El fraile y el 'Sordo' Leiva

Los Leiva son una vieja familia de Luján, que como recuerda don Enrique Udaondo, "eran nativos de allí''. Ya don Francisco Xavier fue cabildante y uno de los que en 1755 solicitó para esa localidad el título de Villa; poseía tres casas fabricadas de adobe y techo de tejas, en una de ellas ubicada frente a la plaza vivía la familia. Entre sus hijos se encontraban Julián de actuación en la Revolución de Mayo; María Luisa, Miguel Juan, Francisco Xavier Ignacio, fraile dominico; Feliciana Antonia, Juan José Ramón y María Elena.

Como es de imaginar, la familia fue creciendo, y uno de sus nietos José Antonio fue rescatado por Pastor Obligado en sus Tradiciones Argentinas. Sostiene el autor que revistaba en uno de los escuadrones de los Húsares; era uno de esos criollos organizados espontáneamente aún antes de la proclama de Liniers, convocando a "uno de los deberes más sagrados que tiene el hombre, como es la defensa de la Patria''. Y fueron la primera unidad criolla, continuada hoy por el Regimiento de Caballería Blindada Húsares de Pueyrredon con sede en la ciudad de Azul. En aquel grupo inicial encontramos a Leiva que revistaba como teniente segundo de la primera compañía desde el 21 de marzo de 1807.­

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EL 5 DE JULIO­

­Un 5 de julio se produjo el ataque de los británicos a la ciudad de Buenos Aires, comandado el ejército por el general John Whitelocke. Con ellos venía el teniente coronel Denis Pack, la vanguardia del ejército invasor. El ex prisionero estaba a las órdenes del general Craufurd, y tenía a su cargo nueve compañías de un batallón. Como conocía muy bien la ciudad, se dirigió a tomar las iglesias de San Ignacio y Santo Domingo, para, desde las torres, hacer lo propio con la de San Francisco y dominar el Fuerte. Primero, se dirigió por la calle Bolívar, pero, al llegar al atrio de San Ignacio, su columna fue destruida desde los cantones de ambos lados de la calle. Con los hombres que le quedaban, levemente herido en una pierna, marchó hasta encontrarse con el general Craufurd. Entonces, ambos se dirigieron hacia el convento de Santo Domingo, en el que ingresaron por una pequeña puerta posterior, que daba a la calle Venezuela, y la derribaron de un cañonazo.

A pesar de la lucha en las calles, ese domingo 5 de julio, fray Miguel Angel Silva se disponía a celebrar misa. Se encontraba vistiéndose en la sacristía cuando un tropel de soldados británicos entró en el edificio. El acólito huyó despavorido al interior del convento, pero el sacerdote se demoró algo más, ya que primero se despojó de sus ornamentos. Al llegar al claustro, oyó que se acercaban los pasos de la tropa que ya invadía el lugar, por lo que se escondió en un confesionario. Los invasores iban y venían por todo el templo y robaban los objetos del culto, ante la indignación del religioso.

Ante el desmán, el padre Silva, temeroso de ser descubierto, optó por presentarse ante los británicos, que lo rodearon de inmediato. Aunque desconocía la lengua extraña de los invasores, rápidamente comprendió, por los ademanes, que le preguntaban cómo podían subirse a la cornisa interior, de la que pendían las banderas británicas tomadas al Regimiento 71 el año anterior. Querían colocarlas en la torre para que fueran vistas por el estado mayor que se hallaba en los corrales de Miserere y por la escuadra fondeada en el río frente a la ciudad. El cura trataba de hacerse el desentendido, en tanto los ingleses lo maltrataban dándole culatazos. De pronto, uno de los soldados se encaramó a un altar, y trepando con agilidad llegó a la cornisa y caminó por ella hasta rescatar las banderas. Cuando estaba próximo a alcanzarlas, se apoderó de él una fuerte sensación de vértigo y se despeñó entre los bancos, donde quedó muerto en el acto.­

Un camarada logró el cometido y, así, fueron izadas las banderas en la torre del templo. Luego de rendida la fuerza inglesa, en Santo Domingo aún flameaban en la torre las banderas, por lo que el nuestro húsar Juan Antonio Leiva fue corriendo con la española en la mano para reemplazarlas. Ya había desenganchado las insignias enemigas cuando, en medio del entusiasmo, se precipitó al vacío. Los estandartes, en ambas manos, le sirvieron como una suerte de paracaídas, por lo que aterrizó en el suelo con vida, aunque sin sentido y arrojando sangre por los oídos. A resultas de este accidente, el oficial quedó absolutamente sordo, por lo que, ya anciano y en la pobreza, la municipalidad porteña le concedió en 1859 uno de los premios que otorgaba a los ciudadanos beneméritos cada 25 de Mayo, consistente en una pensión de dos mil pesos anuales.­

