Héctor Panizza, maestro olvidado

"Alta en el cielo" consigna la trayectoria internacional de quien hoy sólo es recordado como autor de la ópera "Aurora" y la Canción de la Bandera. La obra asegura que fue el más notable director de orquesta de Latinoamérica.

Netamente por encima de Calusio y de Cillario, de Paolantonio y de Veltri, Héctor Panizza fue sin duda el director de orquesta argentino de actuación internacional más destacada de nuestra historia musical. Hijo de Grazioso Panizza, cellista lombardo solista del Colón viejo, nació en Buenos Aires el 12 de agosto de 1875 (su familia vivía en Suipacha entre Corrientes y Sarmiento); inició y culminó sus estudios con su padre en el Conservatorio "La Capital" de esta ciudad y en el de Milán, y ya desde joven sintió inclinación por la composición (era además organista, pianista y timbalista).

Sin embargo, al margen de sus óperas Bizancio, Medio Evo Latino y la célebre Aurora (Colón, 1908), cuestionada desde algún ángulo por "italianizante", a partir de su debut en el foso en Roma en 1898 (Rigoletto en el Costanzi, sustituyendo a Mascheroni), Panizza desarrolló una carrera de altísimos relieve y magnitud que lo ubicó decididamente entre los máximos maestros de su tiempo en el plano mundial, tanto en el campo sinfónico como, sobre todo, en el terreno de la ópera.

Una mirada retrospectiva sobre aquellas décadas gloriosas causará sin duda una impresión de legítimo asombro a las generaciones actuales. Porque el músico porteño, siempre con elencos estelares, estuvo en el podio de casi todos las salas líricas de Italia. Alcanzó enorme éxito en sus años de labor en el Covent Garden (1907-1914; entre muchos otros títulos, una Bohme con Melba y Caruso). En el Metropolitan fue aclamado en numerosas temporadas, entre 1922 y 1942. Siempre muy respetado, actuó también, entre otros recintos prestigiosos, en la Opera del Estado de Viena (cuya dirección le fue ofrecida en 1932), la Deutsche Oper, de Berlín, la Opera-Comique de París y el teatro Real, de Madrid.

LECTURA CAUTIVANTE

Todo esto sin olvidar su descollante etapa en la Scala, donde a lo largo de diez años (desde 1922) se dividió en forma excluyente con Toscanini (en ese entonces responsable artístico de la sala) la concertación de todas las óperas de ese período. Allí dirigió, entre tantas otras creaciones, varias series completas de la Tetralogía wagneriana en distintas stagioni, y también algunas funciones del estreno mundial de Turandot, en 1926.

Director de orquesta y docente uno, crítico y publicista el otro, Sebastiano De Filippi y Daniel Varacalli Costas han realizado un extraordinario trabajo de investigación, que acaba de salir de la imprenta, acerca de la vida y la trayectoria artística del autor de Aurora y la Canción de la Bandera, trabajo por los cuales se recuerda hoy, residualmente, a Panizza. Plagado de datos interesantísimos referidos al devenir musical nacional, europeo y estadounidense de varias décadas, sus grandezas y entresijos, la lectura de Alta en el cielo (Instituto Italiano de Cultura, 254 páginas) resulta verdaderamente apasionante, casi podría decirse que imprescindible para todo amante de la ópera.

La riqueza de la información, las interrelaciones musicales, su permanente correlación con las circunstancias históricas y las coyunturas artísticas y personales del protagonista, se despliegan en este libro con notable profusión de detalles y precisión de fechas, nombres y eventos. Ello siempre en un tono si se quiere coloquial, sólido y ameno al mismo tiempo.

La amistad de Panizza (a quien los autores denominan con familiaridad simplemente "Héctor"), con Puccini y con Mascagni, con Richard Strauss, Boito, y Hans Richter (con quien iba a Bayreuth), la llamativa amplitud de su catálogo, que abarcaba la música francesa, italiana, alemana, rusa, barroca y contemporánea, desplegada con remarcable nivel interpretativo, son expuestos también por los autores con admirativa ilustración. Panizza, certero explorador de talentos, según lo señalan, fue además el descubridor nada menos que de Delia Rigal y Leonard Warren (a quien trajo a Buenos Aires en 1942). 
Nuestro compatriota tuvo a su cargo los estrenos absolutos de sendas óperas de Zandonai (Francesca da Rimini), Wolf Ferrari, Alfano y Menotti, y en el Colón, con el que mantuvo constante vinculación entre 1908 y 1955 condujo la primera presentación de El Matrero (1929).

EN EL COLON

En el coliseo de la calle Libertad, donde sus devotos discípulos y asistentes fueron Juan Emilio Martini y Roberto Kinsky, Panizza dejó una huella que perduró por muchísimo tiempo. Rigor en la preparación de las obras, "repertorio sin fronteras", vuelo expresivo y precisión absoluta en la concertación, así como también instinto teatral, pragmatismo, intransigencia con la mediocridad, fueron algunas de las virtudes que caracterizaron su personalidad artística.

Quien escribe estas líneas aún retiene los diálogos de los directores locales, maestros internos y músicos del Colón, donde era muy querido, con referencia a una ópera determinada, próxima en el cartellone, en el sentido de que Panizza la encaraba de tal o cual manera. Era para este comentarista una figura que no conoció y le sonaba lejana, pero aún desde su retiro en Milán, donde falleció el 27 de noviembre de 1967, continuaba proyectando su potente luz sobre la escena lírica argentina.

Panizza, afirman De Filippi y Varacalli, fue "el director de orquesta más notable de toda Latinoamérica" y "uno de los directores más destacados de la historia de la interpretación musical". Y arriesgan incluso una tesis que compartimos: su paridad de nivel con Toscanini se desequilibra a favor del maestro de Parma, a partir del momento en que éste se convierte en virulento anti-fascista y se instala definitivamente en Estados Unidos (de donde Panizza, paralelamente se retira), país en el que comenzó a ser exaltado como una suerte de semi-dios de la batuta, con preterición de cualquier otro que pudiera hacerle sombra. 

La "línea Toscanini-Panizza", de tanta influencia hasta nuestros días como escuela de dirección orquestal, fue dejando así de lado, por motivaciones políticas, a uno de sus componentes de base.