La subida del dólar en julio se frenó el viernes en 1.300 pesos, lo que probó que Luis Caputo cuenta con las herramientas para evitar una corrida en plena campaña electoral aun con el Congreso sancionando, mediante mayorías aplastantes, leyes que buscan reventar la estabilidad.
Según los conocedores del mercado financiero, un intento de cambio de letras -Lefi por Lecap- despertó a la divisa norteamericana, pero desde el Palacio de Hacienda actuaron con rapidez y apagaron el foco de incendio. Hubo alza de tasas y reverdecer del “carry trade”, pero el episodio terminó con una cotización más beneficiosa para el equilibrio externo.
Si la “pax cambiaria” se mantiene o el episodio provoca alguna repercusión negativa sobre la inflación, se verá. Nada permite asegurar nada con el actual enfriamiento del consumo.
Pero el control financiero y cambiario que el equipo económico le garantiza al Presidente, exige además un acompañamiento político que el Gobierno no consigue construir y que parece haber quedado por completo fuera de su alcance en el Congreso, donde la pelea por fondos públicos tuvo apenas una pausa en la semana que acaba de concluir, pero volverá con fuerza en los próximos días.
Por su origen insólito, el oficialismo sigue inerme ante una aplastante mayoría opositora en ambas Cámaras compuesta por el kirchnerismo y peronistas sin inserción en los respectivos gobiernos distritales, al que se sumaron en las últimas semanas mandatarios provinciales exaliados de la Casa Rosada.
Esa sangría fue la que permitió la sanción de leyes que pueden exterminar el equilibrio de las cuentas del Estado nacional. La voracidad fiscal de los caudillos de provincias y la negativa del Presidente a ceder a sus presiones derivaron en una situación inmanejable que afecta la gobernabilidad y amaga con terminar en un conflicto de poderes.
Milei trata de ganar tiempo con la convicción de que la próxima renovación parlamentaria le permitirá controlar por lo menos un tercio de Diputados y del Senado para aplicar vetos irreversibles a las normas contrarias a su política económica.
En ese sentido todas las encuestas coinciden en que, a pesar del ajuste, está en intención de voto por encima del peronismo. También en que lo favorecen la falta de una oferta económica alternativa creíble y la persistencia del kirchnerismo como única opción electoral (ver “El preferido de CFK”).
Se le presenta, en cambio, más complejo el armado de candidaturas. En la provincia de Buenos Aires, intendentes del PRO se declararon en rebeldía y buscaron aliarse con otras fuerzas de perfil ideológico similar o con una alianza del tipo “avenida del medio”.
Así, el acuerdo sellado apenas una semana antes por Cristian Ritondo con LLA empezó a ser desobedecido. Esos jefes municipales son la viva imagen de la situación del PRO que va camino a la extinción. No responden a Mauricio Macri, ni a Ritondo y creen que manejan lo que no manejan, porque sus votantes son independientes y de clase media.
La disolución del PRO tiene también un efecto colateral extra. Varios de sus diputados nacionales definen el futuro de los vetos que aplicará Milei a los proyectos sobre jubilaciones y discapacidad y usan ese poder para entrar en las listas, lo que complicó las negociaciones.
Más sencillo es, en cambio, para el Gobierno el desafío que representan la UCR, la Coalición Cívica y el peronismo “moderado”. No tienen candidatos ni votos. Son víctimas de una polarización irreductible y asumieron una posición que conspira contra la gobernabilidad, pero que al mismo tiempo le da al oficialismo un perfil más “anticasta”.
Las dificultades de los hermanos Milei para armar las listas ratifican algo por otra parte manifiesto: la selección de dirigentes es un ejercicio en el que cometieron sus peores errores. Las deserciones en el Congreso de legisladores que ingresaron en listas violetas y la gran cantidad de funcionarios que debieron ser expulsados del Ejecutivo desde el 10 de diciembre de 2023 demuestran que la motosierra exige el apoyo de dirigentes que no vivan del Estado y que no sean su principal línea de defensa. Esa especie está extinguida desde hace tiempo en la Argentina.
En cuanto al peronismo, su identidad y su propuesta son una sola: mantener a rajatabla el “statu quo”. El ejemplo más extraordinario de esto es el hecho de que al PJ lo presida una dirigente con condena firme por estafar al Estado (ver “No le va mal a Cristina”). Un fenómeno que pinta de cuerpo entero no sólo al partido más grande de la Argentina, sino también a sus dirigentes, militantes y votantes como así también al resto de la dirigencia que no ha dicho una palabra a semejante disparate bajo el pretexto de que se trata de un asunto de otro partido.