De poco le vale al Gobierno haber estabilizado variables fundamentales como la inflación o haber frenado los intentos de corrida cambiaria o haber reducido la pobreza.
Su campaña sigue desarrollándose a la defensiva en medio de una oleada de ataques de todo tipo y en diversos frentes: acusaciones de corrupción y de narcotráfico, demolición de la gobernabilidad desde el Parlamento, agresiones a cascotazos, maniobras financieras, ollas “populares”, etcétera.
Todo esto en el marco de una inédita hostilidad de los medios, que hace aparecer al presidente de la Nación arrinconado.
La campaña se desarrolla bajo dos circunstancias especialmente adversas para los libertarios: la ausencia de debate y la coalición espontánea en su contra de la totalidad de los sectores, hecho este último que los aisló políticamente.
Además, la batalla por el voto no se libra en el terreno de las propuestas o de la aparición de nuevas figuras, sino en la calle, con forcejeos y a los gritos. Lo ocurrido hace 48 horas en Ushuaia y en la campaña bonaerense durante caminatas del jefe del Estado por el conurbano son muestras de peligrosa violencia opositora. De la reaparición de “patotas” políticas y sindicales.
Los peronistas “moderados” o los “progresistas” que votan en el Congreso junto con Máximo Kirchner no parecen formar parte de esas alarmantes embestidas, pero tampoco las condenan de manera expresa, lo que los deja a centímetros del consentimiento.
Otra circunstancia adversa para el oficialismo es la completa polarización. Se suponía que los favorecería, pero la unanimidad de quienes los combaten los dejó en la más absoluta soledad. De un lado quedó el Gobierno y del otro todos partidarios del “statu quo” que son legión: políticos del PJ y la UCR, dirigentes desplazados del PRO y del resto de los partidos, el 90 por ciento de los habitantes del Congreso, sindicalistas, empresarios, curas villeros, obispos, dirigentes universitarios, periodistas y una serie inagotable de etcéteras.
En ese frente de resistencia corporativa hay ejemplares inesperados como los ruralistas que ahora se quejan y critican la eliminación de las retenciones por la que reclamaron durante décadas.
El kirchnerismo representa solo una parte de este populoso frente antiMilei que defiende el ya esclerótico régimen que arruinó al país y resiste cualquier cambio. De ahí la sensación de que el Gobierno se encamina a una derrota como la que sufrió en la provincia de Buenos Aires. Los partidarios del oficialismo están mudos, mientras que desde el contubernio opositor (diría Yrigoyen) el griterío es atronador en medios y redes.
Milei se defiende con el argumento de que el voto al kirchnerismo significará el regreso al pasado, a la inflación del 200%, a la pobreza superior al 50% y demás calamidades, pero no es seguro que eso persuada a quienes, desde hace décadas, conviven resignadamente con esas miserias.