EL RINCON DEL HISTORIADOR

Una historia de amor: Mujica Láinez y el tango

Hubo un tiempo que marcó una generación y fue la excelente programación de Radio Municipal, las insuperables transmisiones desde el Colón. Solía ​​contar un viejo político bastante amigo del fraude, cuyo nombre mejor dejamos en suspenso, que la situación económica de la familia era insostenible. Para ello las noches de gran abono, invitaban a algunos amigos, vestidos para la ocasión y escuchaban en la radio la función, en el intervalo tomaban algo como si se encontraran en la confitería de la sala. Al día siguiente leían la crónica social y si se encontraban con alguien podría dar una descripción con lujos de detalle, sin perder el nivel de la familia.

Dejando de lado esta anécdota, reconocidos escritores como Adela Grondona tenían sus programas como aquel llamado Por qué escribimos al que invitaba a destacados autores como Pedro Miguel Obligado, Enrique Williams Alzaga, Carmen Gándara, Jorge Luis Borges, y Manuel Mujica Láinez entre otros.

Fue éste último quien en un programa emitido el 14 de agosto de 1968 recordó que “todavía se bailaba el tango, en los grandes bailes, en las grandes fiestas mundanas, cuando yo era muchacho, hacia el año treinta y tantos (treinta y pocos), pero apenas se bailaba allí. Era la época del fox-trot, del blues, medidos, apacibles, conversados, luego del charleston furibundo de mis años adolescentes, que practiqué con aguerrida minucia delante del espejo… El tango nos rondaba, entre tanto, como acechándonos, y cuando en mitad de una fiesta, la llamada orquesta típica desataba sus fuelles y sus lamentos, girábamos por la pista gravemente, en silencio ritual: yo, muy inseguro y compenetrado; otros, los habitués de Tabaris y de las milongas, con enroscado dominio”.

Recordó aquellos bailes que ofrecían tres mujeres que eran el máximo de la vida social: María Unzué de Alvear en su residencia de la avenida Alvear y Libertad, al lado de la de su hermana otra anfitriona Concepción Unzué de Casares al número 1345 de la primera calle y Adelia María Harilaos de Olmos, a poco más de una cuadra de distancia en la esquina con Montevideo, hoy sede de la Nunciatura y cuya actuación pública y privada fue inmejorablemente tratada por Walter D´Aloia Criado, libro que ningún interesado en la cotidianeidad de la época y de ese grupo social puede omitir.

Al decir de Mujica esas señoras “en noviembre o diciembre, convocaban a los muchachos andariegos, en sus enormes casas de la avenida Alvear, para agasajar a sus sobrinas. En esos bailes, de cuyo lujo sólo podrían dar una idea concreta quienes de ellos participaron, exagerado cuento de Las Mil y Una Noches, oí cantar, en más de una oportunidad, a Carlos Gardel”.

Pocas veces hemos visto esta descripción del famoso Zorzal Criollo salida de la pluma de Mujica, en las muchas obras y notas que se le han dedicado. “Vuelvo a verlo, -prosigue- de frac, engominado, reluciente; vuelvo a oír su voz cálida; y me veo a mi mismo, desplazándome, temeroso, con alguna niña paciente en brazos, bajo las arañas de cairéleles, en el resplandor de los espejos. Y si se me pregunta hoy que sentía entonces, diré, sin retórica, que sentía florecer y madurar mi orgullo. Era una sensación misteriosa y fascinadora. De tanto en tanto, mi seria mirada se cruzaba con la de Gardel -que para nosotros era, sin duda, un cantor famoso, pero no valorábamos todavía su trascendencia-, y aunque el me miraba sin distinguirme, como nos miraba a todos, perdido en la bruma de su anécdota de percantas y malevos, me sentía acunado (esa es la palabra: acunado), mecido por la melodía y por las inflexiones de la voz apasionada, mientras el tango, nos envolvía, nos raptaba de allí, destruyendo sin ruido lámparas y cristalerías, y por unos minutos nos llevaba lejos, lejos, orgullosos, esenciales, tremendamente argentinos”.

Dos años antes de esta nota, se le ocurrió a Ben Molar invitar a 14 escritores y 14 músicos, para le letra y música de un tango, que iba a formar parte de un disco. Le tocó en suerte a Mujica Láinez, que Lucio Demare pusiera música a su tango titulado: Como nadie y está dedicado como tantas otras obras suyas a Buenos Aires, ciudad a la que se sintió íntimamente ligado, algo que estos versos lo confirman: 

“Porque me obligó la vida de tu lado a desgarrarme, / Y me ha llevado consigo de lugares a lugares, / Porque te he visto de lejos, como un recuerdo en el aire, / Como una bruma y acaso, como un sueño inexplicable, / Puedo decir que te quiero, / Como nadie, como nadie, / Como nadie, Buenos Aires”.

“Que salga un guapo y proteste / Con lo que le dé el coraje, / Para explicar que es tu dueño / Y él sólo, capaz de amarte. / Qué me importa si los años / Cruzar me hicieran los mares, / Y perderte en la distancia / De las extrañas ciudades, / Te juro que no querría / Volver a ti, ni nadie, nadie, / Como yo, mi Buenos Aires”. 

“Te he tenido y no te tuve / Pero estás siempre en mi sangre, / Y está latiendo en mis venas / La tibieza de tus tardes. / Tan dulce sos, dulce mía, / Que no sabría cantarte, / Y si lo ensayo será / Por esas cosas de los bailes, / Porque sabés que te quiero / Como nadie, como nadie, /Como nadie, Buenos Aires. /  Porque yo te guardo en mí / Con la tibieza de tus tardes, / Y vos sabés que es así / Buenos Aires, Buenos Aires.