Genios de vidas paralelas

Cervantes llevó una existencia heroica y sufrida y su talento tardó en florecer. Shakespeare conoció pronto el éxito en Londres pero lo abandonó para volver a su terruño. Murieron hace cuatro siglos en la misma fecha.

Jamás se vieron en vida, aunque fueron contemporáneos. Tampoco hay pruebas de que se hubieran leído, si bien es probable que el más joven conociera la obra del más viejo. A cuatro siglos de distancia sus nombres nos llegan unidos por la curiosa circunstancia de que ambos murieron el mismo año en la misma fecha, aunque con calendarios diferentes (gregoriano en España, juliano en Inglaterra). Y también porque sus áureos apellidos coronan las literaturas de sus patrias respectivas, o incluso más, son sinónimos de los idiomas en que fueron escritas. Vidas paralelas que la gloria entrelazó.

Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare. Dignos hijos del siglo XVI, el del esplendor de la España imperial y católica y el de la consolidación de la Inglaterra isabelina y protestante. Un tiempo de descubrimientos, expansión y conquista. Años tumultuosos de guerras y rumores de guerra, de fracturas religiosas y de lucha contra el turco.

Cervantes nació en Alcalá de Henares en 1547, diecisiete años antes que Shakespeare. De su vida han quedado más constancias que de la del inglés. Sabemos que fue soldado y que en 1571 peleó contra los turcos en la batalla de Lepanto, a la que llamó "la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros". Allí se batió con heroísmo y fue herido en la mano izquierda, que no le fue cortada sino que le quedó anquilosada, pese a lo cual pasaría a la historia como el "manco de Lepanto".

En el viaje de regreso a España, en 1575, fue tomado cautivo por los turcos en Argel y adjudicado como esclavo. Por cinco años permaneció prisionero sin doblegarse en ningún momento ante los tormentos de sus captores. Cuatro veces intentó fugarse y para evitar castigos a sus compañeros de fuga prefirió la tortura a la delación. Solo en 1580 pudo ser rescatado por una expedición de padres Trinitarios que pagaron 500 escudos para llevar de vuelta a España al heroico prisionero.

Cervantes, que a su retorno a su patria había fracasado en su empeño por conseguir un empleo en las Indias, es decir, en América, se casó en 1584 con Catalina de Salazar y Palacios. No sin antes reconocer una hija fruto de sus amores con una mujer casada. Al año siguiente quien hasta entonces había sido (en palabras de Martín de Riquer) un "mero aficionado a la poesía", publicó su primera obra literaria de consideración, La Galatea, novela pastoril de evidente influjo italiano.

Asentado en la vida matrimonial, entre 1587 y 1600 Cervantes se radicó en Sevilla donde se ganó la vida como humilde comisario de abastecimiento: su tarea era proveer a las galeras reales y, en particular, a la expedición de Felipe II contra Inglaterra, aquella Armada Invencible que en 1588 fue destruida en alta mar cuando navegaba para conquistar el país de Shakespeare.

Los primeros años del inglés permanecen en el misterio. Sabido es que nació en 1564 en Stratford-upon-Avon, Warwickshire, en una familia católica. Que se casó a los 18 años con Ann Hathaway, que tenía 26, y con quien tuvo tres hijos. Y que por motivos que se desconocen marchó a Londres en algún momento de su juventud. Una vez en la gran ciudad entró en contacto con el mundo del teatro, un mundo de dudosa reputación y acerca del cual poco se conoce pese a que en la urbe funcionaban ya tres salas y varias compañías de actores.

Solo a partir de 1592 existen documentos que llevan el apellido de Shakespeare. Hay constancias de que fue socio de la compañía teatral del Lord Chamberlain que más adelante, con la ascensión de Jacobo I tras la muerte de la reina Isabel, se convertiría en la King"s Men (Hombres del Rey). Su primer poema autorizado a publicarse, "Venus y Adonis", data de 1593 y fue inmensamente popular, al punto de que se hicieron nueve reimpresiones en pocos años. Shakespeare era por entonces un respetado actor y dramaturgo en ejercicio, y varias de sus piezas habían empezado a representarse con gran popularidad, a razón de una o dos por año.

