Cultura
RESULTA CADA VEZ MAS COMUN LA IDOLATRIA DE UNA RAMA DEL SABER QUE NO DEJA AMBITO POR INVADIR

Ante la tiranía de la ciencia

Con la pandemia en curso queda más en evidencia la completa sumisión a los dictados de los científicos. Héctor Delbosco, doctor en Filosofía, analiza las raíces del fenómeno, su reduccionismo y las vías para acceder a la verdad.

En la mentalidad moderna anida una cierta veneración por la ciencia, que la pandemia del coronavirus no ha hecho más que exponer en su rostro más exacerbado. Hoy no podemos dudar de los pronósticos apocalípticos en torno a esta enfermedad infecciosa para no ser tratados de negacionistas. Debemos depositar nuestra esperanza solo en la ciencia y esperar que ella nos alcance una cura, un tratamiento, un camino para sobrevivir. A cambio, debemos dejar que ella decida si podemos salir a correr, ver a nuestros padres, volver al trabajo, y hasta en qué horarios. La invitación es a rendirse y someterse a sus dictados. Es la tiranía de la ciencia.

Con esta lectura coincide el doctor en Filosofía Héctor Delbosco, que así lo expresó en una entrevista con La Prensa. Ex decano de la facultad de Filosofía y Letras de la Pontificia Universidad Católica Argentina, y profesor titular de la cátedra de Historia de la Filosofía Medieval y de Lectura de Textos Filosóficos II en la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino, Delbosco es autor del libro El humanismo platónico del Cardenal Bessarión (Eunsa, Pamplona, 2008), y de numerosas publicaciones, entre ellas el artículo "Fe y Ciencias hoy: una perspectiva filosófica", en el volumen Fe y Ciencias-Jornadas del 8 de octubre de 1997 (Educa). En su opinión, "la tiranía de la ciencia es algo muy actual pero que tiene raíces que se extienden mucho tiempo atrás".

LAS RAICES

-¿Cuáles son esas raíces?

-Para entender este tema hay que remontarse por lo menos hasta el positivismo, que se desarrolla en la segunda mitad del siglo XIX, con Augusto Comte. El positivismo es como una idealización de lo que se llamaban las ciencias positivas. ¿Y qué eran las ciencias positivas? Sobre todo las ciencias empíricas. Su expansión dejó fuera del campo del saber otras formas de conocimiento, sobre todo, la filosofía y la teología, que son entendidas por Comte como etapas superadas en la historia de la humanidad. Comte creía que la teología y la religión eran cosas infantiles, que el hombre inventaba cuando no era capaz de explicar los fenómenos, y que la filosofía era un intento de ir reemplazándola con la razón. Pero aun esta era un intento muy precario y transitorio, porque la verdadera madurez de la razón -para él- era la ciencia empírica, la que puede demostrarse por experimentos, que permitan ver, tocar, medir las cosas. Esa mentalidad, esa idealización de la ciencia que viene desde Comte y la filosofía positivista, entró con fuerza en la cultura del siglo XX y todavía perdura hasta hoy. Es la mentalidad que pretende que, ante lo científicamente demostrado, no puede decirse una palabra más. Ignorando, claro, esas otras dimensiones del saber, o de la cultura, porque ahí entra el arte, la poesía, tantas otras expresiones del saber que para ellos quedan totalmente relegadas.

-Es curioso que esta mentalidad haya progresado a lo largo del siglo XX, un siglo durante el cual la ciencia dio pruebas de que también puede conducir a la destrucción total, al exterminio del género humano.

-Sí, efectivamente. El hombre tendría señales suficientes para darse cuenta a dónde lleva la ciencia sola. Romano Guardini decía que el poder tecnológico crece casi en forma automática: siempre hay algo novedoso, un progreso. Pero en el orden moral el crecimiento no es automático. Entonces, ese poder enorme, cada vez más grande, está en manos de personas que a veces no tienen la dimensión moral como para utilizarlo bien. Ahora bien, tiene que quedar claro que la ciencia, en sí misma, no es algo malo.

-Por supuesto.

-El dominio del hombre sobre la naturaleza, si está bien orientado, es algo bueno. Permite una vida más humana. ¿Cuántos adelantos nos ha traído la ciencia? Se ve en las comunicaciones, en el transporte, en la producción de bienes para todos y, sin dudas, en la medicina. Lo que ocurre es que, cuando no está encaminado hacia fines objetivamente valiosos, puede llevar a una manipulación total del hombre. La solución del problema no es negar la ciencia. Es más bien ampliar el sentido del conocimiento. Benedicto XVI decía que nuestra época necesita "ensanchar" el concepto de razón. Devolver a la razón la amplitud que tiene que tener. La capacidad de ver la realidad no solo bajo la óptica de lo medible, lo aprovechable, lo material, sino de esas otras dimensiones que son humanas y que son más importantes, porque son las que permiten al hombre usar bien los medios técnicos.

