LA MIRADA GLOBAL

El sueño del Gran Sultán

El nacionalista líder turco Recep Tayyip Erdogan, que ya tiene 66 años, se mueve en el escenario del mundo como si fuera un Sultán, a la manera del viejo Imperio Otomano. Pero no lo es. Es, más bien, un audaz autoritario.

Tiene a la economía en su país sumida en una muy profunda crisis y su patológico andar en materia de política exterior genera, naturalmente, mucha desconfianza. En propios y ajenos. 

Algunos líderes europeos hasta parecen tenerlo -y tratarlo- como una suerte de incómodo zorro en el gallinero. Por esto, Erdogan hoy se apoya cada vez más en Rusia, cuando de política exterior se trata.

Lo que no le impide emprender distintas peligrosas aventuras militares en el exterior, como la que acaba de culminar, con éxito, al apoyar militarmente a Azerbaiyán en el duro conflicto que tiene como escenario al enclave en Nagorno-Karabaj, en el que se enfrentan los musulmanes turkmenos con los cristianos armenios. 

A lo que Erdogan suma una abierta pretensión de liderazgo del mundo musulmán, que algunos ciertamente resisten. Pero tras la purga que siguiera al fracasado intento de revolución del 2016, Erdogan ha consolidado su relación con sus mandos militares, ahora bastante más alineados con él. Lo que es todo un salvoconducto, al menos en el corto plazo.

En los últimos cinco años, Erdogan ha intervenido militarmente en Siria, Libia y en las aguas del Mar Mediterráneo en torno a Chipre, donde sus buques de guerra se enfrentaron reiteradamente a los de los griegos, animados -ambos bandos- por la presencia posible (y tentadora) de hidrocarburos.

Lenguaraz

En sus dichos, Erdogan tiene la lengua cada vez más suelta y no se limita cuando de adoptar posiciones iconoclastas se trata. Ha, increíblemente, comparado al actual gobierno alemán con el de los nazis. Y sugerido al presidente francés que debería buscar un médico para un “tratamiento mental”. 
A todo lo que suma un aumento tan curioso como notorio de presencia diplomática en América Latina, caminando cerca, muy cerca, de otro peligroso líder autoritario: el venezolano Nicolás Maduro, lo que naturalmente es toda una señal. Por esto último, no hay que “perder de vista” a Erdogan. Al menos, por ahora. 

La relación de Turquía con la Unión Europea en particular es extremadamente compleja. Ya no está en el escenario el ex premier británico, Tony Blair, que en su momento contribuyera a que el diálogo de Ankara con Bruselas pudiera mantenerse y hasta avanzar lentamente. Pero ese diálogo existe desde hace ya más de una década y, gracias al andar exterior de Erdogan, la posibilidad de que el ingreso de Turquía a la Unión Europea se concrete parece hoy más lejana que nunca. Es más, los europeos están estudiando la imposición de nuevas sanciones económicas a Turquía, como consecuencia de los recientes encontronazos navales entre los buques de guerra de Grecia y Turquía. A lo que se agrega una evidente preocupación europea por la situación de los derechos humanos y libertades personales en Turquía, que parece haber generado una cuota importante de desconfianza del lado europeo. Pero lo cierto es que el diálogo comentado es casi imposible de detener, porque tiene en su agenda no sólo la temática comercial, sino el delicado tema de las migraciones de Medio Oriente hacia Europa, a través de Turquía, y las necesidades de acoplar las acciones comunes vinculadas con el contra-terrorismo.

En ese ambiente de dificultes serias los líderes europeos han acordado reunirse el próximo mes de marzo para analizar el estado de su relación con Turquía, incluyendo la antedicha posibilidad de disponer nuevas sanciones económicas.

Por lo antedicho, Erdogan oscila entre provocaciones militares y posturas conciliatorias. Pero con ello no parece engañar a nadie. En los últimos días, Erdogan ha mencionado la necesidad de mantener conversaciones diplomáticas con Grecia, con una agenda a la que calificó de “positiva”.

