El tenis de mesa tiene su campeón

Gabriel Cópola participará este año en su tercer paralímpico, tras haber conseguido una destacada labor deportiva. Desde hace años alterna la práctica del deporte con su vocación educativa en la Universidad Católica Argentina donde fomenta la inclusión. En Lima 2019 consiguió la medalla dorada que le permitió la clasificación a Tokio 2021

“Participar en los juegos Paralímpicos no es algo para todos, de hecho, es para muy poquitos. Así que siempre estaba la ilusión de que se puedan hacer para poder seguir siendo parte de este encuentro deportivo mundial. Llegar fue una mezcla de ansiedad expectativas y buena vibra para que se puedan hacer”, destacó a La Prensa el atleta argentino Gabriel Cópola, quien disputará en Tokio 2020 sus terceros Juegos Paralímpicos en tenis de mesa adaptado. En 2019, se alzó con la medalla de oro en tenis de mesa clase 3 en los Juegos Parapanamericanos que se celebraron en agosto en Lima, Perú, y hoy forma parte de la delegación argentina que participará de los Juegos Paralímpicos de Tokio.

Oriundo de Ituzaingó, desde muy chico practicó deportes como el fútbol, el pádel y el taekwondo, pero un accidente a los 11 años lo dejó en una silla de ruedas. Su nueva ‘realidad’, como él la llama, no dejó de lado su pasión por el deporte y tras probar suerte en distintas disciplinas encontró en el tenis de mesa una inspiración para toda la vida.

Hoy es licenciado en educación física y profesor en la Universidad Nacional de La Matanza y, también, profesor de la materia de Educación Física del tercer año del Profesorado de Educación Inicial y del Profesorado de Educación Primaria de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Católica Argentina (UCA) donde en paralelo a su actividad deportiva lleva un mensaje de inclusión a las próximas generaciones de educadores.

Para conocer más de su visión, tanto frente a la competición como de una clase, La Prensa dialogó con Gabriel de cara a su participación el 24 de agosto en los Juegos Paralímpicos en Tokio.

-¿Qué significan estos juegos en Tokio en un contexto de pandemia?

-Para mí es una sorpresa que se puedan llevar porque con la situación que atravesamos parecía muy complejo que se pudieran dar, pero una vez que el mundo se puso en marcha, después del aislamiento que hicimos todos a nivel mundial, empezamos a ver esa luz de esperanza que qué nos iba a permitir poder realizar los juegos. Uno veía que se reactivaba el fútbol y otras disciplinas hasta que hace poquito llegaron los Juegos Olímpicos y ya, a pie firme, los Paralímpicos. Estoy con mucha ilusión de poder estar porque lleva mucho esfuerzo poder ser parte y clasificarse.

-¿Cómo te impactó el aislamiento del año pasado para poder desarrollar tu actividad deportiva?¿dudaste de llegar?

-La particularidad de mi caso es que logré la clasificación de los juegos en agosto del 2019 con muchísimo tiempo de anticipación por salir. Por lo que iba a los juegos del 2020 de una forma ideal que me permitía preparar con tranquilidad ya qué mi plaza estaba asegurada por ser el campeón de América. Además, el año pasado había diagramado una gira muy linda aquí e iba a estar en los Estados Unidos y en Europa jugando los torneos más importantes del circuito. Pero en la medida que se iba complejizando la situación con la pandemia, primero se descartó la preparación de Estados Unidos y, después, se fueron cancelando los torneos del circuito internacional hasta que llegó el aislamiento firme y suspensión de los juegos. La sensación que tuve fue que necesitaba que se suspendan para comenzar con mi rutina. Sino era vivir en incertidumbre sobre qué iba a pasar. Cuando se empezó a abrir la situación con un amigo, Mauro que también está preclasificado, fuimos a practicar en el fondo de la casa de su papá.

 

NUEVA REALIDAD

-Tuviste un accidente a temprana edad que no se convirtió en un punto final a tu vocación por el deporte, ¿cómo viviste ese momento de tu vida?

-Me pasó que cuando me accidente tenía 11 años tenés aún una inconciencia o desconocimiento sobre lo que te está pasando a esa edad. Lo que recuerdo es que sentí que me entregué a mí y mis padres se entregaron a los médicos que son un poco los que te marcan en el camino en ese cambio que es radical de ser un niño de 11 años con la pelota bajo el brazo todo el día y, de la noche a la mañana con el accidente, pasa a utilizar una silla de ruedas. Es una transformación, no de la persona si no es una transformación familiar porque trasciende y atraviesa a todos. Por eso la contención familiar, quienes me abrazaron y me sacaron adelante.

No viví la discriminación directa de qué alguien me diga algo por mi situación de ser un usuario en silla de ruedas, sino que las limitantes que te ponen el entorno, pero mi familia me ayudó a superarlas y el deporte, algo muy particular en mi vida, me permitió cumplir los deseos que tenía.

Así, de soñar con ser el nueve de Boca y después de la selección pasé después a decir ser el mejor en el tenis de mesa en que encontré mi pasión y que me permitió llegar a los juegos paralímpicos por tercera vez consecutiva.

-¿Qué te hizo sentir esa primera medalla después de recorrer todo ese camino de superación?

- La oportunidad y los beneficios que tiene la práctica deportiva o de la actividad física en cuanto a lo orgánico y a lo psicológico en el aprendizaje y formarte con un respeto al rival también plantea un

montón la fuerza que uno le pone el deporte. El tenis de mesa en Argentina no tiene una escuela y no somos reconocidos por su práctica. Lo aprendemos de otra cultura y creo que, a modo personal, mi desempeño del juego está relacionada con mi pasión por el deporte y cómo lo juego, qué no me entregó. Mi primera medalla la sentí, con un paralelismo con mi vida, como producto de mi esfuerzo y de tratar de buscar el camino para los mejores resultados con mucho criterio y muchas ganas de hacérsela difícil al que está disfruté mucho porque son más los partidos perdidos que los ganados

y cuando me toca ganar lo disfruto muchísimo y estoy muy agradecido de los que me ayudan.

-¿Cómo surgió tu otra vocación?

-Hay una tarea en un cuaderno de cuarto grado, de antes de tener el accidente y que lo encontró mamá hace un tiempo, en que te preguntaban qué querés ser cuando seas grande. Yo entonces respondí profesor de educación física y sin recordar ese deseo, años después al volver a leer mis anotaciones, veo que cumplí con ese sueño olvidado.

Tuve la oportunidad en la Universidad Nacional de la Matanza de poder hacer la licenciatura en educación física. Me abrieron las puertas de la universidad rompiendo con el estereotipo del profesor de educación física que está de pie y que enseña el movimiento intencionado estando de pie. Me permitieron pensarlo desde otro lugar como un desafío, una palabra que seguimos usando y que me marcó a nivel de lo personal cuando volví a la escuela y me quedé sin clases de educación física porque el profesor no tuvo, en este momento, las herramientas para volver a incluir a Gabriel, ese pibe que se destacaba con sus compañeros en las clases, por ser a partir de ese momento usuario de silla de rueda. Hoy me dedico a la formación de esos profesionales que van a estar en

los campos deportivos en la escuela y que también algún momento capaz un usuario de silla de ruedas y trato de que a esos futuros profesionales estén preparados.

Mucho se habla de la inclusión, pero a mí me cuesta verla puesta en práctica. Yo digo de llevar el dicho al hecho a través de mis clases y que se lo pueda vivenciar o experimentar para que sepan como trabajar.