Pequeño Maradona ilustrado

Me tocó presenciar la última etapa de Maradona como futbolista durante los noventa. La época en la que Maradona escribió El mito del eterno retorno. Nunca se sabía a ciencia cierta si pertenecía o no a aquel plantel de Boca. Pero cada partido que le tocaba jugar era celebrado como un gran regreso.

De su última etapa como jugador profesional no conservo grandes recuerdos. Los adversarios lo marcaban con lástima, como regulando. La vertiginosa velocidad del juego ya lo superaba. Del genial malabarista que había sido durante el Mundial de México había mutado en un Maradona pasador, que regalaba bellos toques y algunos pases filtrados entre líneas. Por la época en la que el físico le dijo basta, producto de su indisciplina y su enfermedad -la adicción a las drogas como una enfermedad, un tema que el periodismo y la opinión pública nunca llamó por su nombre-, por esos años, decía, nació el pequeño Maradona ilustrado. Me refiero al infatigable creador de frases y refranes; de aforismos y tropos; de latiguillos y remates.

Como si la magia de su zurda se hubiera trasladado al filo de una lengua que como una espada, dejaba en ridículo a quien se interpusiera en el camino. La conocidas: “Me cortaron las piernas”; “Se le escapó la tortuga”; “Le toma la leche al gato”; “Segurola y Habana 4310, séptimo piso” y “La pelota no se mancha”) Las más “difíciles”: “yo sé que ser pobre es duro, pero también es duro ser famoso”; “No me maté en un choque porque ‘El Barba’  no quería que hiciera lío arriba”; “De chico, pasar el Puente Alsina era como ir a Manhattan”; “Si me muero quiero volver a ser futbolista y quiero volver a ser Diego Maradona: yo soy quien le ha dado alegría a la gente y eso me basta y me sobra”.

Desde el momento de su muerte, tan atosigante resultó todo lo que se dijo en torno a su figura que adopté la postura de refugiarme en la posibilidad de una concepción literaria de Diego Maradona, un personaje fellinesco, escapado de una ficción. Su vida plagada de reveses, peripecias y volantazos invita a imaginar que tantas contradicciones y tensiones solamente pueden ser posibles en el marco de un guión cinematográfico o una novela. En ese contexto, muchas de estas frases podrían ser fragmentos de monólogos o líneas de diálogo salidas de un libreto.

En una entrevista escuché que la energía vital de Maradona era contar anécdotas. Que escucharlo contar anécdotas era entregarse a todos los matices –verdaderos o no –, con los que adornaba sus historias.

Hubo un Maradona adicto, un Maradona genio del balón, un Maradona cantante, un Maradona excesivo, una Maradona arrepentido, un Maradona en la cima, un Maradona en el barro, un Maradona enamorado, un Maradona solo, un Maradona ángel y otro, demonio. Pero entremedio de todos ellos, hubo también un Maradona verbal, ese que cuando se terminó el jugador fue el encargado de alimentar el mito.