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HACIA EL SUR­

Como las tropas de Buenos Aires le estaban causando numerosas bajas al ejército inglés en Santo Domingo, Pack le aconsejó a Craufurd abandonar esa posición y trasladarse hacia el sur. Sin embargo, esto les fue imposible, pues, en ese momento, una gruesa columna avanzó sobre el atrio y dejó al mayor Trottet y a más de 40 soldados muertos en menos de un minuto. Asimismo, desde el patio de la vecina casa de los Tellechea se comenzó a tirar sobre el templo con un obús.­

Un testigo presencial contó que "cuando se vio desde la torre y las bóvedas nos hacían mucho daño, mandó Alzaga se arrimasen dos barriles de pólvora a la torre para volarla. Como se le hiciera notar el peligro que correrían los frailes, que estaban dentro y eran muy recomendables, contestó: ¡Más vale la ciudad, que salgan los frailes y duro con ellos! Pero no llegó el caso, porque a poco rato y mientras buscaban los barriles de pólvora, con el fuego que hizo la artillería desde el Fuerte y desde otros lugares, poco faltó para que la torre se viniese abajo y entonces se rindieron a discreción''.

Cuando el gozoso repique de las campanas del templo finalmente anunció el triunfo criollo, el prior del convento, fray Francisco Javier de Leyva, se dirigió a uno de los pequeños locutorios que tenía el convento al costado del presbiterio para agradecer a Dios los beneficios recibidos. Al empujar la puerta se encontró frente a frente con el coronel Pack, que se había refugiado allí temeroso de ser sacrificado.­

"¡Favorézcame padre!'', exclamó el inglés en el poco español que había aprendido. El sacerdote lo tranquilizó y al sacarlo de la mano, los vencedores que ya habían invadido la sacristía, se precipitaron sobre él. Un oficial desenvainó su espada y ya iba a ultimarlo, cuando el padre Leyva lo contuvo diciendo: "No profane usted este lugar sagrado, que harto lo ha sido hoy''. El capitán Pampillo se hizo cargo del prisionero, pero, para resguardarle su vida, debió acompañarlo el fraile, camino a la fortaleza, ya que el pueblo estaba furioso con el británico. A la muerte del padre Leyva, la Gaceta Mercantil publicó varios artículos recordando el episodio y su figura.­

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UN JEFE PERFIDO­

Del ataque de Pack, don Francisco Saguí, recordó: "Pérfido, tenemos razón de clasificar a ese jefe al cometer los asesinatos allá de Maderna y sus compañeros, acá de Unquera, y hasta de tres individuos religiosos de ese convento, hiriendo o maltratando a otros con toda clase de insultos. Por eso nuestra gente al penetrar en aquel, llena de una justa indignación a nadie buscaba, a nadie quería ver en sus manos sino al desleal y falso Pack. Y sin embargo esos buenos frailes, fueron su amparo. Tres veces buscado con ahínco, fue otras tantas sustraído de la venganza de nuestra gente por la ilustre filantropía y bendita caridad del respetable prior fray Francisco Javier Leyva, que ocultándole a la activa diligencia con que le buscaban pudo al fin salvarle, escondiéndole en el camarín de la efigie de la virgen en el altar mayor''.

El 7 de julio Whitelocke aceptó la capitulación, que incluía la entrega de la plaza de Montevideo. Poco después de la noticia, mientras Liniers compartía la mesa con un grupo de oficiales en el Fuerte, algunos vecinos irrumpieron para exigir que Pack les fuera entregado. Liniers, furioso, según un testigo, se vio en apuros para echarlos en medio del bullicio y la confusión. Por la noche, siguiendo instrucciones del Gobernador, el cuartel-maestre general César Balbiani disfrazó a Pack de español, le procuró un caballo y lo envió a las líneas británicas, escoltado por un edecán. Un testigo inglés que presenció la escena apuntó: "La gente está irritadísima con Pack, y de otra manera lo hubieran hecho pedazos sin duda alguna''.

Al cumplirse el 215 aniversario de la Defensa de nuestra ciudad, fecha que como el día de la Reconquista suele permanecer en el olvido, cuando en un tiempo se embanderaba la ciudad; estas líneas rescatan a dos de sus actores olvidados.­