Abuelos

Tengo 86 años. O sea que soy un viejo. Y me molesta profundamente que, para referirse a los viejos, se hable de los abuelos.

En primer lugar porque no tengo nietos. O sea que, en rigor de verdad, no soy abuelo. Y me fastidia que me atribuyan ser lo que no soy. Como cuando a un sujeto se lo llama tío, aunque no sea ni prójimo de quien así lo llama. 

En segundo término, no me gusta que me llamen abuelo, porque tal calificativo sugiere que uno está para el tire y, objetivamente, pienso que todavía puedo ser útil en varios aspectos.

Por lo pronto aquí me tienen, escribiendo semanalmente esta columna, que tiene buena aceptación según me informa el amigo Belcore. 

Pero, además todavía hago unas cuantas cosas: acabo de escribir una novela que se llama Los Talas, está en vías de edición un Vocabulario Rioplatense al cual le dibujé la portada, pertenezco a la ONG Abogados para la Justicia y la Concordia cuya actividad principal es visitar a los represores injustamente presos por presuntos delitos de lesa humanidad, envío colaboraciones a las academias de las cuales soy miembro y hasta me defiendo bien jugando al tenis. Cosa que en estos momentos no puedo hacer pues, por culpa de la pandemia, las canchas están vacías.

De manera que, lo dicho: me revienta que a los viejos nos llamen abuelos.

Como a mi suegro Carlitos Ibarguren le reventaba que le dijeran maestro. Cierta vez iba manejando su coche por la ruta 174 cuando paró porque un hombre de a pie le hizo dedo. 

Carlitos se detuvo, dispuesto a darle una mano al hombre, que le preguntó:

-Maestro ¿va para Juancho?

Ante lo cual Carlitos respondió, molesto:

-Ni soy maestro ni voy a Juancho.

Y siguió viaje. 

Además, me parece una injusticia que me digan abuelo, porque llamarme así parece que me igualara con mi abuelo ilustre, don Ángel Gallardo, reconocido hombre de ciencia, canciller de Alvear, Rector de la Universidad de Buenos Aires, Embajador ante el gobierno de Italia. Con quien no puedo compararme. 

Ángel Gallardo, Tatita, también era un hombre irónico. Siendo Canciller debió viajar a Europa, para asistir a la inauguración del monumento a Belgrano, en Génova. Cumplida su misión regresó, en barco por supuesto. En una nota aparecida en este diario Elissalde recordó el asunto. 

Como, durante la ausencia de mi abuelo se habían producido algunos hechos políticos importantes, la prensa argentina se adelantó a esperarlo en Montevideo. Y el primero en abordarlo fue el cronista de Crítica, diario de Natalio Botana, con fama de chantajista. Le preguntó el hombre a Don Ángel:

-¿Tendrá algo que adelantar a Crtítica?

Mi abuelo echó mano a la cartera y preguntó a su vez:

-¿Bastará con cien pesos?