RECUERDOS DE LA VIDA LITERARIA

Monterroso, el escritor frugal

POR ANTONIO REQUENI 

Al referirse a Augusto Monterroso es inevitable citar el cuento breve, brevísimo, de sólo siete palabras, que lo hizo célebre: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí". Un crítico le dijo que eso no era un cuento y Monterroso le respondió que tenía razón; no era un cuento sino una novela. Pero sería injusto reducir el valor de su obra literaria a ese homeopático y feliz hallazgo narrativo. Monterroso fue autor de nueve libros en los que además de sus ingeniosas tramas, el lector se regocija con su imaginación, su ironía y un humor inteligentísimo.

Como Miguel Angel Asturias y Luis Cardoza y Aragón, Monterroso nació en una pequeña nación centroamericana, Guatemala, en 1921, hace ahora cien años. Contaba 30 años y cumplía una función consular en Bolivia cuando se produjo el derrocamiento del presidente Jacobo Arbenz, golpe de estado tras el que estaba la poderosa United Fruit Company. Monterroso renunció a su cargo diplomático enviando su renuncia a la United Fruit, con copia a la cancillería guatemalteca.

Después de algo más de dos años en Chile, se trasladó a México, donde se desempeñó como profesor de literatura y contrajo matrimonio con la colombiana Milena Esguerra. Después de varios años se separó para casarse con su alumna Bárbara Jacob, veintitantos años menor. Con ella viviría en México hasta el final de su vida. Tal su biografía exterior; la del recatado y original hombre de Letras se inauguró en 1959 -tenía 38 años- cuando la Universidad de México editó su primer libro: Obras completas y otros cuentos. Antes había publicado algunos relatos y críticas en revistas literarias. En una de ellas, la Revista de Bellas Artes, que dirigió, se jactaba de haber dado a conocer el primer texto de un joven colombiano llamado Gabriel García Márquez.

En aquel primer libro de 1959 figura no sólo su famoso cuento -o novela- del dinosaurio, sino otras narraciones antológicas como "Mister Taylor", la historia de un inglés instalado en la selva amazónica, que se dedica a exportar cabecitas humanas jibarizadas, un cuento brillantemente escrito, irónico y macabro al mismo tiempo. Otro es "Sinfonía concluida", donde un viejo organista guatemalteco encuentra en un archivo unos papeles muy curiosos que son los dos movimientos finales de la Sinfonía Inconclusa de Schubert. Entonces vende su casa, abandona su familia y viaja a Europa para mostrar su hallazgo. Omito el desenlace.

HUMOR BREVE

Después de Obras completas y otros cuentos, Monterroso publicó La oveja negra, donde rehabilitó el género de la antigua fábula con animales, y una recopilación de relatos y ensayos, entre ellos El concierto, El eclipse, La letra e, Movimiento perpetuo (en el que se mezclan diversos géneros), La vaca y Lo demás en silencio. El denominador común de estas piezas literarias es la economía de lenguaje y los matices de un humor siempre presente.
En una ocasión escribió: "La concisión es algo elegante. No se trata solamente de suprimir palabras. Hay que dejar las indispensables para que la cosa, además de tener sentido, suene bien". Sentía pavor no ante la página en blanco sino ante la página cubierta de palabras que para él sobraban y debía eliminar. Su preocupación era concentrar la acción dentro de la mayor síntesis posible, y para lograrlo tachaba más de lo que escribía. "Tres renglones tachados -decía - valen más que uno añadido".

En 2000 fue distinguido en España con el premio Príncipe de Asturias. Era ya una presencia insoslayable en las letras latinoamericanas. No había participado en la irrupción del "boom" y el impulso renovador del realismo mágico, pero su obra gozaba ya de reputación en los círculos literarios, prestigio asentado en la singularidad de un estilo minuciosamente trabajado que podía emparentarse con el de Borges, de quien Monterroso se consideraba deudor. En una ocasión expresó: "Me gustaría pensar que todo lo que he escrito es un homenaje a Borges".

En diciembre de 1990 la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Buenos Aires organizó un Congreso de Escritores Latinoamericanos. Recuerdo la presencia del colombiano Germán Arciniegas, el venezolano Salvador Garmendia, el chileno Nicanor Parra, la brasileña Nélida Piñón y el boliviano Néstor Taboada Teran. Vino también Augusto Monterroso a quien entrevisté en el lobby del hotel donde se alojaba.

De estatura bastante abreviada (creo que no superaba el 1.55), regordete, cara redonda y sonrisa, daba la sensación de un gnomo entre pícaro y bonachón. Su compatriota Luis Cardoza y Aragón, que describió a Gómez de la Serna (también pequeño y grueso) "el dedo gordo de la literatura española", podía haber definido a Monterroso "el dedo gordo de la literatura hispanoamericana".

Acompañaba al escritor, en aquella ocasión, su joven esposa y también escritora Bárbara Jacob, que no dejaba de contemplarlo con gesto cariñoso, casi maternal.

Pregunté a Monterroso acerca de la diferencia de su narrativa, intelectual e intimista, con la del también guatemalteco Miguel Angel Asturias, fundamentalmente testimonial, aunque reveladora, también de un gran trabajo con el lenguaje.

-Yo no me propuse seguir tal o cual tendencia -contestó- sino ir escribiendo lo que podía, de acuerdo con mi temperamento. Me dediqué a cierto tipo de cuento que no refleja necesariamente a mi país ni a ningún otro, sino que está dentro del territorio de la literatura. Hay otros escritores que reflejan su país, su entorno, y tienen todo el derecho de hacerlo, pero en mi caso, tal vez porque timidez o el temor de acercarme a la realidad, yo me refugié en la imaginación, en los libros, en la cosa pequeña, los detalles que llaman mi atención. 

NO AL QUIJOTE

Me interesó saber qué obra de la literatura universal le hubiera gustado escribir e insinué que no el Quijote porque es un libro que tiene muchas palabras.

-Claro -respondió-, el Quijote no. Me hubiera gustado escribir los Fragmentos de Heráclito. Tal vez con uno bastaría. 

Al término de la charla le pregunté qué impresión se llevaba de Buenos Aires. 

-Maravillosa -fue su respuesta-. Es la segunda vez que vengo, la primera fue en 1975, y me sigue pareciendo deslumbrante. La he recorrido con mi esposa y coincidimos en que es una ciudad sorprendentemente bella. Bueno, ¿me permite que tache el adverbio sorprendentemente? Porque para nadie puede ser una sorpresa que Buenos Aires sea bella.

Augusto Monterroso murió en México en 2003. Gabriel García Márquez, Alvaro Mutis, Juan Villoro y otros amigos que asistieron a su entierro, manifestaron que con la desaparición de Tito Monterroso -así lo llamaban- se extinguía la voz de uno de los autores latinoamericanos más originales del siglo XX.