Opinión
El rincón del historiador

Ana, tonadillera procaz y actriz

Hace poco más de dos siglos en Buenos Aires dio que hablar la cantante popular Ana Rodríguez de Campomanes, una huérfana, hija de familia de clase alta, abandonada por su marido, según algunos autores. Seguramente basándonos en el estudio de Hugo Fernández de Burzaco, fueron sus padres Policarpo Rodríguez Campomanes, natural de Palencia; y María del Carmen Pestaña, de Río Grande; hija ésta a su vez del coronel e ingeniero de los Reales Ejércitos don Francisco Javier Rodríguez Cardoso y de Juana María de Rivas. ­

Debutó en el Coliseo por 1816 y se mantuvo casi por veinte años en actividad, dos años después alcanzó notoriedad porque entabló una querella a su marido Nicolás Gallegos, para que le devolviera la dote, pero este alegó que ella "estaba condenada al mayor descrédito por su unible y detestable profesión'' y por haber ofendido su honor. ­

Hacía unos años que lo venía haciendo, aunque su voz era escasa y no tenía ninguna escuela, consciente de sus propias limitaciones conseguía el aplauso fácil por sus ocurrencias. Su habilidad radicaba en la procacidad de muchas de sus ocurrencias, coplas y letrillas que improvisaba. ­

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BUEN GUSTO­

A estas excesivas licencias de la cantante le puso freno la Sociedad del Buen Gusto del Teatro fundada por el Director Juan Martín de Pueyrredon; la música de ópera reemplazó a las melodías populares y a las canciones de mal gusto. La guitarra fue suprimida y en adelante la música fue ejecutada por una orquesta formada por profesores. La Sociedad ejerció una función censora que antes la manejaba el Cabildo con su poder de policía. Aconsejó, por ejemplo cambiar "hembra'' por "mujer'' en los textos y advierte igualmente que las piezas teatrales pueden representarse libremente, con la prevención de que el cadáver no se manifieste al público en paños menores.­

Doña Ana así se convirtió en actriz, donde tampoco descolló, pero el público la apreció en presentaciones que hizo con actores de la talla de Luis Ambrosio Morante. Sin embargo su vocación por el canto y su desfachatez de acuerdo a este artículo publicado el 2 de diciembre de 1822 por el periódico El Argos da cuenta de lo sucedido en el teatro después de la representación de la comedia El desquite: "...salió la señora Campomanes a cantar una de esas tonadillas doblemente maldecidas de Apolo por sus versos y su música; tantas veces, y con tanta razón reprobadas por un público sobradamente sufrido; la cantó no solamente de un modo que la hacía más sensible aún a los oídos torpes toda su fealdad inherente, sino también con un aire de suficiencia y satisfacción, que parecía favorecernos a ensartar unos tras otros versos impertinentes y discordantes''.­

Parece que la conducta del público con la cantante fue tan grande como la fealdad que le atribuye, ni siquiera el redactor tuvo el eufemismo de "poco agraciada''. Antes de concluir su actuación "se oían y  por el todo el patio susurros, ruidos de sables, de bastones, todo o que manifestaba el disgusto del público, y el deseo de que no se volviese a levantar el telón jamás para tales escenas brillantes de canto''. 

Y porque nosotros usamos la palabra desenfado, porque dice el cronista que al acabar la tonadilla el público en forma discrepante grito "¡otra!'', "¡otra''!, y "en vez de tomarlo por lo que era palpablemente, la señora cantarina quiso hacerse la desentendida y volvió a repetir la última parte de su brillante escena de canto''. Esto no sería nada, lo hizo tres veces "a pesar de haberse levantado y salido la mayor parte de los espectadores''. Para mayor abundamiento, el director de la Compañía Velarde salió al escenario a reconvenir al público, con la amenaza que de repetír esos excesos "no tendría diversión teatral''.­

Pero Doña Ana siguió adelante y consiguió subir a los escenarios en ocasión de la representación de La Mojigata de Moratín, apuntó la Gaceta Mercantil aunque sin nombrarla: "Para postre, se regaló al público con un proscripto sainete!!! basta su nombre para inspire disgusto. ¿Cuándo será el día venturoso en que desparezca del teatro de la capital de las Provincias Unidas semejante aborto? Dios quiera sea a la brevedad''.­

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COPLA HIRIENTE­

Su vida fue el ejercicio de la copla hiriente en tiempo de la anarquía del año 20, cuando lanzaba versos mortificantes a los provincianos; al año siguiente el Argos la criticaba porque aunque cantora de profesión no sabía arreglar su voz a la sala donde cantaba o representaba, porque los sonidos demasiado altos o agudos herían y ofendían los nervios. Era "una gritona insoportable que aturdía al público con sus chillidos'', aunque era desenvuelta en papeles menores como los de criada, por lo que "la chusma fue su admiradora, y desde la escena supo manejarla con rara habilidad, merced a gestos, ademanes e insinuaciones''.­

Manuel Gálvez recordó una función a beneficio de Ana el 29 de setiembre de 1835 en la que se representó la obra El buen gobernador o Defensor de las Leyes como homenaje a Rosas y apuntó: "La Campomanes era mediocre artista. Generalmente representaba papeles de partiquina. Los espectadores poco esperaban de su arte dramático: el interés estaba en sus cantares y tonadillas. La ausencia de muchos abonados y la escasez de público en esa función de su beneficio dio a la Campomanes temas para algunos ataques furibundos. No tenía ella la cuerda irónica o fina. Su capacidad era para el insulto, la expresión vehemente y el gesto audaz y desenfadado''. ­

Era un día de lloviznas, lo que redujo la presencia de público, ella según Raúl H. Castagnino, delante de Rosas y desde el comienzo denuncia a los unitarios poniéndolos en la picota y señalándolos ante las autoridades como enemigos del gobierno y del país. ­

Con sus canciones, introdujo la moda de las grandes divisas con el retrato de Rosas y de considerar unitarias a las señoras que no concurrían los días de gala federal. "A ella se le atribuyen los guantes de seda que llevaban en el dorso el retrato del gobernador y las canciones obscenas donde figuraban las unitarias. Manejaba bien la guitarra y concitaba con sus formas la pasión por la política en las clases bajas de la población. Definida como de plebeya inclinación y prototipo de la guaranga, su canto fue como un puñal para los enemigos de la causa federal y de quienes no compartían su amistad''. 

Esta es la historia de la tonadillera y actriz que por dos décadas dio que hablar a los porteños, y habría sido la comidilla de los programas de televisión por sus escándalos en nuestro tiempo.­