Tiempos convulsos en la Gran Antilla

El valle de los arcángeles
Por Rafael Tarradas Bultó
Espasa. 645 páginas

Originado en Francia durante la segunda mitad del siglo XIX, el naturalismo es una orientación literaria cuyo objetivo principal es la descripción detallada de la realidad, con especial énfasis en los aspectos más crudos y desagradables de la vida, establece la Enciclopedia Barsa.

Aún se escriben libros con ese procedimiento. Sólo resultan tolerables cuando incoporan elementos más modernos como una profunda exploración psicológica o social, cuando se experimenta con la forma, o cuando el autor tiene las aljabas repletas de poética o filosofía; es decir, cuando la novela seduce por su potencia estética y su sabiduría.

Ninguna de esas virtudes colorea El valle de los arcángeles , la segunda novela de Rafael Tarradas Bultó (Barcelona 1977), diseñador industrial que trabaja en Madrid en el área de la comunicación y apasionado por la historia, según la solapa del libro.

La trama puede que le resulte atrayente a los lectores españoles interesados en la pérdida de su colonia más valiosa en el siglo XIX. Viajamos a 1864. Era una época de transformaciones urbanísticas en Barcelona y de sismos políticos en Cuba. Estamos ante los últimos estertores de la ciudad medieval y del régimen de esclavitud. En los pechos de la Gran Antilla late el deseo de independencia. Al Imperio Español le restan pocas décadas de vida.

El Valle de los Arcángeles designa un jardín del Edén en Cuba. Allí prosperan tres ingenios azucareros en manos españolas, ahora benevolentes. Deben afrontar la evolución del sistema esclavista, que sostiene la boyante economía isleña desde hace siglos, hacia el esquema del salario miserable. Con ese telón de fondo, ocurren espantosos asesinatos de terratenientes y sus mayorales. El asesino les arranca el corazón. Causa un módico suspenso la investigación aficionada. Hay abundante efusión de sangre. Mientras tanto, se incuba la rebelión cimarrona.

Los personajes fueron concebidos para una telenovela de la tarde, tipo Pasión de gavilanes. Abruman los estereotipos. La patrona sabia con inquietudes culturales, el muchacho ingenuo que inesperadamente debe hacerse cargo del negocio familiar, la trepadora cruel y hermosa cuya belleza hace que los hombres coman de su mano, el héroe plebeyo... ¡hasta una bruja clarivente encontramos!

Estableció Voltaire que el secreto de ser aburrido es decirlo todo. El señor Tarrados Bultó nos inflige una y otra vez el vicio de la redundancia, no sea cosa que se pierda el más tarugo de los lectores. La urdimbre prefiere el giro trillado y se apoya en demasía sobre las casualidades ("No podía creer en su suerte"). Los recursos expresivos son pobres; no se expone talento para la metáfora. Se narra y punto. Sobran palabras.

A pesar de su escritura plana y tediosa, la novela no carece de atributos. Debe elogiarle la ambición del autor para la reconstrucción histórica. Trabajó duro para documentarse, parece. Uno puede suponer que así vivían en el siglo XIX la aristocracia, la burguesía y la clase trabajadora (libre y esclava) en el palacete catalán y plantación caribeña. 

Salomónicamente, se podría afirmar que El valle de los arcángeles está a mitad de camino entre el arte y la literatura de supermercado. Casi bueno.