Buena Data en La Prensa

La horrible pregunta

Desde mediados de los años 40 venimos en descenso. Cada tanto paramos de caer un poco y luego retomamos con mayor impulso. Vivimos de crisis en crisis. Debatimos puertas adentro, organizamos cacerolazos y marchas, y no logramos que nuestros gobernantes paren de perjudicarnos. En el 2001 gritamos ¡que se vayan todos! y no pasó. Muchos de ellos -algunos con fortunas de dudosa procedencia- siguieron su carrera política y gozan de un estilo de vida alejado del común de las gentes.

Todo tiene un límite. No es justo que nos compliquen y nos amarguen la existencia durante tantos años. Nos preguntamos ¿Cuál es el límite de nuestra tolerancia? ¿Las mayorías circunstanciales son suficiente fundamento para soportar gobiernos corruptos? ¿Seguiremos siendo una república?

Es horrible preguntarse todo esto, pero no se visualiza que los que detentan el poder nos estén llevando a buen puerto, y por lo que parece, van a seguir consumiendo años de nuestra existencia sin la esperanza de un mañana mejor.

Imaginamos que si el General San Martín resucitara y viera a lo que hemos llegado, no se quedaría quieto esperando que otro arregle la situación ni enviando solo mensajes por Twitter. Seguramente estaría muy disgustado con los gobernantes que supimos conseguir y con algunos jefes castrenses, en estas últimas siete décadas.

Parece que en el Siglo XXI impera la “corrección política” y faltan dirigentes corajudos que se atrevan a cambiar de raíz los problemas que hace años arrastramos.

¡BASTA DE CHÁCHARA!

La recordada expresión del senador catamarqueño Vicente Leónidas Saadi, en el debate televisivo de 1984, es la forma más elegante que encontramos para decir que los discursos efectistas no van más. El presidente dijo en el cierre de la campaña electoral que “si alguna vez me ven claudicar en algo de lo que he dicho, salgan a la calle y recuérdenme que les estoy fallando” ¿Ya se habrá olvidado?

Nos acostumbramos a las manifestaciones callejeras y a la sustitución del trabajo genuino por planes y subsidios. La cuarentena eterna y las malas políticas económicas provocaron aumento del desempleo, cierre de comercios y de empresas y un alarmante aumento de la pobreza. Mientras tanto, el que tiene posibilidades económicas está esperando a tener alguna certeza para animarse a invertir.

EN LO COTIDIANO

Los cruces políticos entran en nuestras casas. Que las clases presenciales siguen, que las clases se suspenden, que siguen, se suspenden… Amparos. Vulneración de derechos constitucionales. Confusión. Como en un divorcio conflictivo, los chicos en el medio. Tironeados. Quizás nunca lleguemos a entender los entretelones políticos. La cuestión es que los chicos y sus familias quedan en el medio expectantes y sin saber qué hacer.

EJES ORGANIZADORES

Desde tiempos remotos, la familia, célula básica de la sociedad, giró en torno a dos organizadores: la escuela y el trabajo. Cada cultura lo hace a su modo, dedicando distintos tiempos, motivaciones y expectativas. La organización diaria de una familia se estructura en torno a dos ejes: cómo conseguir los recursos económicos para sostenerla y cómo se educará a la progenie para que pueda insertarse en el conjunto de la sociedad. Por lo tanto podemos considerar a la escuela y al trabajo como vertebras en torno a las cuales se mueve la cotidianeidad de una familia.

La falta de trabajo y escolarización resienten los hábitos y las costumbres. La incertidumbre alimenta el mal humor y la violencia. Sabemos que cuando la familia se derrumba, todo se derrumba. Porque en la familia se aprenden las bases de la socialización: a respetar normas, ayudar a los más débiles, evitar errores, agradecer a los mayores, participar, ser solidario, convivir con otros, respetarse, valorarse y hacerse respetar y valorar.

Cuando esto no se aprende en el seno familiar, el trabajo de la escuela es mucho más arduo porque tiene que sustituir algo que naturalmente es insustituible. Y sin escuela que apoye, peor aún.

¡ATENCIÓN!

Este año nos toca votar. Todo hace presumir que la elección va a ser entre quienes apoyan fuertemente al gobierno y una tibia oposición en la que no se visualiza quien la lidera.

Se estima que aproximadamente el 35% del electorado adhiere casi sin cuestionamientos al partido gobernante, el 55% decide su voto influenciado por los medios, por miedo u otros motivos, y tan solo el 10% lo hace por convicciones, tiene formación política y busca información antes de emitir su voto. Si no cambiamos- y pronto- nos vamos a seguir estrellando.

Sin trabajo ni educación, la familia tambalea y el individuo queda inerme frente a la fuerza del estado.

Por eso es tiempo de preguntarnos -aunque duela- si se trata solo de ineptitud.

 

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