Embrujo, ciencia y misterio

Un hombre astuto
Por Robertson Davies
Libros del Asteroide. 468 páginas

Dueño de una obra diversa y abundante, el canadiense Robertson Davies (1913-1995) fue uno de los grandes novelistas del idioma inglés en la segunda mitad del siglo XX, tan prolífico que acumulaba sus libros en trilogías de las que llegó a completar tres. La novela Un hombre astuto, publicada originalmente en 1994, era el segundo volumen de la cuarta de esas tríadas, la Trilogía de Toronto, que quedó inconclusa.

Su intriga es lo de menos. La sospechosa muerte en 1970 de un sacerdote de Toronto inscripto en la vertiente más tradicionalista del anglicanismo (la anglocatólica), despierta un par de decenios más tarde la curiosidad de una periodista que trabaja en una serie de notas sobre el pasado de la ciudad. En busca de datos, la mujer llega hasta el protagonista de la novela, el doctor Jonathan Hullah, un feligrés reticente de la parroquia del religioso muerto y viejo amigo del vicario de ese templo, el padre Charles Iredale. Con la excusa de esa entrevista, Hullah se dedica a revisar toda su vida bajo la forma de un diario. Son esas anotaciones las que conforman la mayor parte del libro.

En el relato de esa vida, Davies demuestra por qué se lo consideraba "el Dickens canadiense". El recorrido imita la existencia del autor y abarca casi todo el siglo XX. Lo puebla una galería de personajes vívidos y creíbles y una hilera de escenas que se graban en el lector. En alguna el joven Hullah es iniciado por una indígena en los secretos de una sabiduría ancestral que se parece a la hechicería.

En otra, acompaña a su ya religioso amigo Iredale mientras lo someten a una cruenta operación sin anestesia y va leyéndole, a modo de consuelo, pasajes de una colección de vidas de santos. Se mezcla en el mundo teatral de Toronto y, víctima de una broma, se ve obligado a oficiar de jurado de un concurso de halitosis. Más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial, la explosión de una bomba en Londres lo sepulta una semana bajo los escombros. Al borde de la muerte experimenta una revelación que lo ata para siempre con aquellos misterios que le comunicó la hechicera.

Si un tema recorre este libro divertido, culto y desbordante de ideas y reflexiones, deudor expreso de la Anatomía de la melancolía de Robert Burton y de Religio Medici de Sir Thomas Browne, es el del contraste entre el lado científico y racional de la vida con el misterioso y ultramundano. El narrador y protagonista, que se define como "médico paracelsiano", aparece dividido entre esos dos mundos y aspira a conciliarlos en una síntesis que lo remonta a esa forma de gnosticismo moderno que se llamó "filosofía hermética" o "hermetismo". Su representación es la que figura en la ilustración de portada: el caduceo de Hermes que muestra a dos serpientes entrelazadas que significan el Conocimiento y la Sabiduría. Las mismas serpientes de las que le habló en su tiempo la bruja india.

Pero ese fundamento esotérico termina siendo tan leve como el desarrollo digresivo de una trama que hacia el final ofrece alguna vuelta de tuerca sorpresiva. El verdadero placer del libro está en otra parte. Está en el tono irónico y amistoso de la voz narrativa y en la eficacia de su autor para hacernos creer sus invenciones inagotables, por más eruditas, caprichosas, o disparatadas que sean.