Títulos como La comedia de las equivocaciones, Los dos hidalgos de Verona, Enrique VI (en tres partes), La fierecilla domada, Tito Andrónico, Ricardo III, Sueño de una noche de verano, El mercader de Venecia y Romeo y Julieta, la más popular de su tiempo y la primera de las obras maestras shakesperianas.
La profesión también le daba buenos réditos económicos puesto que en 1597 compró una de las mejores casas de Stratford y el año siguiente hizo una pequeña inversión para adquirir tierras de cultivo en la misma zona. Por ese tiempo financió junto con otros socios de la compañía la construcción de un nuevo teatro para representar sus obras, el Teatro del Globo, erigido en las orillas del Támesis. Así, ni guerras, ni proezas heroicas, ni grandes desventuras (salvo la muerte de uno de sus hijos en 1596) habían templado la vida de este escritor prolífico que a fines del siglo XVI dominaba la turbulenta escena teatral de Inglaterra.

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En España Cervantes acumulaba fracasos. Vio truncarse la carrera de las armas, no conoció el favor popular como poeta o autor de comedias y malvivía como funcionario del reino. Después de comisario de abastos fue alcabalero real en Granada encargado de cobrar impuestos impagos. Cumpliendo esas tareas -a menudo ingratas- recorrió buena parte de España y conoció a toda clase de gentes y lugares que habrían de nutrir su obra futura. Pero la fortuna volvería a abandonarlo. La quiebra de un banquero portugués en cuya casa había depositado el dinero recaudado sumió a Cervantes en una contienda legal con la hacienda real que en 1597 lo llevó por segunda vez a la cárcel (la primera había sido cinco años antes por una venta no autorizada de trigo).

Tres meses pasó el héroe de Lepanto internado en la prisión de Sevilla, obligado a convivir con todo tipo de maleantes y forajidos. El pasaje más sombrío en la vida de un hombre ya mayor (tenía 50 años) y dado a la melancolía que sin embargo hallaría en el confinamiento la inspiración para engendrar su obra maestra, el desquite literario de un destino que siempre le había sido infausto.

Ese hombre "más versado en desdichas que en versos" imaginó entonces al viejo hidalgo manchego que, enloquecido por los libros de caballerías, saldría a los caminos a vivir aventuras y hacer justicia a los indefensos. El mismo ideal que había inspirado la juventud del Cervantes que ahora, en su vejez contrariada, volvía la mirada atrás con nostalgia y una mueca de burla. "Porque todo lo que es fundamental en Don Quijote -escribió Ramiro de Maeztu- se encuentra ya en la imagen que resulta al sobreponer con la fantasía la efigie del joven intrépido y soñador de grandes empresas, que es Cervantes, a la figura del viejo achacoso, desencantado y canso, que es Cervantes también".

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Shakespeare seguía prosperando en Londres. La primera década del Globo fue la más productiva para el dramaturgo. En esos años salieron de su pluma sus obras mejores, ya fueran comedias (Mucho ruido y pocas nueces, Como gustéis y Noche de reyes), comedias de conflicto (Medida por medida, A buen fin no hay mal principio, Troilo y Crésida) o las grandes tragedias (Julio César, Hamlet, Otelo, El rey Lear, Macbeth, Antonio y Cleopatra, Coriolano y Timón de Atenas). La moda de los teatros cubiertos -una novedad para la época- habría de alcanzar también en esos años a los King"s Men que, una vez más con el sistema de inversiones coparticipadas, comprarían una sala techada para sus propias representaciones, el Blackfriars, con Shakespeare entre los inversores.

En 1609 el insondable genio shakesperiano y su prodigiosa invención verbal recibieron, por si fuera necesario, una nueva confirmación al publicarse los Sonetos, 154 apasionadas composiciones dedicadas al misterioso "Mr. W.H", iniciales que ocultan un nombre que hasta el día de hoy no se ha descifrado. Como tampoco pudo desentrañarse la alusión a una enigmática "Dark Lady" que es disputada por el autor y dos de sus amigos en una ambigua contienda que siglos después daría pábulo a Emerson para hablar de la famosa "confusión de sentimientos" de Shakespeare.

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La primera parte del Quijote se publicó en 1605. Y cosechó un éxito inmediato. Ese mismo año se hicieron cinco ediciones y doce en total hasta 1615. La buena recepción de la obra estimuló la carrera literaria de un Cervantes ya sexagenario, que ahora por fin podía escribir y ser publicado en abundancia. En 1613 aparecieron las Novelas ejemplares (que después del Quijote es el libro más leído y apreciado de Cervantes); en 1614 el Viaje del Parnaso (largo poema de escaso valor literario pero de gran importancia por la información que ofrece de la época); en 1615 la segunda parte del Quijote y las Comedias y entremeses, y en 1617, al año siguiente de la muerte de su autor, Los trabajos de Persiles y Sigismunda (novela del género denominado bizantino, hace tiempo olvidado).

