Gritarán las piedras

Como no podía ser de otro modo, el ministro de Defensa, Jorge Taiana, no se dignó a responder la carta que le enviaron los soldados veteranos del Combate de Manchalá y así el acto del domingo para recordar aquella crucial victoria sobre el ERP, que tuvo lugar el 28 de mayo de 1975, debió ser organizado por simples ciudadanos en la calle.

Los ex soldados habían pedido que el acto que cada año se organizaba en el Batallón de Ingenieros de Montaña 5 de Salta fuera, esta vez, abierto al público, y no a puertas cerradas, como en los últimos años. Algunos de ellos avisaron que en esas condiciones no asistirían más. Pero el acto, es más que evidente, no podía ser abierto al público, porque la idea de que sea a puertas cerradas es, precisamente, para ocultarlo. Para mantenerlo lejos de la opinión pública. Para que la opinión pública finalmente, con el tiempo, lo olvide.

Nada contestó el ministro a los ex soldados, porque tampoco podía contestar nada, enredado como está en su descarado cinismo, que es el mismo cinismo del relato setentista. Un descaro palpable, que hace que cada vez menos gente se trague esa píldora. Como demostró la grotesca sanción al general (r) Alejandro Soloaga por dichos que el ministro quiso presentar como un “intolerable” atentado contra la democracia. La sanción solo logró generar una corriente de adhesión hacia el general, como quedó en evidencia en los medios.

Y lo que siguió comprueba que lo único “intolerable” empieza a ser el descaro de estos sostenedores del relato. En su pedido por carta, los ex soldados aluden, no sin ironía, a aquellas palabras del ministro, cuando le recuerdan el decisivo combate que ellos libraron en 1975 con el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), cuyo desafío al gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón “era bien real, con armas de fuego, y no fruto de la imaginación”.

¿Cómo no celebrar, entonces, con un acto público la hazaña de esos doce soldados salteños que fueron atacados en un paraje rural de Tucumán por los guerrilleros, que los superaban en una relación de diez a uno y, pese a estar sitiados, resistieron durante horas el asedio bajo una lluvia de balas hasta que llegaron refuerzos?

Pero, ¿cómo podría él, justamente él, Taiana, tomar partido a favor de los soldados y en contra de los insurgentes, habiendo pertenecido a una organización como Montoneros que estaba alzada en armas contra la nación en plena democracia en esos mismos años? La carta de los soldados no hizo más que dejar expuestas estas contradicciones ante la opinión pública.

No, Taiana nunca iba a conceder este acto público. Nunca iba a permitir que los argentinos honraran a estos hombres que un día fueron convocados al servicio militar obligatorio y enviados a Tucumán, foco de guerra revolucionaria. No podía consentir que otros exalten a estos hombres, quienes -a riesgo de sus vidas- pusieron un límite a los psicópatas, como los llamó Perón. Porque si aquellos merecen ser honrados, ¿qué juicio de parte de la sociedad merecería él por su pasado? ¿A dónde lo llevaría tirar de ese hilo?

Su falta de respuesta a los ex soldados es una defensa de sí mismo. Pero esa mezquindad no podrá impedir nunca los festejos. Los ciudadanos de a pie, esos que saben bien de ser agradecidos, convocaron igual a los salteños a acompañar a los protagonistas de aquella hazaña, aunque más no fuera en la calle, donde organizaron “a pulmón” un emotivo desfile de veteranos y agrupaciones gauchas para rendir honores a los bravos manchaleros, ante el más completo desinterés de todos los estamentos del Estado.

El desfile culminó frente al monumento que recuerda este glorioso combate. El mismo monumento que en 2013 el kirchnerismo ordenó derribar, para remover ese recuerdo, y los salteños volvieron a levantar, con pareja tozudez.

No puede decirse que la poderosa ofensiva que está en marcha para borrar la memoria de los argentinos no logre sus avances, porque de otro modo la concurrencia habría sido multitudinaria. Pero, viendo lo sucedido el domingo, es evidente que el espíritu de los salteños no se doblega. Y, por mucho que se quiera aplastar, la verdad saldrá a la luz. Porque aún hay quienes están dispuestos a dar la cara. Y, si también estos algún día callaran, entonces gritarán las piedras.