inicio de la serie contra Bolivia y Perú. Apostó por Bernao en la derrota contra los de la banda roja en Lima y el triunfo por 1-0 frente a los del Altiplano en Buenos Aires. Ese 24 de agosto de 1969, El Loco se despidió del Seleccionado con 15 presencias y cuatro goles en seis años vestido de celeste y blanco.

Un gol a River, luego de dejar en el camino a Amadeo Carrizo.

LAS ÚLTIMAS LOCURAS

Más allá de sus idas y vueltas en la Selección, las funciones de gala de Bernao en Independiente se mantenían. Sus duelos con Silvio Marzolini, el exquisito marcador de punta izquierda de Boca, eran memorables. También alguna vez le dio un baile monumental al uruguayo Roberto Matosas, de River, luego de que el zaguero millonario opinara que el puntero del Rojo no merecía integrar el Seleccionado nacional. Ese día, El Loco se despachó con dos pases para las definiciones de Luis Artime y Osvaldo Mura -otro de sus socios más calificados- en un 2-0 vital para la definición del título de 1967.

Independiente ganó el título en el Nacional de ese año con un equipo de temible poderío ofensivo que marcó 43 goles en 15 partidos, a un interesante promedio de casi tres tantos por encuentro en una época en la que en el fútbol argentino prevalecían las tácticas defensivas, con las contadas excepciones del Racing de Juan José Pizzuti y, poco después, con el San Lorenzo de Los Matadores del 68.

En ese campeón que relegó al Estudiantes de Zubeldía, Bernao -ya capitán del equipo- contribuyó con un gol en el 6-0 sobre Central Córdoba de Santiago del Estero, con otro en el triunfo por el mismo marcador contra Chaco for Ever y con el que definió el 1-0 frente a Vélez. El puntero derecho integró una demoledora delantera junto con Artime, Héctor Chirola Yazalde y El Conejo Aníbal Tarabini. Entre Artime y Yazalde se encargaron de 21 de las 43 conquistas del Rojo en ese torneo.

En Gimnasia debutó con un gol contra Rosario Central.

La última gran actuación de Bernao se dio en una fecha inolvidable para los hinchas de Independiente: el 31 de mayo de 1970 enloqueció a su marcador, Armando Ovide, en una victoria roja por 3-2 en Avellaneda. Un desborde del Loco concluyó en un peligroso centro que Miguel Alberto Nicolau introdujo en su propio arco y luego el puntero le dio vida al tercer tanto de su equipo. Ese éxito fue clave para que el equipo que dirigía Giúdice se alzara con el título en el Metropolitano, que quedó en poder del Rojo por haber conseguido un gol más que River, con el que terminó igualado en puntos.

Poco después, el 18 de diciembre, le puso punto final a su vínculo con su club de siempre. Fue en el 2-0 contra Banfield, por la 20ª fecha del Nacional. Mantenía una tirante relación con los dirigentes y a finales de ese año se alejó tras una década, 242 partidos, 41 goles, tres títulos locales y dos internacionales. Bernao probó suerte en Deportivo de Cali y, aunque cumplió tareas muy destacadas, no se adaptó al fútbol colombiano y en 1973 hizo una gira con Guaraní, de Brasil, y luego partió rumbo a Deportivo Municipal, de Perú. Allí pasó apenas unos meses y en 1974, con 33 años, regresó a la Argentina.

No retornó a Avellaneda, sino que depositó sus pies en Gimnasia. En El Lobo debutó el 23 de febrero con un gol en el 1-1 con Rosario Central. Hugo Orlando Gatti; Roberto Gonzalo (reemplazado por Héctor Comas), Hugo Gottfrit, René Daulte, Antonio Rosl; Hugo Pedraza, Hugo Echauri, Rubén Peracca; Bernao, Carlos Alberto Della Savia y Carlos Bulla (luego, Ricardo Pérez) salieron a escena por la 4ª fecha del Metropolitano. El 2 de mayo entró en lugar de Della Savia cuando faltaba poco para el cierre del encuentro y, tras cumplir diez partidos en el conjunto platense, decidió colgar los botines.

Ya en Deportivo Cali, Bernao posa con el ecuatoriano Alberto Spencer, un goleador notable. 

No se alejó totalmente del fútbol, ya que a partir de 1975 recorrió el país con el Equipo de las Estrellas, en el que, junto con Artime, Ermindo Onega, Savoy y Alberto Mario González -Gonzalito, ex Atlanta, Boca y Selección argentina), disputaba partidos con fines solidarios. También dirigió técnicamente a las divisiones inferiores de Independiente y se mantuvo cerca del club. Los viejos hinchas, que recordaban sus gambetas y sus goles, se unieron en el dolor cuando El Loco falleció a los 66 años el 26 de diciembre de 2007 como consecuencia de una enfermedad hepática.

“Salvando las distancias, Bernao era del tipo de juego de Garrincha, porque arrancaba y pasaba de punto muerto a mil por hora, como si alguien le hubiese pegado un empujón repentino. Todos sabían que iba a salir despedido hacia la raya, lo que no sabían era cuándo. (…) Bernao, siempre algo inexpresivo, en apariencia frío, poco demostrativo, vendió todo tipo de amagues, arranques y enganches”, contó Fontanarrosa en una libre asociación con un fenómeno como Garrincha. Mucho antes y con menos palabras, Pepe Peña, lo había comparado con el mejor puntero izquierdo de la historia, Enrique García. Si el juego del Chueco era poesía pura por su punta, no había dudas de que El Loco era El Poeta de la Derecha.

Vibra la porción roja de Avellaneda con una corrida del Loco Bernao frente a Racing.