-El positivismo irrumpió en un tiempo determinado. ¿Cómo se explica su surgimiento?

-La raíz teórica entronca con el empirismo, aquella teoría del conocimiento para la cual los sentidos son la única puerta hacia la realidad. La inteligencia lo único que hace es elaborar datos sensitivos. Por sí misma no ve nada. Lo cual tiene ya un cierto matiz materialista, o de afinidad con el materialismo. Solo lo que puedo ver, lo que puedo captar con los sentidos, tocar, medir, solo eso es real. Ahora, detrás está la soberbia. Es decir, el hecho de que el hombre crea que lo puede todo. No hay nada por encima de él. Su razón es el criterio último para la realidad, y no admite dimensiones superiores. Es una tentación permanente de la humanidad, porque ya el pecado de Adán fue eso, en el fondo, la tentación de ser como dioses. Lograr la inmortalidad. Es querer ser como dioses y no reconocerse como creaturas. Por eso también el temor a la muerte tiene ese otro aspecto. No se confía en que el hombre está llamado a algo más que esta vida terrenal, a una vida trascendente. Pero cuando se olvida esa otra dimensión, entonces se le cierran las perspectivas y la muerte es el fin total. Es ese temor desesperado que no tiene salida.

REDUCCIONISMO

-Usted mencionaba el reduccionismo en el lenguaje que se operó en el siglo XIX. Es curioso que se impusiera, cuando siempre se había reconocido a la filosofía como ciencia, y también a la historia y a la teología. Pero este reduccionismo que consiste en llamar ciencia solo a lo experimentable es muy aceptado. ¿Por qué cree usted?

-Hay dos dimensiones que lo explican. Desde una dimensión intelectual, una falsa filosofía fue encerrando al hombre cada vez más en lo material, y por lo tanto en lo que las ciencias empíricas pueden conocer y dominar. Pero luego está la dimensión moral: la tentación del hombre de no reconocerse como creatura.

-Fuera de lo experimentable en laboratorio está el amor, las realidades trascendentes, el sentido de la vida, el arte, aunque la moderna ciencia que intenta inmiscuirse en todo también pretende tener una respuesta a lo que se entiende por belleza. Pero dejando eso de lado, sorprende la aceptación de aquella noción acotada de ciencia cuando se trata a todas luces de un empobrecimiento, de una limitación de la mente.

-Así es. Una reducción por varios ángulos. Por un lado, porque el positivismo es una mentalidad racionalista, entonces deja de lado lo afectivo, lo estético. El arte, la literatura solo tienen sentido en su función práctica, en la medida en que lleven una ideología detrás, por ejemplo. Pero por otro lado comporta una reducción en el orden del saber, en el conocimiento.

-Y así llegamos a la gran cuestión de las distintas vías para acceder a la verdad.

-Filosofía y teología son dos caminos negados por el positivismo. Filosofía como un camino que parte de la experiencia humana de la realidad. Pero en la experiencia lo que intenta ver es el sentido profundo de las cosas, trata de captar lo que hay detrás de esas apariencias sensibles que la ciencia maneja, los fenómenos, para captar la esencia de las cosas. Es lo que explica el sentido último de la realidad. Y la teología como la adhesión a una verdad que me es revelada, que es superior, que supera mi inteligencia, porque sola la inteligencia no podría alcanzarlas, pero que la ilumina. Es decir, las supera pero no para negarlas, sino para abrirle caminos más altos y que el sentido de la vida se vea de forma más completa.
-La última pregunta tiene que ver con la fe y la razón. Porque este positivismo que desearía ver a la fe relegada al campo de la superstición, se encuentra hoy con una fe cada vez más apoyada en lo sentimental, cada vez menos razonada. Parecen los fieles empeñarse en darles la razón a quienes quieren desmerecerla.

