Opinión
Mirador político
A falta de mejores argumentos
El problema que debe resolver Javier Milei no es el de la inflación, ni el del déficit fiscal, ni el de la emisión de moneda espuria con que se ha financiado en los últimos 80 años la dirigencia política y, directa o indirectamente, un mayoritario sector del “establishment”.
En el año electoral sus problemas cambiaron y el central es la reacción de las corporaciones afectadas por el cambio de régimen: la política, la sindical, la empresaria, la mediática, etcétera. Los sectores establecidos, hasta los constituidos por marginales como el de los piqueteros, no quieren ningún cambio. Son conservadores por naturaleza sin importar su extracción social.
Esto ocurre porque la política que empezó a aplicar Milei no fue únicamente un plan antiinflacionario, sino también un intento de reformar la matriz económica. Luis Caputo demostró cuál era la causa real de las crisis inflacionarias. Su tarea fue ordenar las finanzas y le queda pendiente un objetivo final: el crédito del FMI. Si lo consigue, la estabilidad estará prácticamente asegurada hasta las elecciones y, de confirmarse esa hipótesis, la motosierra funcionará al doble de velocidad después de octubre.
Ese es el motivo principal de la agitación opositora. Por eso Caputo fue reemplazado en los medios por Patricia Bullrich que enfrenta el desafío de los barrabravas así como el de los grupos de choque sindicales y políticos que amenazan con convertir las calles adyacentes al Congreso en un campo de batalla. También deberá vérselas con la furia de los diputados que intentarán hacer otro tanto puertas adentro del Congreso. Un clásico deplorable.
La violencia contra las instituciones es un fenómeno similar al de la inflación. Por décadas los dirigentes que viven del dinero público negaron que la destrucción de la moneda obedeciera al emisionismo. Hoy niegan que los ataques a la policía y el vandalismo es obra de grupos de choque ligados a clubes, sindicatos y caciques del conurbano. Proclaman que se trata del ejercicio de la libertad de expresión por empatía con los jubilados.
Se da también la paradoja de que dirigentes que exigen al gobierno prolijidad institucional recurran al mismo tiempo a procedimientos “de facto” con los que fue derrocado Fernando de la Rúa y de los que zafó por poco Mauricio Macri. Se trata de los mismos que dejaron una hiperinflación en puerta y hoy se alarman porque la inflación no baja del 2% o se indignan por el nivel de los haberes jubilatorios después de haber vetado el 80% móvil. Los mismos que cobran jubilaciones millonarias con adicional por zona desfavorable, aunque vivan en Recoleta.
Esas “inconsistencias” son las que marcan el inicio de una campaña electoral signada por la guerra en la calles a falta de mejores argumentos. Esa barbarie ha sustituido el debate ideológico y de propuestas. Hoy queman patrulleros como en 1983 Herminio Iglesias quemaba ataúdes. Habrá que ver si con el mismo resultado.