No obstante, entre las dos partes del Quijote volvió a asomar la mala estrella cervantina. Un autor oculto tras el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda publicó en 1614 una continuación apócrifa de la novela original, rasgo no extraño en la literatura española de la época, pero no por eso menos hiriente. El desafío no había nacido de una simple humorada ya que el supuesto Avellaneda precedía la obra de un prólogo insultante para con Cervantes que insinuaba una rencilla entre ambos. La afrenta tuvo al menos una virtud, y fue que empujó a Cervantes a terminar su propia continuación de la obra máxima, que se publicó cinco meses antes de su muerte. La identidad verdadera de Avellaneda, que se asegura era conocida por Cervantes, nunca ha sido develada. Entre la nutrida lista de sospechosos figuran Quevedo y Lope de Vega, éste último un adversario tenaz del creador del Quijote.

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Lo último que escribió Shakespeare fueron romances o tragicomedias románticas: Pericles, Cimbelino, El cuento de invierno y La tempestad, que para muchos críticos es la mejor y más compleja de sus obras. De la colaboración con John Fletcher salieron otras tres, Enrique VIII, Los dos nobles parientes y La historia de Cardenio, que se ha perdido. El tema de Cardenio fue extraído de una de las muchas historias que componen la primera parte del Quijote -cuya primera traducción inglesa data de 1612-, con lo cual ofrece un fascinante punto de contacto entre la vida y la obra de Shakespeare y Cervantes.

En 1613, mientras se representaba Enrique VIII, un incendio destruyó el teatro del Globo. Se cree que el desastre aceleró la decisión del poeta de retirarse de la actividad teatral para llevar una vida apacible y burguesa en su terruño de Stratford. Allí se pierde su rastro histórico.

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Cervantes murió en Madrid el 23 de abril de 1616 a la edad de 68 años. Lo sepultaron en el convento de las Trinitarias Descalzas. Shakespeare lo acompañó a la tumba once días más tarde, que en Inglaterra también era 23 de abril puesto que allí no se había adoptado aún el calendario gregoriano. Tenía 52 años. Fue enterrado en el coro de la Iglesia de la Santísima Trinidad, en Stratford.

Los dos murieron aclamados por sus contemporáneos pero sin la aureola de la gloria. Hombres buenos, cordiales y, hasta cierto punto, modestos, ambos genios tuvieron que atravesar después de muertos un purgatorio de evaluaciones y dudas sobre la real valía de sus obras y el misterio de su génesis, que la simpleza de sus orígenes y su nula formación académica no hicieron más que ahondar. Una vez esparcidas, las leyendas de Cervantes como "ingenio lego" y del Shakespeare que sabía "poco latín y menos griego", tardarían siglos en disiparse.

Debió transcurrir casi una centuria en Inglaterra para que, luego de su rescate por Dryden, Shakespeare fuera elevado a la categoría de genio supremo del idioma inglés, y otro más hasta que Coleridge, quien se rendía ante su poesía, lo llamara "el hombre de las mil mentes" y Carlyle escribiera de él que era "lo más grande que hemos hecho (en Inglaterra)". 

Cervantes y su creación máxima tuvieron más suerte en España. El Quijote caló rápido en el espíritu hispánico (y luego europeo) antes de que los críticos empezaran a preguntarse por su significado profundo. En sus páginas cargadas de humorismo se quiso ver un programa de gobierno, una filosofía política, un compendio de moral o un código oculto y cabalístico. La aguda parodia de los excesos del ideal caballeresco que encarna el Quijote dividió por siglos a comentaristas dentro y fuera de España hasta que, agotadas todas las interpretaciones, unos y otros hubieron de rendirse al encanto prístino de la obra que Menéndez y Pelayo calificó de "epopeya cómica del género humano, el breviario eterno de la risa y la sensatez".

Cervantes y Shakespeare. Con cada relectura vuelven a renovarse el asombro de cuatro siglos ante la majestad de sus creaciones y la fascinación por el humilde destino terrenal de quienes las engendraron.