Buena Data en La Prensa

Sumisos y satisfechos

Desde tiempos inmemoriales el ser humano ha tratado de encontrar las formas de influir sobre otro y lograr que se comporte como el desea, tanto en el plano de lo individual como en lo social. Lo buscan los padres con sus hijos, los docentes con sus alumnos, los líderes con sus simpatizantes y los gobernantes con su pueblo.

PREMIOS Y CASTIGOS

Una forma muy popular, cotidiana y casi natural es la instauración de premios y castigos. El castigo es una manera puntual de erradicar una conducta indeseada, pero, años de estudios pedagógicos, han evidenciado que no es tan efectiva, al menos no tan efectiva como los premios.

El castigo, aunque a veces sea necesario, genera enojo y temor hacia el que lo impone. Y si es reiterado, el que lo recibe se acostumbra, lo naturaliza y ya no produce el efecto buscado. Además, no  provoca “desaprendizaje” de lo que se quiere modificar. Produciendo malestar y frustración no se suele lograr lo que se quiere y queda abierta la puerta a realizar “lo indebido” fuera de la vista de quien controla o evadir de alguna manera la penalidad. “Hecha la ley hecha la trampa”.

El premio suele ser más eficiente. La recompensa de lo placentero y agradable es tentadora. Y es difícil evitar el gusto por el halago, sobre todo cuando el reconocimiento se da frente a otros.

DE LO INDIVIDUAL A LO SOCIAL

Estas simples leyes de la psicología humana sirven en lo individual y también en lo social. Aunque en el orden normativo, la penalización sea necesaria para cambiar conductas, el premio bien aplicado, es más efectivo que el castigo.

Será por eso que los nuevos totalitarismos adoptan formas mucho más sutiles y seductoras para cumplir con sus propósitos e incluyen palabras bonitas para hacer más atrayentes sus aberraciones. De la mano de la protección y el cuidado, viene el recorte de las libertades, con los “nuevos derechos”, el descarte selectivo de personas y  junto con la inclusión y la tolerancia, la dictadura de los ofendidos como bien describió Karina Mariani, el domingo pasado en este diario.

MI CUERPO YA NO ES MI DECISIÓN

Parece que el conocido eslogan se acomoda a las circunstancias. Según lo anunciado por el ejecutivo, el Distanciamiento Social Preventivo y Obligatorio (DISPO) se extenderá hasta marzo, después de dieciocho prórrogas desde el aislamiento originario (ASPO), con distinto grado de restricciones. En vistas a los resultados obtenidos la sobreprotección no ha servido de mucho y confirmó la máxima que a nivel individual indica que toda sobreprotección esconde una agresión que a la larga o a la corta lleva a anular la capacidad de autoabastecerse del que supuestamente se quiere cuidar.  El saldo del año anterior, en nuestro país, avalado por los datos de Worldometer, fue de 43.245 muertes de personas con COVID y el 44,2 % de personas en la pobreza (ODSA). Tomemos en cuenta que en 2018, según el último informe de Estadísticas Vitales del Ministerio de Salud hubo 61.668 fallecidos por enfermedades de sistema respiratorio, de los cuales 31.916 lo fueron por neumonía o influenza, registrándose en ese momento 11 puntos menos de pobreza.   

La recién estrenada ley de aborto con las palabras interrupción y voluntaria, morigera el impacto de un descarte selectivo de seres humanos no deseados y de un plumazo transformó un delito en un derecho. Y seguramente vendrán nuevos “derechos a conquistar”, en una sociedad que se vuelve cada vez más utilitaria y menos humana.

Con la excusa de la inclusión y la tolerancia, la palabra queda clausurada y se hace difícil emitirla sin temor a que alguien se considere atacado. Tapabocas reales y simbólicos. 

TAMBIÉN EN EL MUNDO

Si bien estos son ejemplos locales, estas reflexiones exceden nuestro ámbito. En un mundo con democracias en decadencia, también se están vendiendo espejitos de colores a cambio de la dependencia.

En tiempos pasados las dictaduras y los totalitarismos usaban armamentos, carísimos y odiosos para quienes querían vivir en paz. Hoy ya no es necesario, incluso serían muy mal vistos por los pacifismos de la claudicación. Desde la llegada del homo videns no hace falta eliminar físicamente al contrincante, simplemente hay que lograr que no se vea. Fuera de las redes sociales, fuera de los medios tradicionales, fuera de las cadenas de información, el enemigo desaparece y queda el terreno libre para conquistar.  ¿Quién hubiese pensado hace unos años que se podría silenciar al mismísimo presidente de los Estados Unidos?

El otrora culto al líder se suplanta por el culto a la comodidad y el placer otorgado por la omnipresencia y omnisciencia de un estado que todo lo cubre. Te crea el problema, te dice qué necesitas para solucionarlo y te vende la solución, a un módico precio, solo porque es bueno y te cuida.

Cuando éramos chicos nos decían “si alguien desconocido te regala un caramelo, no lo aceptes, puede ser que tenga malas intenciones”. Parece que en la vida adulta lo olvidamos y volvemos a aceptar una y otra vez, caramelos a cambio de dignidad.

 

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