Buena Data en La Prensa

El remedio, la enfermedad y los monos

Un mito que periódicamente recorre las redes sociales es el de los monos, las bananas y la escalera.  En un supuesto experimento cinco monos eran puestos en una jaula que tenía una escalera por el que se podía acceder a las bananas. Cada vez que un mono intentaba trepar, los otros recibían chorros de agua fría. Lógicamente después de varios intentos de escaladas y castigos, en cuanto uno osaba trepar, los otros lo bajaban con malos modos. Y ya ninguno se animaba a subir aunque las bananas estuvieran tentadoras. El “experimento” consistía en ir quitando de a uno los monos que habían vivido la experiencia del agua fría y reemplazarlos por otros sin esa vivencia. En todos los casos los monos actuaban por imitación y repetían sus conductas, hasta que todos fueron reemplazados. Aún así, aunque ninguno había sido castigado con el chorro de agua, seguían impidiendo que alguno subiera a buscar el alimento.  El corolario de tal escenario y la transposición a los humanos, sería que arrastramos costumbres de nuestros ancestros como respuestas aprendidas y transmitidas “porque siempre se hizo así” y que no tienen sentido. “Experimento” muchas veces usado para “demostrar” el anacronismo de ciertas normas culturales (especialmente morales) que fueron socialmente construidas por gente de otras épocas y que deben dejarse en la historia.  

NO HUBO EXPERIMENTO 

La realidad es que no hubo tal experimento o, al menos, no se encuentran rastros científicos de su existencia. Parece ser que la narración formó parte de una charla motivadora que se adjudica a distintos conferencistas probablemente inspirados en un trabajo mucho más modesto realizado en 1967 por el zoólogo estadounidense Gordon Stephenson de la universidad de Wisconsin. El estudio científico quedó relatado en el artículo Cultural acquisition of a specific learned response among rhesus monkeys,  pero no se desprenden de él las mismas conclusiones y los resultados difieren entre machos y hembras. La cuestión es que el mítico relato se sigue reproduciendo en las redes alimentando el socioculturalismo hegemónico. 

LO QUE APRENDEMOS   

De todos modos, más allá de la falsedad del relato, de la inapropiada equiparación del comportamiento animal a la complejidad de las respuestas humanas y del reduccionismo que considera que todo acontecer humano es una arbitraria construcción colectiva, no se puede negar que ciertos comportamientos reiterados y socialmente aceptados van moldeando lo que pensamos y lo que sentimos. Y si son reiterados en el tiempo, terminan siendo costumbres difícilmente cuestionables y por lo tanto tienen consecuencias en el futuro.    

EN BURBUJAS Y CON TAPABOCAS 

Hace casi un año que la vida es atípica. En los adultos esta disrupción vino acompañada de  depresión, estrés, sedentarismo y falta de controles médicos preventivos. El saldo lo veremos en un futuro próximo cuando estén listos los informes de Estadísticas Vitales del Ministerio de Salud  de 2020. ¿habrá sido peor el remedio que la enfermedad?  

Citando a Agustina Sucri, en un excelente artículo publicado en este diario “Durante el último año los adultos hemos adoptado como autómatas una serie de medidas insólitas, arbitrarias y carentes de sustento científico (…) El problema es que en este mar de insensatez en el que nos ha sumergido la “pandemia” hemos también arrastrado a los niños…” Y aquí me quiero detener.  

El proceso de socialización es un complejo entramado que se teje desde las primeras etapas de la vida y los primeros años son muy condicionantes para la personalidad en gestación.  

La familia, primera y fundamental educadora es el ámbito natural. La escuela, cooperadora y subsidiaria, ofrece herramientas que completan (o deberían completar) su labor y suele ser un eje vertebrador de la organización familiar y de la vida social de los chicos. En ambos ambientes el aprendizaje se da tanto de modo explícito -con intención educativa- como de forma implícita – a través de vivencias, rutinas, gestos, testimonios y climas afectivos.  

Si bien para algunos la escolaridad y el trabajo puertas adentro del hogar pudo resultar cómodo, la mayoría vio descolocada todas las rutinas que hacían marchar bien la convivencia familiar. Se desbarajustaron horarios de juego, de trabajo, de estudio y de sueño. El aislamiento y la distancia fueron creando nuevos hábitos con la familia extensa.  

Ahora se promete un retorno a la escuela bajo condiciones de estrictos protocolos. Enseñar a confiar en los otros, a ser solidario y a valorarse a sí mismo, bases de todo proceso de socialización será muy difícil cuando nada se puede prestar, hay que mantenerse alejado de los demás porque pueden ser dañinos y soy un peligro potencial para mis seres queridos.  

En estas condiciones la mengua en el aprendizaje formal es predecible sin necesidad de medición. Pronosticar el deterioro a largo plazo en el proceso de socialización quizás sea más sutil y requiera herramientas específicas.  

Tendríamos que empezar a preguntarnos si no está siendo peor el remedio que la enfermedad.  

 

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