-Sobre la fe y la razón, recuerdo ahora una frase de Chesterton. "La gente que no cree en Dios, termina por creer en cualquier cosa". Hoy en día se ve. Muchas personas se aferran a la superstición, a la astrología. Aceptan de forma irracional cualquier teoría. La respuesta desde el catolicismo es una fe inteligente, una fe que se apoya en la razón. Lamentablemente esa fe sentimental está muy extendida. Hace ya años que se insiste en el ámbito de la docencia de que la catequesis debe ser vivencial y no doctrinal, es decir pura apelación al sentimiento. Y esa reducción de la fe al sentimiento es no entenderla. Porque la fe se nos da para que conozcamos una verdad. Por supuesto, conociéndola, adherir a ella también de corazón. Sí. Pero adherir a algo que nuestra inteligencia alcanza gracias a que le es revelado. El cristiano tiene que instruir su fe, crecer en la comprensión adulta de su fe. No quedarse en una fe infantil, puramente sentimental. Porque si no, no tiene cómo entender el mundo y responder a los problemas que se le presentan en la cultura de hoy.

-El cristiano tiene ejemplos para inspirarse, modelos para nutrirse de una fe razonada. ¿Cuáles elegiría usted?

-Bueno, yo me dedico a la filosofía medieval. Es un período muy lindo de la historia. Y los grandes autores medievales insisten mucho en esto. Se insiste desde los padres de la Iglesia. San Agustín, por ejemplo, repetía: "ama mucho el cultivo de la inteligencia". Ni qué hablar de los grandes escolásticos: San Buenavuentura, Santo Tomás de Aquino, son ejemplos de ese esfuerzo inmenso de la razón por entender las implicancias de la revelación cristiana, para luego aplicarlo a nuestra visión del mundo. Por supuesto que estos grandes autores no están solo en la Edad Media. También hay testigos inmensos en la Edad Moderna y Contemporánea. Yo acabo de citar a Romano Guardini, a Chesterton, y hay tantos otros.

La dignidad humana en peligro

En paralelo con los progresos sanos, y útiles y buenos que nos procura la ciencia, hay un riesgo en su búsqueda de inmiscuirse en todo y en su pretensión de no encontrar ningún obstáculo moral a su sed de experimentaciones. Ese riesgo es el olvido de la dignidad humana, que puede verse con claridad en el campo de la genética. El sueño de creación del hombre a menudo no repara en daños y así tenemos hoy embriones congelados o criaturas que provienen de un vientre subrogado, o de genes de una persona muerta, privados una familia tradicional, con un padre y una madre como modelos.
"Es que, en el marco de la visión positivista que domina la ciencia, donde solo vale lo material, lo que tiene una finalidad práctica, se termina reduciendo al ser humano a una cosa, y a hacerle perder su dignidad propia. Entonces, en esa mentalidad, la experimentación con humanos es válida, no hay límites", sostiene el doctor Héctor Delbosco.

"Hay un conductista estadounidense, Burrhus Frederic Skinner, que dice explícitamente que aquellos que sostienen la dignidad de la persona humana son un obstáculo para el progreso científico. El progreso es visto así como lo más importante. Eso está muy extendido hoy en día", aprecia el profesor.

"En la genética es terrible. Porque la manipulación de las raíces de la vida humana es la falta total de conciencia sobre lo que significa la dignidad. La dignidad de la persona incluso funda el derecho a nacer del amor de una pareja humana. Un amor entendido en el sentido pleno de la palabra. De dos personas que se quieren realmente, que se entregan el uno al otro, y que están dispuestos a asumir como responsabilidad propia, la ayuda en el crecimiento de la persona a la que han dado vida. Entonces, reemplazar eso por técnicas que manipulan la vida humana, es terrible. Es no respetar la dignidad de la persona humana", añade.

SIN RESPUESTAS

Al hablar de límites externos, surge esa otra gran limitación, esta vez interna, que encuentra la ciencia: la de no poder dar una respuesta al origen de la vida, al primer inicio del universo. Mientras que el sentido común de cualquier persona, al contemplar la belleza de la creación y su orden, percibe que todo eso no es creación humana, ni algo azaroso, sino que sigue un plan que tiene que atribuirse a un Dios creador, la ciencia no encuentra respuestas.

Frente a esto, Delbosco explica que "la filosofía clásica siempre descubrió en el orden del universo, en la perfección de las leyes de la naturaleza, un designio superior. Una inteligencia superior que dio origen a esto. Y no solo le dio origen en el pasado, sino que es lo que sostiene al universo en el orden, en el sentido que tiene la vida humana".

"Ser conscientes de eso nos hace entender mucho mejor la vida, la historia, la naturaleza, el ser humano", apunta. "Son los grandes problemas que se ha planteado el hombre y que la ciencia entendida así, en un sentido reductivo, no puede solucionar, como el sentido de la muerte, el amor, el dolor", concluye.

ADB