En otras palabras, la necesidad de acercar posiciones, en lugar de profundizar las distancias. No obstante, en el ambiente diplomático el escepticismo pareciera prevalecer.

Las conversaciones con Europa respecto del posible acceso de Turquía a la Unión Europea se iniciaron –cabe recordar- en el año 2004 y no han tenido éxito. Mientras tanto, sin embargo, Chipre ingresó a la Unión Europea, a pesar de que el norte de la isla está ocupado por fuerzas militares turcas. Ningún país reconoce esa ocupación como forma de “legitimar” los reclamos territoriales turcos respecto de Chipre.

En el plano de la realidad cotidiana, Turquía y la Unión Europea conforman una Unión Aduanera que ya ha cumplido un cuarto de siglo de operación. Turquía es –concretamente- el quinto socio comercial más importante de la Unión Europea, lo que hace inevitable lograr y mantener los mecanismos y reglamentaciones necesarios para operar ágilmente esa Unión Aduanera. A su vez, para Turquía, la Unión Europea es el socio más importante. No sólo en materia comercial, esto es en el capítulo de las exportaciones e importaciones, sino también respecto de las inversiones extranjeras directas.

En los temas de paz y seguridad internacional, siempre delicados, Turquía está asumiendo un papel clave respecto de los enfrentamientos europeos con el llamado Estado Islámico, cuyos milicianos se mueven activamente en Siria e Irak, donde la presencia e influencia de Turquía es bien importante.
A lo que se suma que Turquía actúa a la manera de filtro que modera el influjo de emigrantes de Medio Oriente que apuntan esperanzados a vivir en el Viejo Continente. De alguna manera Turquía, en la cuestión migratoria, es parecida a México, desde que ambos países tienen políticas proactivas con las que procuran evitar que los atraviesen los flujos masivos de migrantes. Ambos países son –en esta cuestión- más bien compuertas, que canales migratorios.

Tensión con París

 En los últimos tiempos, la relación de Turquía con Francia se ha vuelto particularmente tirante. Por una parte, el presidente francés acusa a Turquía de “conducta criminal” respecto de la guerra civil que afecta a Libia. Mientras Turquía apoya al gobierno libio de Trípoli, reconocido por las Naciones Unidas,

Francia políticamente se ha alineado con el general libio renegado Khalifa Haftar, cuyas tropas combaten al gobierno de Trípoli desde el año 2019. Turquía, por su parte, ha dispuesto un “boicot” simbólico que afecta a todas las importaciones de productos galos a su territorio, lo que complica aún más un diálogo bilateral que no ha podido avanzar demasiado en los últimos tiempos. A todo lo que se agrega el apetito que la posibilidad mencionada de que existan importantes yacimientos de hidrocarburos en torno a la isla de Chipre despierta en todos.

Se acerca además otro hecho que puede también impactar en el diálogo de la Unión Europea con Turquía: el alejamiento del escenario político de la líder alemana Angela Merkel, a quien se le reconoce el mérito de haber negociado y construido la relación operativa en virtud de la cual Turquía filtra los flujos migratorios de Medio Oriente hacia Europa. La Sra. Merkel va a ser reemplazada como actora de un diálogo clave que, pese a su próxima ausencia, no puede –por su propia dinámica- interrumpirse.

Turquía es, con la República Argentina, uno de los dos problemas económico-financieros que hoy probablemente más preocupan a la comunidad internacional. Pero, según queda visto, el diálogo turco con el resto del mundo tiene que ver con una agenda mucho más diversificada y, por ende, bastante más difícil que el diálogo que hoy Argentina mantiene con el Fondo Monetario Internacional y con el conjunto de sus acreedores externos. Quizás, entonces, estemos frente a dos vidas paralelas, a pesar de las diferentes identidades y los disímiles escenarios que caracterizan a los dos países..